Con la atención global en los crímenes y la destrucción israelí en Gaza, la coalición de Benjamin Netanyahu registra récords de confiscación de tierras palestinas en Jerusalén y Cisjordania, así como de recursos para nuevas viviendas en los asentamientos ilegales y la regularización de puestos de avanzada. Amparados por su Gobierno, los colonos son el engranaje de esta expansión de la ocupación y de los procesos de anexión, mientras los palestinos siguen quedando abandonados en la defensa de sus territorios.
En la colina más alta de Jabal Sabih, área próxima a la ciudad de Nablus, una bandera con la estrella de David se impone sobre las poblaciones palestinas. Los colonos israelíes llaman al terreno Eviatar, un puesto de avanzada o outpost (en la jerga de la ONU y las oenegés) que no para de crecer en las tierras de la aldea palestina de Beita.
Eviatar es una muestra fiel del modus operandi de la colonización israelí en los Territorios Palestinos ocupados, la cual hoy Israel está extendiendo con rapidez bajo el radical gobierno de Benjamin Netanyahu, que aprovecha la inquietud centrada en su sangrienta invasión de Gaza y en cómo contener un conflicto mayor en la región.
Aunque el avance de los puestos de avanzada y asentamientos israelíes en Cisjordania y Jerusalén Este –ilegales bajo el Derecho Internacional– no es una estrategia exclusiva de la Administración de Netanyahu (en el poder desde diciembre de 2022), su coalición sostenida por partidos de extrema derecha, racistas y ultranacionalistas, es la que más ha acelerado la agenda anexionista israelí.
En parte, por ministros supremacistas judíos que a su vez son colonos como Bezalel Smotrich, que además de encargarse de la cartera de Finanzas, controla los asuntos civiles en Cisjordania. Sus poderes sobre la ocupación y la tierra palestina –poderes transferidos del Ejército a funcionarios pro-asentamientos– son cada vez más amplios, y según declaraciones filtradas, cada vez se refleja más su intención de anexar Cisjordania ocupada.
Estableceremos la soberanía. Primero, sobre el terreno; y, luego, a través de la legislación. Tengo la intención de legalizar los asentamientos jóvenes (los asentamientos ilegales). La misión de mi vida es frustrar el establecimiento de un Estado palestino –dijo Smotrich en junio, durante una reunión de su partido (Sionismo Religioso)–.
Así, según la ONG hebrea Peace Now que supervisa la ocupación israelí en Cisjordania y Jerusalén, desde el 7 de octubre, el Gobierno ha aprobado planes para la construcción de más de 8.700 nuevas casas en asentamientos, ha confiscado y declarado unilateralmente “estatales” 2.419 hectáreas de tierras palestinas –casi la mitad del total de lo apropiado tras los acuerdos de Oslo de 1993–, y ha ordenado legalizar cinco colonias que eran ilegales incluso para la legislación israelí.
Entre ellas está Eviatar que, después de varios intentos desde 2013, en 2021 se erigió como escena de referencia para políticos a favor de la ocupación, que organizaron marchas multitudinarias para exigir su regularización.
Hoy, en el rol de ministros, muchos siguen frecuentando el lugar, como lo hicieron el 1 de agosto pasado Yitzhak Goldknopf (de Construcción y Vivienda) y Orit Strook (de Asentamientos y Misiones Nacionales).
“Gaza o Cisjordania, todo es la Tierra de Israel”
“El aire aquí es especial”, afirma Ayelet Schlissel, una de las denominadas “fundadoras” de Eviatar. Decidió ocupar este sitio montañoso tras dejar su vivienda de dos pisos en Ariel, de los asentamientos más grandes de Cisjordania, que funciona como una ciudad con campus universitario y múltiples urbanizaciones israelíes.
Schlissel oficia de portavoz de esta rústica comunidad, con casas prefabricadas y custodiada día y noche por varios militares. Las obras de expansión son constantes en Eviatar y durante nuestra visita saltan de inmediato a la vista.
Mientras jóvenes colonos –vemos al menos uno armado con un fusil y una pistola– caminan por pequeñas avenidas bautizadas con letreros de calles y un grafiti del antiguo Templo de Jerusalén, otros cortan planchas de madera, atornillan placas y preparan futuras instalaciones, como una guardería para los numerosos niños pequeños que habitan y suelen jugar en el parque infantil, la construcción más elaborada de todo el outpost.
Precisamente, el germen de estos puestos de avanzada son las cimas de las colinas palestinas, donde grupos de colonos se instalan con carpas o casas rodantes o, cada vez más, unos pocos pastores llevan sus ovejas, lo que les permite controlar más territorio con un menor número de personas e infraestructura.
Estos emplazamientos precarios, que inician sin permiso gubernamental, luego reciben igualmente el apoyo estatal.
Israel les suministra en Cisjordania ocupada servicios básicos como el agua y la luz (con tendido eléctrico y placas solares); caminos, redes de comunicación o vigilancia; hasta que, al final, legaliza muchos de estos puestos, que son los embriones de futuros asentamientos.
Schlissel justifica la formación de estas colonias como una “respuesta” a los ataques armados de palestinos. De hecho, Eviatar toma su nombre de Eviatar Borovsky, víctima de un acuchillamiento en abril de 2013, en un cruce cercano. Y allí también se produjo la muerte de Yehuda Guetta en un tiroteo en mayo de 2021.
Lo que Ayelet omite es que los ataques de israelíes armados son mayores y no hacen más que aumentar en Cisjordania ocupada, con alrededor de 1.250 agresiones registradas desde las masacres de Hamás, de acuerdo a la Oficina de Asuntos Humanitarios de la ONU (OCHA). De estos, unos 250 asaltos causaron muertos o heridos (al menos 12 civiles palestinos han sido asesinados por colonos judíos y de otras seis víctimas no se pudo determinar si murieron por fuego de colonos o del Ejército, que los apoya y protege durante sus violentas invasiones).
Mientras dichos ataques han forzado el desplazamiento de casi 1.400 residentes palestinos, OCHA contabiliza que este año hubo al menos 27 agresiones procedentes de tres de los cinco outposts legalizados, incluidos dos perpetrados por colonos de Eviatar.
Para Ayelet Schlissel, más allá del argumento de la “seguridad”, instalar asentamientos no solo en Cisjordania sino también en Gaza y en el sur de Líbano “es lo mínimo que debemos hacer”: “Este es el único lugar para el pueblo judío, como lo prometió Dios en la Tanakh (la Biblia judía)”.
De ahí que los colonos, que representan ya el 15% de la población de Cisjordania, sigan intentando defender que no son ocupantes, que están regresando a la tierra ancestral de “Judea y Samaria” (nombre bíblico con el que designan el territorio de Cisjordania), de la que fueron expulsados hace 2000 años y que, por lo tanto, tienen un ‘derecho divino’ que prevalece sobre todo lo demás.
Sarah Lisson, madre de siete hijos y afincada en Eviatar, es nacida en París, de madre belga y abuela húngara. Al lado de Ayelet, detalla sus raíces para explicar “lo que ha pasado con el pueblo judío”, que “por 2000 años no ha estado en su nación” y que “incluso hoy no está en su lugar que es aquí, en la Tierra de Israel”.
“No hay fronteras, Gaza, Judea y Samaria, todo es la Tierra de Israel”, insiste Sarah, haciendo referencia a los límites bíblicos de las Tribus de Israel, que abarcaba también partes de Jordania, Siria y Líbano.
Para esta colona franco-israelí, la ocupación –ratificada en julio como “ilegal” por la Corte Internacional de Justicia (CIJ), tribunal que también insta a evacuar a los colonos, desmantelar los asentamientos y devolver las tierras a sus residentes originales– “no es verdad”, sino que es un argumento de los palestinos “para matarnos todo el tiempo” y es “una trampa en la que caen los países del mundo”.
“El Derecho Internacional es una mentira”
Más allá de la autojustificación religiosa, nacionalista o política, el camino a la legalización israelí de un puesto de avanzada puede ser largo. Yehuda Shimon vive en Havat Gilad, una colonia instalada en 2003 y de la que hace cinco años el Gobierno hebreo anunció su legalización. Algo que aún no se ha hecho efectivo para esta población de unas 100 familias, ocupantes en viviendas más elaboradas y con más recursos que las de Eviatar.
El abogado y líder de esta comunidad de colonos radicales vive en dos casas móviles unidas, junto a su esposa y sus diez hijos. Durante toda la entrevista, nunca abandona una sonrisa irónica y un tono desafiante al responder.
Se pregunta “¿por qué vienen a hablar conmigo?” y no quiere que “alguien de afuera de Israel venga a decirme cuáles son mis derechos aquí, porque esta es mi tierra”.
“Es nuestra nación, la nación judía. Somos hijos de Abraham, Isaac y Jacob, somos el mismo pueblo de la Biblia”, insiste al igual que Sarah.
Por eso no sorprende que, al consultarle sobre la ilegalidad de la ocupación y los asentamientos –con al menos 25 nuevas “granjas”– responda que “el Derecho Internacional es una broma, una mentira, no existe, solo se habla de él cuando pasa algo en Israel”.
Tampoco le preocupan las sanciones que, tímidamente y con impacto incipiente, han empezado a aplicar algunas naciones aliadas de Israel, como Estados Unidos o Reino Unido, a líderes colonos. “No pasa nada. Tengo muchos amigos con esas sanciones. Se levantan cada mañana, comen, rezan, viven de la misma manera”, resuelve.
En este panorama de violencia e impunidad, Yehuda desde Havat Gilad y Ayelet desde Eviatar coinciden sobre todo en una intención: el día que se complete la legalización de sus colonias –lo que, entre otras cosas, les permitirá construir viviendas permanentes con permiso o planificar el desarrollo urbano–, se irán a montar otros puestos de avanzada para presionar por su regularización y expansión.
Una expansión que, para Yehuda, tampoco puede terminar en Cisjordania.
“Por supuesto que debemos volver a la Franja. Solo es una cuestión de cuándo –sentencia como excolono en Gaza–. Incluso debemos instalarnos al otro lado del río Jordán (Jordania) porque tenemos poco espacio. No tenemos un gran país. Pero somos creyentes, y si creemos en Dios, tenemos que ir al lugar que él nos dio. Porque este es el único lugar para nosotros”, agrega.
A lo mencionado, Peace Now también informa que en más de diez meses la coalición ha pavimentado decenas de carreteras, “que se estima se extienden por decenas de kilómetros para establecer más puestos y apoderarse de tierras adicionales”, y ha reconocido como elegibles para financiación gubernamental 70 outposts ilegales, los cuales empezarán a contar con edificios públicos y los conectarán al agua, la electricidad y a otras infraestructuras.
Razón por la cual el Gobierno ha duplicado el presupuesto del Ministerio de Asentamientos y los fondos asignados a la División de Asentamientos. “En las últimas décadas se han invertido ingentes recursos en crear hechos irreversibles sobre el terreno (…) Los asentamientos israelíes han impuesto una realidad de un solo Estado en el que los israelíes gozan de plenos derechos y a los palestinos se les niegan las libertades básicas“, denuncia la organización.
Los palestinos, arrinconados ante el avance de las colonias
De los cinco puestos ilegales regularizados en julio por Israel (Eviatar, Givat Assaf, Sde Ephraim, Adorayim y Nahal Heletz), el que está más al sur en Cisjordania ocupada es Nahal Heletz, un proyecto de asentamiento que pretende impulsarse en tierras de la aldea palestina de Battir, en el área de Belén, en parte de un sitio catalogado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 2014.
Denominada “tierra de olivares y viñas”, el organismo de Naciones Unidas destaca aquí 11 kilómetros cuadrados de “paisaje cultural del sur de Jerusalén” con “cultivos en terrazas escalonadas” y un sofisticado sistema de irrigación que han sido mantenidos por habitantes locales durante miles de años.
Sin embargo, los planes del Ejecutivo de Netanyahu dañarían no solo la zona –contrariando la convención sobre el patrimonio mundial, de la que Israel es firmante– sino la historia de generaciones de Mohammed Awina.
Este doctor palestino tiene las tierras de sus antepasados en el sector y constata en las legalizaciones del Gobierno israelí una meta clara: conseguir que el nuevo asentamiento (Nahal Heletz) se conecte con otros creando “una línea que, cuando esté completa, dejará a todas las aldeas al oeste de Belén completamente aisladas del centro”.
“El objetivo de esta estrategia es dividir los territorios al oeste de Cisjordania en áreas aisladas para que sean más fáciles de ocupar, con el fin de evitar cualquier posible establecimiento de un Estado palestino, apunta Mohammed, en sintonía con oenegés israelíes y palestinas.
En su terreno, donde solía plantar olivos y árboles frutales, solo quedan unos pocos en pie. Desde hace décadas, el Ejército ha destruido sistemáticamente sus cultivos e infraestructura (como tanques de agua o las cercas) de manera que, de acuerdo a Mohammed, valiéndose de una ley heredada del Imperio Otomano, al cabo de 15 años, las autoridades israelíes pudieran alegar que las tierras están abandonadas y así declararlas como estatales.
Desde octubre, además, en sus tierras se erige un puesto de avanzada de colonos que se está ampliando con el respaldo del Estado israelí.
“Nos dijeron que (a los colonos) les habían dado permiso para traer ovejas. Pero mira, han hecho caminos, han puesto un tendido eléctrico, casas, y ahora viven unas cinco familias“, nos señala desde una distancia prudente Mohammed, que pasa del inglés al árabe, y en este último idioma masculla que si los colonos nos ven, podrían amenazarnos, como en ocasiones pasadas.
“Recientemente, en todos los Territorios Palestinos –agrega, en referencia a ese modus operandi, a cómo se están estableciendo nuevas colonias en Cisjordania–, la historia comienza con un pastor y unas ovejas. Luego traen una caravana. Más tarde montan un refugio para el ganado, y así se instalan en uno o dos años”.
La situación, confiesa este doctor de Belén, solo ha empeorado desde el 7 de octubre.
A ratos serio por la gravedad de su caso, a ratos con sorna por la ironía del mismo, dice que si antes podía entrar en sus terrenos o incluso discutir con sus ocupantes, después de los ataques de Hamás se volvió imposible.
“Tienen acceso para hacer lo que quieran y encima ahora les dan (el Gobierno) armas. Pueden matarnos y nadie les va a preguntar por qué lo hicieron“, acusa resignado.
No obstante, y a sabiendas de que es una lucha injusta y desigual, Mohammed ha acudido a los tribunales israelíes para defender su propiedad, que sostiene con documentos de titularidad que se remontan a los tiempos otomanos. A esa decisión él achaca que, de la noche a la mañana y sin motivo aparente, las autoridades israelíes se animaran a revocarle su permiso de entrada a Jerusalén, de donde es oriunda su esposa.
No es difícil para cualquiera que tenga un poco de humanidad entender que no pueden impedirte vivir lejos de tu familia por motivos políticos. Esto es fascismo. Este es un sistema racista. Te quita la tierra y te impide acudir a los tribunales
“No me permiten vivir con mi esposa en Jerusalén. Cuando les pregunté por qué no me renovaban el permiso, me dijeron que era porque soy considerado ‘una amenaza a la seguridad del Estado de Israel’. Si fuera realmente una ‘amenaza’, no estaría en las calles. Esa no es la razón. Tienen miedo porque recurrí a las cortes por el problema de mis tierras”, detalla.
Aunque en su rostro y sus palabras se aprecia el dolor de “sentir que no tienes ningún derecho, que no eres nada”, Mohammed, como la mayoría de los palestinos, promete no renunciar: “No les tengo miedo y voy a pelear hasta el último momento de mi vida para recuperar mis tierras. No me voy a rendir nunca”.