Como se sabe los aliados de la OTAN han aprobado que armas de la alianza sean usadas en la frontera de Rusia con Ucrania.
El caso ha vuelto a encender las alarmas ya que las anexiones de Crimea y una parte de Georgia han dado pie a una monumental tendencia de que bajo esas fronteras la guerra alastre sin temores una mayor cacería de civiles y sea imposible revertir el temor de un conflicto extendido en toda Europa, lo que los propios europeos no parecen precisar con detalle.
Siguiendo el manual del Kremlin, Bidzina Ivanishvili, gobernante de Georgia, busca eliminar las ONG financiadas con fondos extranjeros, suprimir los medios de comunicación independientes y erradicar la oposición política. Su determinación de establecer un régimen autoritario refleja su armonía de intereses con el presidente ruso Vladimir Putin, buscando amortiguar el uso de organizaciones no gubernamentales y de la propia prensa en la desinformación que juega un papel clave en toda guerra.
Pero además la apuesta de los líderes políticos occidentales es preocupante ya que las guerras en curso en Ucrania y Gaza, corren el riesgo de perder su influencia geopolítica en un país pequeño, pero estratégicamente significativo del Mar Negro: Georgia.
El 29 de abril, en una de sus raras apariciones públicas, Bidzina Ivanishvili –fundador y líder de facto del gobernante partido Sueño Georgiano y multimillonario solitario- acusó a Estados Unidos y a la Unión Europea de ser un “partido de guerra global” occidental e inmiscuirse en los asuntos internos de Georgia.
Siguiendo el ejemplo del manual del presidente ruso Vladimir Putin, Ivanishvili prometió reintroducir una ley sobre “agentes extranjeros”, que etiquetaría a las organizaciones que reciben más del 20% de su financiación del exterior como bajo influencia extranjera. La ley al estilo del Kremlin permitiría al gobierno eliminar las ONG que trabajan por la democracia y el Estado de derecho, suprimir los medios independientes y erradicar la oposición. Teniendo en cuenta esto, la conclusión del discurso de Ivanishvili, en el que prometió la adhesión a la UE sonó como una broma orwelliana.