¿Debería Ucrania tener armas nucleares?

Por Slavoj Žižek
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Foto: AFP

La situación en Ucrania se está volviendo cada vez más absurda. Mientras los aislacionistas estadounidenses y los medios de comunicación tratan el uso de misiles de largo alcance por parte de Ucrania contra Rusia como una peligrosa escalada, la nueva oleada de ataques rusos contra la infraestructura civil se considera algo normal.

Tras la victoria de Donald Trump en las elecciones presidenciales estadounidenses de 2024, Alexandria Ocasio-Cortez, congresista demócrata por Nueva York, hizo un llamamiento público a quienes habían votado tanto por ella como por Trump. Quería saber qué motivó una elección aparentemente tan inconsistente, y la respuesta predominante que escuchó fue que ella y Trump parecían más sinceros, a pesar de que la vicepresidenta Kamala Harris parecía demasiado calculadora.

Fue un ejercicio fructífero, y podemos pedir lo mismo a los izquierdistas que apoyan tanto a los palestinos como a Rusia. Después de todo, esta última ha estado bombardeando ciudades ucranianas hasta que se parecen a Gaza, y así como los partidos de derecha en el gobierno de Israel quieren crear un Gran Israel, el Kremlin espera crear una Gran Rusia. El proyecto eliminacionista de Rusia debería, por lo tanto, seguir siendo el centro de nuestra atención cada vez que evaluemos los acontecimientos sobre el terreno.

Inmediatamente después de la reciente decisión de la administración del presidente estadounidense Joe Biden de permitir a Ucrania lanzar misiles ATACMS suministrados por Estados Unidos (con un alcance de hasta 300 kilómetros) hacia Rusia, el Kremlin advirtió que cualquier uso de armas occidentales contra la Federación Rusa podría desencadenar una respuesta nuclear en virtud de su nueva doctrina nuclear. No obstante, los ucranianos respondieron disparando seis misiles ATACMS contra una instalación militar en la región de Bryansk (adyacente a la frontera con Ucrania) al día siguiente.

Aunque Rusia firma que los daños fueron insignificantes (cinco misiles fueron derribados y no hubo víctimas), seguir al pie de la letra su nueva doctrina nuclear significaría que ahora está en guerra con Estados Unidos y tiene derecho a usar armas nucleares contra Ucrania. Ahora que algunos del entorno de Trump ya acusan a Joe Biden de dar un paso peligroso hacia una nueva guerra mundial, ¿es justo decir que Ucrania fue demasiado lejos? ¿Ha perturbado el frágil equilibrio que mantenía limitado el conflicto?

Antes de llegar a esa conclusión, hay que recordar que Estados Unidos ha permitido a Ucrania atacar principalmente posiciones en Kursk, la región fronteriza desde la que Rusia ha lanzado muchos de sus ataques contra posiciones ucranianas. Como dijo Josep Borrell, el (saliente) responsable de la política exterior de la UE: “Ucrania debería poder utilizar las armas que le proporcionamos no sólo para detener las flechas, sino también para poder alcanzar a los arqueros”.

Además, recordemos que Rusia había intensificado su propia campaña contra Ucrania apenas unos días antes, cubriendo todo el país con ataques con drones y misiles contra la infraestructura energética civil justo antes del inicio del invierno. Mientras que seis misiles ucranianos causaron pánico en todo el mundo, la destrucción sistemática por parte de Rusia de la infraestructura ucraniana se ha normalizado, de manera muy similar a la destrucción por parte de Israel del norte de Gaza.

La situación es tan obscena como absurda. Rusia, que ha lanzado una guerra de conquista contra su vecino, ahora quiere mantener su propio territorio fuera de la guerra y acusa a Ucrania, la víctima, de “expandir” el conflicto. Si Rusia habla en serio sobre su nueva doctrina nuclear, permítannos ofrecer una contradoctrina igualmente seria: si un país independiente es atacado con fuerzas no nucleares por una superpotencia nuclear, sus aliados tienen el derecho –incluso el deber– de proporcionarle armas nucleares para que tenga la posibilidad de disuadir un ataque.

Se dice a menudo que Putin quiere volver a la Unión Soviética y al estalinismo, pero no es así. Su régimen se sustenta, más bien, en una visión de la era imperial anterior a 1917, cuando la zona de influencia de la Rusia zarista abarcaba no sólo Polonia sino también Finlandia. El tiempo dirá si el neozarismo de Putin es algo más que una quimera. En el mundo multipolar emergente, es perfectamente concebible el surgimiento de imperios fuertes, cada uno con su propia zona de influencia.

Como dijo Putin en el Foro Económico Internacional de San Petersburgo en junio de 2022: “la soberanía no puede segmentarse ni fragmentarse en el siglo XXI”. Defender la soberanía política y la identidad nacional es esencial, afirmó, pero también lo es fortalecer todo lo que “determina la independencia económica, financiera, profesional y tecnológica de nuestro país”. Está claro que sólo una nueva Rusia imperial, no Ucrania, Bielorrusia o Finlandia, podrá disfrutar de todos los beneficios de la soberanía.

Para empeorar las cosas, el mismo día en que el presidente Vladimir Putin anunció la nueva doctrina nuclear rusa, la BBC informó que “la contaminación del aire en la capital de la India, Delhi, se ha disparado a niveles extremadamente graves, asfixiando a los residentes y envolviendo a la ciudad en una espesa niebla tóxica”, lo que ha interrumpido el transporte aéreo, obligado a cerrar escuelas y a detener la construcción. “Y los expertos advierten que la situación podría empeorar en Delhi en los próximos días”.

Mientras Rusia se entrega a la agresión imperial y hace sonar su sable nuclear, a cientos de millones de personas les resulta cada vez más difícil respirar. Nuestros medios de comunicación proclaman el uso de armas occidentales contra Rusia como “noticia de última hora” en primera plana, y nuestros izquierdistas miopes consideran la defensa “excesiva” de Ucrania como una escalada peligrosa. Sin embargo, una amenaza a nuestra propia supervivencia apenas merece ser mencionada.