El fin justifica los medios

Carlos Rodriguez San Martín
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Foto: Reuters

Columnistas de una significativa importancia en Brasil han escrito este lunes sobre el intento del golpe de Estado nada menos que en domingo cuando en Brasil la gente está absorta en miles de actividades: salir al interior, estar con la familia, comer un churrasco entre amigos, disfrutar la playa, la pesca y cientos de otros ítems que un país tan grande y variado ofrece los fines de semana.

Lo cierto es que nadie estaba preparado para comenzar el primer día de la semana con la noticia ruin como la que circuló desde pasado el mediodía en la que identificando miles de simpatizantes del anterior presidente, Jair Bolsonaro, con la toma de los tres órganos considerados vitales para el funcionamiento de cualquier país sin importar su ideología.

Las protestas ya se habían iniciado tras el resultado de la segunda vuelta electoral en la que se produjo un “empate técnico” con apenas una diferencia de 2 puntos de los votos. Si Lula alcanzó el respaldo de 60 millones de almas, Bolsonaro obtuvo el respaldo de casi 59 millones de electores, más de los 56 millones de votos que había recibido hace cuatro años cuando ganó las elecciones con un Lula descolorido, preso, condenado a 12 años de cárcel en régimen cerrado que luego se transformaron en tres y poco antes de las elecciones fue sobreseído por el Supremo Tribunal Federal (STF) de los cargos por corrupción y otros delitos conexos.

Tras el resultado de las elecciones de segundo turno, los simpatizantes de Bolsonaro se instaron en las puertas de los cuarteles exigiendo que el Ejército tome control de la situación que desbordaba en una descomposición evidente. Las manifestaciones no cesaron de reproducir alegorías propias para romper el sistema que -según los fanáticos- debía resolverse evitando la transmisión del mando a un esquema corrupto como el que encabeza Lula. Las protestas no prosperaron, pero acabaron instaladas sin impedimento alguno.

Los militares que dejaron el poder en 1964 no se sentían ajenos al clamor. Al fin y al cabo, Bolsonaro les había devuelto el aura de intervenir en política. Salir de los cuarteles para ocupar secretarias de Estado y ganar protagonismo creciente.

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Renato Miirelles dice sobre los acontecimientos del pasado domingo en Brasilia: “Episodio inspirado en el radicalismo de los grupos trumpistas asusta y avergüenza al país y podría marcar una ruptura entre los votantes moderados y la derecha radical”.

Entretanto, el teólogo Rodolfo Capler: “Los golpistas destruyeron edificios, documentos públicos y obras de arte que decoraban los locales de los edificios. Las acciones terroristas alarmaron al país, recibiendo la desaprobación del 90% de quienes mencionaron los ataques en las redes sociales (según la investigación de Quaest) y fueron noticia en importantes diarios de Estados Unidos, Europa y América Latina”.

Todos condenan la destrucción del sistema y sus adornos (relojes y cuadros valuados en cientos de miles de dólares), pero poco dicen de la visible polarización que separa las hordas bolsonaristas con la corrupción, aunque, al parecer, los propios magistrados del STF estén dispuestos a perdonarla.

El fin justifica los medios.