Cincuenta años sin Pizarnik: el legado de una autora fundamental en la literatura argentina
“No quiero ir/nada más/que hasta el fondo” escribió Alejandra Pizarnik antes de morirse en 1972 y ahora, que se cumplen cincuenta años de su muerte, su legado tan multiplicado y profundo en la literatura argentina sigue su marcha ardiente. Quien fuera traducida a tantísimas lenguas, se vistiera de varón y amara febrilmente a las mujeres, fue una “feminista visceral siempre al acecho” según palabras de su amigo Fernando Noy. Junto a Alicia Genovese, ambxs poetas, reconstruyen la vida y la obra de una escritora fundamental.
La poesía y la influencia de Alejandra Pizarnik no paran de crecer. Su obra es conocida y admirada en todo el mundo y ha sido traducida en innumerables idiomas. Investigadores de distintos puntos del planeta se ocupan de indagar sus textos y decenas de autores la citan como musa indiscutida. Es que su equipaje “es el ojo de la cerradura hacia dentro, un prisma para volver a componer la descomposición de la luz en una semilla de fuego, un documento de identificación con los rostros de sus rostros inasibles y un telescopio al revés para completar la órbita del sueño”, al decir de Olga Orozco.
El poeta, actor y performer Fernando Noy fue uno de los amigos de la poeta Alejandra Pizarnik, de quien el próximo 25 de septiembre se cumplen cincuenta años de su muerte. Alicia Genovese es una de las poetas argentinas contemporáneas más destacadas, conocedora de la obra de la autora de Árbol de Diana y La Condesa Sangrienta. Ambos se refieren acá a la vida y la obra de esta suerte de meteorito con luz propia, que fue la enigmática Pizarnik según palabras de su amiga Ivonne Bordelois, de esos que aparecen a veces en las hermosas noches del sur, en este mes de homenajes a su persona y a su obra.
Versos que se llevan adentro
Cuenta Genovese, recién llegada de Toay, La Pampa, donde fue entrevistada en la Casa Museo Olga Orozco, durante el Poesía Pampa Fest, que la lectura de los textos de Alejandra empezó “cuando tenía unos diecinueve años, había comenzado a asistir al Taller Mario Jorge De Lellis y recuerdo que con Irene Gruss nos pasábamos fotocopias de sus poemas, comentábamos lo que leíamos, todavía no habían aparecido sus obras completas. Conseguí en (librería) Hernández, como quien encuentra una rareza, El infierno musical y en una librería de viejo de la calle Corrientes La condesa sangrienta. Su poesía tuvo un impacto fundamental entonces. Eran épocas agitadas políticamente y de una u otra manera se sentía la exigencia de que la poesía tenía que hacerse en un camino acorde a esos tiempos de mucha esperanza en cambios profundos, de militancia y discusiones”. Sin embargo, la lectura de Pizarnik le dio a Genovese “otra llave para la poesía, una que me abría la intimidad, la brevedad lírica que puede resonar infinitamente, esos versos que se llevan adonde vayas y reaparecen en diferentes momentos adquiriendo otro sentido o ampliando el que tenían”
Para las poetas de los 80 la poesía de Pizarnik fue una influencia inevitable. “Recuerdo a una poeta amiga que me decía que después de publicar uno de sus libros en una reseña la asociaban con Pizarnik, pero que ella en ese momento no la había leído. Mi opinión era que, aunque no la hubiese leído directamente, estaba tan presente en la poesía que circulaba escrita por mujeres especialmente, que creo que se absorbía un modo Pizarnik a través de otras producciones. Era como una textura epocal, como la cultura de determinado momento histórico. Eso poco a poco fue decantando”.
Palabra por palabra
Su enorme gravitación entre las poetas mujeres fue, entre otras cosas, “porque muchas veíamos en ella un modelo de escritora, de poeta mujer, no había tantos modelos femeninos con una voz tan poderosa, capaz de ejercer su fascinación, su invitación a escribir en serio, a buscar las palabras del poema hurgando sin cesar, tanto como fuese necesario. Toda la noche hago la noche, toda la noche escribo. Palabra por palabra yo hago la noche, dice en un poema. Ahí hay algo además del mundo oscuro, poco visible, en el que se sitúan sus poemas para decir, hay una imagen de escritora entregada a la búsqueda de su escritura. A través de Alejandra Pizarnik voy encontrando luego a Olga Orozco, a Susana Thénon”.
Su poesía siguió siendo importante a principios de los noventa. Hay que tener en cuenta que póstumamente se habían conocido los Textos de sombra y últimos poemas, en los 80, que incluían textos desconocidos como La bucanera de Pernambuco, textos que se desfasaban de ese centro lírico. Luego aparecen sus Obras completas en 1990, que también revelan las incursiones de Pizarnik en ese otro tipo de textos y de lenguaje. Pero además empiezan a circular fragmentariamente sus diarios, su biografía, y ha sido contradictorio que a pesar de ampliarse la lectura con esos textos inéditos que la muestran irónica y mordaz, se siguió alimentando con algo de morbo esa visión de la poeta suicida que contribuyó a distorsionar su lectura. Una lectura psicoanalítica de segunda mano, muy berreta”, considera Genovese.
“Me parece que esa textura Pizarnik tal como aparecía en otras épocas, ya no se lee en las nuevas producciones poéticas, ha desaparecido, ya no es tan evidente. No obstante creo que sigue siendo una poeta muy leída, su obra sigue siendo una puerta de entrada a la poesía para muchos lectores”.
Poesía contra el miedo y el silencio
En tu ensayo “En busca de una genealogía: Storni y Pizarnik” decís que su poesía puede percibirse contra el miedo, contra la sed, contra el silencio que no es nota musical; construida para vivir, no para morir…
—Ella explícitamente enuncia que escribe en contra de eso, por ejemplo, contra el miedo: Escribo contra el miedo. Contra el viento con garras que se aloja en mi respiración. En otro poema dice también que va a ocultarse en el lenguaje y la razón es el miedo. La verdad es que entiendo todo aquello que sobre su poesía se señala en relación con la presencia de la muerte, su constante referencia, su fascinación con la muerte, con lo que se pierde. Pero la búsqueda de la palabra poética en Pizarnik implica un despliegue de acciones como el de las lecturas de otros y otras, implica tomas de posición fuerte respecto de autores y autoras, que no tienen nada que ver con un suicida o con la escritura de una persona perturbada, perseguida por una pulsión de muerte que escribe catárticamente, que poca relación establece con el hacer de la literatura. Se suma a lo anterior en Pizarnik su manera de corregir desplegando las páginas como si fueran dibujos o cuadros, su autocrítica, esos indicadores que la convierten en una verdadera escritora que conoce su oficio como trabajo y se dedica a él. Pero sobre todo, alguien que entabla una lucha cuerpo a cuerpo con el lenguaje para lograr el poema, me refiero a ese apoyarse en el deseo de la palabra, en el deseo de transmitir el éxtasis de su cuerpo al poema y que la palabra contenga las ceremonias del vivir. No es una poesía para morir, definitivamente.
Poco antes de ir a uno de los últimos ensayos de “La ópera del linyera”, de Daniel Melingo, donde actúa, mientras cocina unas verduras salteadas, Noy recuerda la magia del primer encuentro con Alejandra. “Por casualidad encontré un libro de ella, nada menos que Extracción de la Piedra de Locura. Lo leí de inmediato sin poder detenerme. Tenía en la dedicatoria su número de teléfono y al día siguiente la llamé. Atendió con su voz de blusera apocopada. Nos citamos al día siguiente. Tenía que llamarla desde un teléfono público desde El Cisne, un bar cercano de su casa, porque no había portero eléctrico. Lo hice. Mientras la esperaba vi salir una pareja de ancianos, luego al portero y detrás un joven muy hermoso con jeans y anteojos negros. Era ella. Nos saludamos felices como si fuera en realidad un reencuentro. Mientras subíamos en el ascensor hasta el piso 7 me atreví a hacerle una broma: ‘Te confundí con Brian Jones, mi Rolling Stone favorito’. Ella de inmediato, siguiendo el ritmo, arremetió con otro chiste : ‘y yo a vos, con una prostituta alemana’. A plena carcajada entramos. El humor descabellado fue nuestro primer contacto”.
¿Te mostraba sus escritos? ¿Tenía una escucha disponible a las observaciones ajenas?
–Sí, claro que me leía y alcanzaba sus poemas que iban a editarse con el título de El infierno Musical. Además, estaba obsesionada con La Condesa Sangrienta, de Valentine Penrose, libro que había descubierto en París y del que finalmente iba a publicar un palimpsesto con el mismo título. Escribía sin cesar. Había colocado un pizarrón en la pared para no perder alguna idea o metáfora que se le apareciera y a veces incluso dibujaba con tizas de colores. Pasábamos por lo menos dos días sin dormir. Se veía el placer inmenso con que lo hacía. Siempre era fulgurante. Estaba como en éxtasis o trance alucinado del que no quería salir. La noche era su reino favorito, del que había escrito: la magistral sapiencia de lo oscuro.
Para Noy, hablar de Alejandra, “echado en mi sillón como Olga Orozco, me deja en un éxtasis extraño, no puedo creer que haya pasado medio siglo. Ayer es mañana siempre con ella”.
Después de obtener en 1965 el Primer Premio Municipal de Poesía, compartido con el exquisito poeta y narrador Juan José Hernández, la poeta decidió mudarse de la casa materna. “Julio Cortázar colaboró en este asunto; algo que después de algún modo le retribuye pasándole a máquina su monumental Rayuela”, cuenta Noy. El departamento queda en calle Montevideo casi esquina Charcas. En la entrada, a ambos lados, hay un par de largos espejos que se multiplican hasta el infinito. Allí nos quedábamos como ante un caleidoscopio, alucinados ante el infinito. Eran sólo dos ambientes, pero al estar adentro sentías cierta extraña inmensidad inusitada. Cuando hace poco le colocaron en la entrada una placa y posamos para las fotos de ocasión al tocar el mismo picaporte sentí una descarga como ráfaga y volví a ver los espejos muy conmocionado”.
¿La imaginás participando de la última oleada feminista?
–Yo creo que el pañuelo verde estaba ya en el fulgor de sus ojos tan expresivos y dilatados por las anfetaminas. En su inconformismo y perpetua rebeldía ante todo lo instituido, bien podía ser una especie de singular Lilith preadánica e impar pero, como muchos han señalado en varias oportunidades, sobrevivía inmersa en un puro y legítimo feminismo visceral siempre al acecho. Dentro de ese tan poderoso universo conectado con la más pura poética estaba su definitiva militancia. Escribía como si respirara. Era su propia rehén que por medio del poema encontraba aquello que definía como: la libertad absoluta y el terror que asumirla acaba provocando. Sobre todo, en esos tiempos donde según sus propias palabras: nada rima con nada. Alejandra transmutaba su propia identidad: digo yo…pero me refiero al alba luminosa o Hablo como en mí se habla. No mi voz obstinada en parecer humana, sino la otra que atestigua que no he cesado de morar en el bosque.
Poco antes de partir por propio designio publicó en el suplemento literario del diario La Nación aquel poema que nadie leyó como evidente despedida. Culminaba diciendo: la que no supo morirse de amor y por eso nada aprendió…Ella está triste porque no está. También, muy poco antes, había expresado: He de morir al pie de la letra que afirma que morir es soñar.
Nada rima con nada
Alejandra, dentro de sí misma, había matado el concepto de muerte como tal, señala su amigo. Por algo, medio siglo después se percibe siempre viva en su/nuestra obra o herencia poética, cada vez más fulgurante. En el tiempo final de su corta existencia Alejandra se torna temida y al mismo tiempo cada vez más admirada. Descubro que encuentra refugio en la propia escritura (la soledad es no poder decirla) donde surgen destellos imprevisibles (colores enemigos se unen en la tragedia); desde la saga irónico delirante de La Bucanera de Pernambuco al fervor siniestro por La Condesa Sangrienta, que la fascina y hechiza por completo. Escribe hasta la extenuación en su transcurrir de fiesta delirante sin soslayar un diario personal, tanto correo interminable y por último aquella carta desaparecida con la cual se despide de Silvina Ocampo, su gran amor imposible”.
Desde sus textos, la voz poética de Pizarnik traza una topografía de ausencias y silencios, desiertos precariamente poblados que repentinamente por obra de la escritura pueden aureolarse”, escribió Genovese en su libro La doble voz, de 1998.