Silicon Valley solía recompensar la innovación: ahora se esfuerza por sabotearla
La creencia generalizada en sector tecnológico es que las grandes empresas se guían por la inercia. Cuanto más consolidadas están, más se estancan y más vulnerables son a la disrupción de una startup ágil. Silicon Valley se fundó sobre el principio de que los recién llegados pueden actuar rápido y romper moldes, dando lugar a innovaciones que transforman el mundo.
Sin embargo, el sector ha perdido esta esencia. El año pasado, un par de economistas descubrieron que las startups respaldadas por capital riesgo casi nunca acaban saliendo a bolsa. No sustituyen a los gigantes tecnológicos, sino que éstos las compran. Esto es así en Silicon Valley desde hace al menos una década, en la cual la gran mayoría de las startups han sido adquiridas por las mismas cinco empresas: Alphabet, Amazon, Apple, Meta y Microsoft.
Desde que Joe Biden fue elegido como presidente de Estados Unidos, la Comisión Federal de Comercio y el Departamento de Justicia de EEUU han estado investigando las fusiones y adquisiciones tecnológicas en busca de pruebas de comportamiento antimonopolio. ¿Las grandes empresas tecnológicas han socavado ilegalmente la competencia al comprar a sus rivales? Es una buena pregunta, pero quizá sea la equivocada. Un nuevo artículo de dos destacados académicos sugiere que, en la actualidad, las grandes tecnológicas no necesitan recurrir a las compras para aplastar a las empresas emergentes. Lo que hacen es utilizar su considerable efectivo y su poder para desbancar a potenciales rivales desde dentro, un proceso que los académicos denominan “cooptación de la disrupción”.
Según el nuevo estudio, elaborado por los expertos en tecnología Mark Lemley, de la Universidad de Stanford, y Matt Wansley, de la Facultad de Derecho Cardozo, los gigantes tecnológicos están desplegando una serie de astutas maniobras corporativas para debilitar a sus competidores. Cuando surge una amenaza innovadora para su modelo de negocio (coches autónomos, realidad virtual o inteligencia artificial), se esfuerzan por ayudar a las pequeñas y prometedoras startups. Entran en sus consejos de administración. Les dan grandes inyecciones de dinero y acceso a datos seleccionados. Incluso presionan al gobierno en su nombre. Pero mientras tanto, según los expertos, utilizan su aparentemente benévolo apoyo para proteger sus propios intereses, alejando sutilmente a estas nuevas empresas de la innovación y orientándolas hacia proyectos que refuerzan el statu quo.
Trabajando desde dentro, convierten a las startups en perritos falderos que apoyen sus propios intereses.
Este problema no es académico. La cooptación de startups no solo anula la competencia, sino que acaba con la innovación. Casi todas las empresas de coches autónomos han abandonado sus planes de servicios de taxi autónomo para centrarse en cosas de menor calado, como el control de crucero adaptativo. Las compañías de realidad virtual trabajan en software de reuniones virtuales para el metaverso. Las empresas de IA que podrían haber revolucionado el descubrimiento de fármacos o la optimización de la ingeniería se dedican ahora a las búsquedas, el servicio de atención al cliente o la redacción de ensayos universitarios. Sin rivales para las grandes empresas, la innovación se ralentiza. Algunos economistas creen incluso que otras startups en las mismas vías que las cooptadas dejan de esforzarse tanto, por miedo a ser compradas y eliminadas por las grandes tecnológicas.
Esta nueva teoría del comportamiento anticompetitivo podría cambiar las reglas del juego a la hora de frenar el poder sin precedentes de los gigantes tecnológicos. Ofrece a los reguladores una forma de acabar con las empresas monopolísticas antes de que intenten comprar a los jóvenes innovadores. “La forma tradicional de concebir la amenaza que supone para la innovación la reducción de la competencia tiene que ver con la concentración del mercado. Ahora vamos un poco más lejos. Cuando se llega a la fase de adquisición, puede que sea demasiado tarde”, afirma Wansley.
Lemley y Wansley comienzan su investigación con una pregunta: ¿Por qué han transcurrido dos décadas desde el surgimiento de la última gran empresa tecnológica disruptiva que dominó el mundo? Apple y Microsoft se fundaron a mediados de los 70; Amazon y Google en los 90. Facebook, el bebé del grupo, se fundó en 2004. El iPhone salió en 2007. ¿Qué podemos decir de estos 20 años de capital riesgo?
La respuesta parece ser la siguiente: otra industria aterrorizada por la competencia. A estas alturas, las grandes tecnológicas miran a las startups como los malvados imperios alienígenas de la ciencia ficción miran a los planetas indefensos. A veces actúan como los Borg de Star Trek, asimilando las “características biológicas y tecnológicas” de sus competidores para hacerse más malvados. Aquí en la Tierra, la compra de empresas pequeñas para acceder a su tecnología o a su personal se denomina “adquisición”, como cuando Facebook compró Oculus y la convirtió en Quest. ¿Y si la empresa más pequeña no quiere ser adquirida? Bueno, la resistencia es inútil.
O a veces, como los Daleks genocidas y xenófobos de Doctor Who, las empresas poderosas simplemente exterminan a su competencia. En 2021, un equipo de investigadores de Yale y la London Business School descubrió que entre el 5,3% y el 7,4% de las fusiones y adquisiciones de la industria farmacéutica tenían el objetivo de socavar la competencia. La empresa más pequeña tenía un medicamento que podría haber amenazado una píldora producida por una de las grandes, y: pew pew. Se acabó la pequeña.
En cierto sentido, una empresa dominante no tiene más remedio que actuar así. Sus jerarquías de mandos intermedios, clientes y consumidores centrados puramente en el producto y el marketing, además de cientos de millones invertidos en infraestructura técnica, no les permiten innovar. “No es algo sobre lo que la gente escriba o hable. Pero está en el aire si estás en Silicon Valley y hablas con inversores de capital riesgo. Es un problema”, dice Lemley.
Y cuanto mayor es la empresa, mayor es el riesgo financiero de cualquier perturbación o cambio, por pequeño que sea. Como un rey malvado que se enfrenta a la profecía de que un día será derrocado por un primogénito del reino del bosque, la empresa tiene que matar a todos los niños, para mantenerse segura.
La cosa es que los asesinatos masivos de primogénitos tienden a llamar la atención de los reguladores. ¿Y si el malvado rey adoptara a todos los bebés? ¿Criarlos ricos y mimados en el castillo, distraerlos con perspectivas románticas, enseñarles a explotar a los campesinos? Entre la asimilación o el asesinato hay “una tercera posibilidad”, señala Wansley: “No es que el comprador se haga con la startup y acabe con su tecnología, sino que reorienta sus activos hacia algo más rentable”.
Eso es lo que están haciendo los gigantes tecnológicos. ¿Cómo lo hacen? En primer lugar, confiando en la red de inversores de capital riesgo de Silicon Valley como sistema de alerta temprana de posibles disruptores. Los inversores de capital riesgo detectan antes que nadie las tendencias y las empresas emergentes que algún día podrían suponer una amenaza para el establishment. Y nada se lo impide. Como observa Lemley, forma parte del “flujo natural de información” de Silicon Valley que un inversor informe a un Google o a un Microsoft sobre las prometedoras recién llegadas que están respaldando. “Si soy un inversor de capital riesgo, ¿cómo voy a conseguir el mejor acuerdo para mi cliente en este sector? El mejor trato podría ser, vender al pez pequeño”, dice Lemley.
Cuando un gigante recibe un chivatazo sobre una startup que podría amenazar sus resultados, puede invertir estratégicamente sus enormes reservas de efectivo en la empresa en ciernes. Eso es precisamente lo que está ocurriendo con la inteligencia artificial: Microsoft posee el 48% de OpenAI, líder indiscutible de este campo. Alphabet y Amazon han invertido miles de millones de dólares en la startup de IA Anthropic. Cuando se fundaron las dos empresas de IA, dice Wansley, ambas estaban preocupadas por lo que pasaría si uno de los gigantes tecnológicos empezaba a mirar en su dirección. Ahora, ambas están directamente influenciadas por las mismas empresas contra las que se propusieron competir. Y como las inversiones de las grandes tecnológicas suelen ir acompañadas de un puesto en el consejo de administración de una startup, según Wansley, los gigantes tecnológicos están en una posición ideal para empezar a empujar a la empresa en una dirección que va a ser menos competitiva.
Pero el dinero no es la única arma que las grandes tecnológicas pueden desplegar para cooptar a un competidor potencial. Como las grandes tecnológicas han acumulado enormes depósitos de datos sobre el comportamiento de los usuarios, pueden elegir con quién los comparten y en qué medida. Los documentos filtrados de la fase de descubrimiento de una demanda contra Facebook en 2015 mostraron que la empresa repartía el acceso a los datos de forma preferente, permitiendo a sus aliados más acceso que a sus competidores potenciales. Los datos que las grandes empresas comparten o no comparten pueden desempeñar un papel decisivo en la configuración del trabajo de una startup.
Por último, las grandes tecnológicas utilizan su influencia en el Capitolio para imponer normas más estrictas a las startups a las que aparentemente intentan ayudar. Por eso, gigantes como Meta testifican ante las audiencias del Congreso y piden más supervisión gubernamental para “amenazas” como los coches robot o la IA. Quieren asegurarse de que las normas les favorecen a ellos y desfavorecen a las empresas que están fuera de su zona de protección. Puede que las grandes tecnológicas odien la regulación, pero no les importa utilizarla para regular cualquier nueva empresa que pueda acabar amenazando su dominio del mercado.
La cooptación de startups es una estrategia inteligente. Es mucho más fácil (y menos obvio) que comprar un competidor y cerrarlo. Y si no funciona, siempre queda la opción nuclear. “Si todas esas otras estrategias fallan (inversiones, ocupar un puesto en el consejo de administración o jugar duro con las redes de datos y la regulación), entonces aún pueden comprar la startup. Es un poco sutil, ¿verdad?”, dice Wansley.
Lo es, pero por eso es tan eficaz. Según Florian Ederer, economista de la Universidad de Boston, las adquisiciones más agresivas son relativamente fáciles de demostrar. “Es mucho más difícil demostrar que una empresa ha sido absorbida con la intención de cambiar su enfoque para que no sea tan competitiva”. Es aún más difícil demostrar que los consumidores sufrieron algún perjuicio. Las empresas cooptadas no mueren y siguen siendo nominalmente independientes. Los fundadores y los inversores se enriquecen de todas formas.
¿Cómo sabemos que las startups están siendo cooptadas por las grandes tecnológicas? Una prueba es que algunos de los actores más poderosos de Silicon Valley están empezando a quejarse de ello. Elon Musk ha demandado a OpenAI para evitar que comparta su tecnología con Microsoft. El inversor de capital riesgo Marc Andreessen tuiteó el mes pasado que las big tech y las startups en IA están “presionando como grupo con gran intensidad para establecer un cártel protegido por el gobierno”. Sabes que las cosas van mal cuando los más grandes del barrio empiezan a quejarse de ser víctimas.
Wansley y Lemley sostienen que los reguladores deben intervenir, no para restringir la competencia, sino para darle alas. Para empezar, dicen, los reguladores deberían reforzar y hacer cumplir las normas existentes que se supone impiden que los ejecutivos se sienten en los consejos de administración de sus competidores. En la década de 2000, el CEO de Google estaba en el consejo de Apple. En 2022, el Departamento de Justicia de Estados Unidos obligó a siete directivos de empresas de capital riesgo a dimitir de los consejos de cinco de sus competidores directos en los sectores espacial, de tecnología educativa y de energía verde. Microsoft ocupa actualmente un puesto en el consejo de administración de OpenAI. Técnicamente es solo un papel de observador, sin voto. Pero, venga ya.
El objetivo principal de los expertos con los que he hablado es más amplio que cualquier regulación específica: solo quieren que los organismos de control reconozcan las nuevas y sutiles formas en que los gigantes tecnológicos están cerrando el paso a la competencia y la innovación. Por supuesto, la gente sigue fundando empresas tecnológicas y sus startups siguen recibiendo financiación. Pero cada vez más, están sirviendo básicamente como granjas para las grandes ligas. “Las empresas tradicionales están mucho más atentas a las presiones competitivas de las nuevas y las afrontan de forma más agresiva y temprana”, afirma Ederer.
Los organismos reguladores, por su parte, parecen darse cuenta. A finales de enero, la Comisión Federal de Comercio de Estados Unidos ordenó a Amazon, Microsoft y Alphabet que compartieran la información de sus inversiones en inteligencia artificial. OpenAI y Anthropic recibieron la misma carta: enviar toda la documentación sobre los vínculos financieros entre ellos y las grandes empresas que los financian.
Es un comienzo prometedor. Si la tecnología va a hacer lo que siempre ha hecho, es decir, resolver grandes problemas, generar valor, crear empleo y oportunidades, Silicon Valley necesita tanta competencia como sea posible. “Solíamos tener estos ciclos de disrupción competitiva. Microsoft domina el mundo, aparece Internet y se lo pierden. IBM domina el mundo, y aparecen los Dell del mundo, y ya no mandan. Eso es lo que nos gustaría recuperar”, afirma Lemley.
Las startups abrieron una época dorada de innovación tecnológica. Tal vez, si encontramos la forma de evitar que sean cooptadas, puedan volver a hacerlo.