Bertrand Russell: el ‘lord’ del pensamiento

Por El Tiempo con dat0s
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Bertrand Russell

Bertrand Russell nació el 18 de mayo de 1872 en Ravenscroft (Gales), en el seno de un hogar de vizcondes y siendo apadrinado por el filósofo John Stuart Mill. Murió el 2 de febrero de 1970 en Penrhyndeudraeth, Merionethshire, Gales.

Su formación infantil estuvo determinada por la lectura de grandes clásicos literarios y filosóficos; pero su gran refugio fue la poesía de Ashley, ya que al haber crecido en un hogar ultra religioso, forjó una personalidad basada en el sentimiento de culpa que le impidió manifestar abiertamente sus emociones. La religiosidad de su hogar llevó a Bertrand Russell a declararse ateo a la edad de 18 y, desde entonces, dedicó parte de su teoría y el resto de su vida a una rebelión contra la religión como responsable de la infelicidad y la coartación de las costumbres de la sociedad.
Pero la necesidad de crear una filosofía o de inaugurar un sistema de pensamiento que les permitiera a las sociedades del mundo vivir una vida humana más tolerable surgió en 1901, cuando, según él mismo, sintió una “iluminación mística” de carácter estético que lo sedujo y terminó enamorándolo, como lo evidencian su estilo, su escritura distante de cualquier retórica emocional, pero en la cual se percibe la armonía entre las actitudes ‘místicas’ y la lógica

“Un poco más tarde hacia 1910, bajo la influencia de lady Ottoline, maduró estas intuiciones hasta convertirse en una de las fuerzas intelectuales más poliédricas e interesantes del siglo XX” (y lo confirman las influencias que, en su pensar, hacer y escribir tuvieron María Montessori y Virginia Woolf).

Analítico y lógico

Existe algún conocimiento en el mundo tan firme y seguro que ningún hombre razonable pueda ponerlo en duda?”, fue la pregunta que guió al inglés Bertrand Russell en su interés por darle forma a la filosofía analítica, una corriente que hizo de la indagación lógica, la matemática y la lingüística los imprescindibles de la cultura llamada occidental, pues reivindicó los valores de los movimientos sociales que, inclusive, por estos días se refuerzan de la mano de su concepto de comprensión que definió como el conocimiento de las razones que apoyan una idea, y conocerlas, a la vez, involucra la reconstrucción de los cimientos sobre los cuales se construyen.

 El defensor de Occidente

Su marcado antimilitarismo y pacifismo –suscitados por haber atestiguado en primera persona la época de entreguerras–, su feminismo e igualdad de género, así como la defensa de la diversidad de opciones sexuales y la lucha contra el tradicional enfoque autoritario de la educación (valores propios de la sociedad occidental), pero, por el otro lado, el rigor técnico con el que abordó su apuesta intelectual marcaron una línea divisoria en su producción académica que, valga la pena aclarar, no se redujo a tratados filosóficos sino que inclusive acaparó una oferta literaria inspirada en la poesía de Shelley, que, a pesar de ser reconocido como un frío científico y una figura pública analítica, le dio esos tintes de calidez y genialidad para recibir un Nobel de Literatura por sus dotes para versar poemas y, hacia el final de su vida, probar el relato corto.

Precisamente, su carácter variopinto es descrito por Broncano: “Un autor que exploró dos polos muy distintos de un pensamiento filosófico: en uno, con estilo sofisticado que, dirigido a filósofos profesionales, trató de la lógica, el lenguaje, el conocimiento y la realidad; en el otro, orientado a un público amplio, y no académico, habló de las formas de vida, las costumbres, la moral y la política”.

En otras palabras, podría ser un cronista o el más costumbrista de los filósofos del siglo XX.