La Paz (ciudad) herida de muerte

Por Carlos Rodriguez San Martín
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La Paz, urbanismo

Cuando a un niño se le cae el helado de cono al piso no hace más que llorar o querérselo chupar en el piso. Ayer fue un día desafortunado para La Paz, hoy fue otro día desafortunado para La Paz, todos los días son desastrosamente desafortunados para La Paz. Camino de retorno a casa por el puente que une la avenida Mecapaca, en realidad nunca supe el nombre verdadero de esta avenida, antes conocida como la de Las Cholas, hasta que se trasladaron al lugar donde se encuentran ahora. Una idea de ordenamiento no hace mal a nadie; letreros para saber dónde estás. Caminé por esa avenida cubiertas las aceras de un polvo denso entre embajadas y centros comerciales, el Shopping Sur, el moderno edificio del BNB, hoteles y bancos; bueno es un desastre, hay que pasar saltando las capas del polvo fino que arruinan la estética histórica y la elegancia de esta pobre ciudad; tus zapatos y tu cabellera, el polvo en tus pestañas y en las orejas, en tus propias entrañas. Me sentí un niño con el helado de cono en el piso y tuve ganas de llorar, ganas de todo y de nada. Y todo sigue igual.

Hace un mes el puente que conecta esta avenida de la que no sé el nombre (sin un letrero que la indique) fue trágicamente devorado por las aguas del angosto rio que separa la Av. Costanera del barrio La Florida, a pocos pasos de la Unidad Educativa Santa Rosa que ese día fue inundada por las mugres aguas, piedras, palos, calaminas y hojas que arrastró el torrente del rio. Cada escuelita o colegio indistintamente fiscal o particular por tradición y exceso de azucares en la sangre tienen infaltablemente una, dos o más puestos de “dulceras” que venden todas las variedades existentes de golosinas; se salvaron ese día de ser arrastradas por la corriente. El único zapatero a menos de cinco metros vio como las aguas negras pasaban encina de su caseta, le preguntas cómo esta y con humor con dientes desdentados dice: “he vuelto” y ríe. Has vuelto, digo y río con él.

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Este es apenas el preámbulo de una ciudad herida de muerte. Hace un mes el puente sigue deshecho, sin aceras, el parque automotor (minibuses, camiones, volquetas, Pumas, autos viejos modelos, autos nuevos modelos, radio taxis, carcachas, espectaculares últimos modelos, etc. y un largo etcétera y etcétera) circulan por el puente colapsado; además de la Unidad Educativa Santa Rosa, ciclos primario y secundario, alrededor de 300 estudiantes que circulan por el peligroso puente, llegan blancos de polvo, aturdidos por sortear las movilidades que se ha subido a las nubes y los jardines que algo moderaban este desolador panorama de una La Paz herida de muerte, están crecidos medio metro de altura. En algunos los municipales le han colocado letreros “prohibido dentrar”.

Estudiantes de los colegios San Andrews, La Salle caminan; pobres angelitos calladitos de un “que importa” pasan el puente de la muerte que como este son todos los puentes en La Paz; sus jardineras sin flores, sus parques con el pasto crecido, el descuido inaudito de esta ciudad, no cuenta.

Me digo dónde he perdido el helado de cono, creo que hace años, pero nunca como ahora, pienso y el bocinazo de un desequilibrado mental conductor, me hace volver a la insoportable realidad de una La Paz herida de muerte.

 

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