Si alguien pensaría que el mundo es el mismo después de la anormalidad impuesta por la covid 19, es iluso. No tendría más que ver el registro del retorno a “clases” en ciertos estados de los Estados Unidos. Como diría el periodista Andrés Gómez citando a Evo Morales que lo llamó “desclasado”. Andrés le recordó a aquel que fue a la escuela en Uncía sin faltar un día de “clases” y su familia no tuvo que abonar prebendas adicionales para su bachillerato. Evo, en cambio, reveló muy dichoso de sí, en su época presidenciable, que sus padres obsequiaron un animal para hacer que el hijo pasará el curso. El periodista tiene la habilidad de construir acepciones para el mismo significado. Ya después elaboró una guía práctica sobre la obsoleta teoría marxista de “clases” y se aplazó. Marx afirmaba que la “clase social” determina el destino del ser humano. Freud aludía el Complejo de Edipo que se desarrolla en el seno de la familia. Los darwinistas desecharon esas teorías, proclamaron que la dotación genética con la que nace un niño determina su destino.
Volviendo a las “clases” post pandemia en los EEUU las aulas tendrán un aditivo especial: guardias armados y botones de pánico para evitar matanzas del estilo Uvalde, Texas. Allí un “desclasado” de origen latino, apellidado Ramos, 22 años, armado hasta los dientes -tenía una pistola, un rifle semiautomático y cargadores de alta capacidad- mató a 19 chicos y chicas menores de edad y a dos profesores de la escuela. Ramos era un solitario que de vez en cuando la asustaba a la abuela con la que vivía una vida apretada sin moverse de la consola del computador en el que se pasaba horas ensayando matanzas con los iconitos de color de la fiebre asesina, hoy tan de moda.
La nueva normalidad como la llaman los expertos es angustiante de los tiempos que vivimos. Si agregas que en EEUU poseer armas es de uso corriente, hay más escopetas y pistolas que personas en un rango de 130,5 por 100 habitantes, o sea, hay casi 400 millones de armas para una población de 330. Lo que explica la locura de poseerlas sin límite. Si a esta desproporcionalidad sumas el desarrollo de la industria tecnológica; la clase de asesinos en potencia como Ramos, tienes el botón perfecto fabricar asesinos del tamaño de un mamut.
Leo a Yuval Harari, supuesto asesor del Foro Económico Mundial –el grupo de los CEOS de las más grandes corporaciones planetarias que se reúnen una vez al año para alinear la conciencia de quienes dominan, esto es, el 99% de la especie-. Harari es del tipo raro que explica cómo las mentes más brillantes del planeta han encontrado formas para piratear el cerebro humano. El significado de la deconstrucción de esa frase significa para el filósofo manipular la voluntad a través de algoritmos para que las personas hagan clic en determinados anuncios, enlaces o incluso para venderles políticos e ideologías.
Sócrates poseía una mente brillante; pero andaba sobre revolucionado en sus Diálogos en los que habla de alma sin apariencia de clase. El alma es una sola indivisible e individual y se la construye y alimenta todos los días hasta llegar a una edad madura que es la muerte que viaja y vuelve a nacer. Dependerá que “clase” de vida has vivido para cómo volver a nacer. Harari opina que para sobrevivir en el siglo XXI se debe dejar de creer que los seres humanos son individuos libres. “Son unos ´animales pirateables´”. El concepto es distinto al de los griegos. No existe el alma.
Hay algo de “clase” en todo esto, no el término “desclasado” de la obsoleta teoría marxista; de una lejana revolución que nos liberará de la opresión capitalista. La influencia de los genes resulta determinante.