La madre, crónica de las reflexiones sobre un hijo autista

Mikio Obuchi
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autismo, madre hijo
Foto: Pascal Campion

Como muchas madrugadas silenciosas: despiertas, abres los ojos y abrazas con ternura su pequeño cuerpecito, lo miras, entiendes que desde tu vientre siempre estuvo ahí, pero ahora está a tu lado abrazándote, eres su único lugar seguro por el momento. De repente el silencio se rompe, escuchas pues un universo de ideas que empiezan a llover en tu cabeza te quita el sueño y:

Piensas en tu función como madre, meditas que más allá de toda esa imagen de entrega heroica con la que te han martillado la cabeza hasta el cansancio, solo hay una experiencia y es personal, te sientes más como su guía, como una acompañante y como una guardiana, al menos mientras él te necesite y lo puedas acompañar, pero el temor te sobrecoge, sabes que la vida no va a ser tan fácil para tu pequeño, es por ese autismo recién descubierto y te duele.

¿Dolor? ¿Dolor? ¿Dolor? Te preguntas insistentemente y un sentimiento de angustia te responde, pues has visto cómo la sociedad no sabe cómo vivir con este tipo de personas. Solo reconoces la molestia en sus gestos, los ojos torcidos mirando a todo lado cuando un niño con la misma condición que tu hijo reacciona en la calle, los quieres estrangular, sabes que son agresivos con lo que no entienden y sin embargo guardas silencio porque el dolor calla las palabras, la rabia…shhhhhh.

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No es miedo, es dolor producto de la impotencia y sientes enojo, incluso hacia tu familia que no entiende y es incapaz de ponerse en el lugar de tu pequeñito. Si al menos supieran lo mucho que cuesta sentirse como tú, asustada y culpable ante el futuro incierto de tu pequeño. Solamente ven a un chiquillo inquieto, que quiere tocar todo y que hace berrinches, pero no ven que ese niño no puede controlar eso, pues es diferente al resto, no mejor ni peor, simplemente es distinto: aprende de otra forma, se comunica de otra forma, expresa su amor de otra forma y es en esta madrugada que te abraza firme con sus pequeños bracitos, por ahora eres su lugar seguro, su mejor compañera de juegos, eres su mamá.

La culpa te tortura, te sientes culpable por su condición, lo decidiste traer al mundo y no sabías lo que venía con él, pero: ¿es tú culpa? O simplemente es la vida abriéndose paso entre tus brazos para ver un mañana que es difícil, vivir es arduo y para él seguro lo va a ser más. Pero, si piensas que la vida va abriéndose paso tú eres la herramienta que le va enseñar a hacerlo, la vida no busca culpables, la vida simplemente es; sin embargo, lo que te dices no te convence, así como los que te rodean no te entienden por el simple hecho de no ser tú, esa es la verdadera cara de la soledad. Estas sola, te sientes culpable y estas asustada. Y es que ser madre también significa temer y estar insegura, por ti y por él.

Tratas de cerrar los ojos y notas como sonríe, piensas en sus juegos, él es el auto de mamá, ese cuerpecito pequeño que sueña que es un auto, sus brazos son las llantas, su cansancio es la batería que se ha descargado. El temor se va y se vuelven ganas de dormir…Pero…la cabeza sigue y va a seguir martillándote todos los días de tu vida.

Piensas cómo es de sociable con los niños, va y les habla, es hipersensible al mundo, pero ante todo es tu niño, el que te hace madrugar cada mañana, el que te hace temer y te quita el temor. Sí, tiene una condición, pero es tuyo y no sabes cuánto lo amas, ahora cierras los ojos porque aún es temprano… Lo sientes. Se mueve y ves que balbucea algo, pero ¿qué sueña?…

 

Continuará…

 

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