La recomposición del MAS y de traiciones

Carlos Rodriguez San Martín
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Evo Morales y Alvaro García , MAS
Foto: ADE

Mientras el expresidente incursiona en ataques furtivos para herir de muerte a sus adversarios, ocurre que se apilan sobre él un vasto escenario de cadáveres de su propia escaleta política, quienes lo entronizaron alborotados en la cumbre del poder por 13 largos años. Morales no tiene quien lo escuche, acude como indefectiblemente lo ha hecho –aunque ahora sin blindaje- a sus entrevistas por la RKC que está ubicada en el centro neurálgico del corazón del trópico de Cochabamba, el territorio donde aún manda y despotrica.

Esta semana, los medios de cobertura de la radio cocalera, han iniciado sus ediciones con el revuelo. Evo mandando por los aires los títulos de Álvaro -con que esas cosas de que doctorado y maestrías no entiende- y una vez más, lo que se ha convertido en algo muy común dentro del MAS, habla de traiciones.

Además, entonado en la radio, ha dado a entender componendas del exvicepresidente, en noviembre de 2019 y acude al prontuario numérico. Dice, por ejemplo, que no allanaron su casa, “como las de muchos compañeros”. Ese es el rasgo característico de Morales, es decir, las tensiones se miden por el grado de dolor que provocan. Habría que preguntarle qué entiende con eso. Al frente, un cocalero hecho periodista que recurría al ¡Ahhh! ¡Ohhh! ¡Ummm! por la hazaña de entrevistar al presidente de las seis federaciones de la hoja de coca, que relata la historia a su manera.

También, sin pasar la línea de fuego delgada que separa a los revolucionarios de la realidad, nadie, claro, le consultó por las casas incendiadas, la de la periodista Casimira Lema y la del exrector de la UMSA, Waldo Albarracín. En medio del festín y gritos ¡¡Ahora si Guerra Civi!! que se desvanecieron en el contemplativo escenario de escape, junto, claro está, a Álvaro, su compañero de marras que ahora pasa a ocupar en calidad de traidor al otro bando por sugerir que la fórmula de unidad del masismo le debe la imagen renovadora de Andrónico Rodriguez.

Hay toda esa fuerza bruta que se desata detrás de un animal herido. Hay en todo, una escena de drama, la ponzoña que bebe, las palabras que dispara sin remiendos que lo alejan del placer de oírlo o gustarlo. Álvaro, en el mismo lugar, eclipsado en el epitafio que acompaña el mismo nombre.