Las esquirlas del “narco”

Las fuerzas que se entrecruzan son aprehensivas cuando compartimos con Brasil poco menos de 3.500 mil kilómetros de frontera. Los vecinos brasileños han sido benévolos con los bolivianos sin importar mucho el esquema ideológico que se instale en el gigante latinoamericano. Cuando Bolsonaro fue presidente muchos simbolismos ideológicos pudieron herir de muerte la relación bilateral, pero esta se mantuvo pese, como dijimos, los chascos, que se pudieron plantar en ambos frentes.

Hoy, Brasil merece atención por varias cosas: hacerle frente a Elon Musk no es poco; Bolivia no se pronunció porque quizá no responde a los intereses nacionales o a su política internacional (si es que la tiene). Lula da Silva ha expresado en varias oportunidades su deseo de compartir con Bolivia e incluirla, por ejemplo, para no ir lejos, al Mercado Común del Sur (MERCOSUR) a pesar de que probablemente no estemos preparados para competir en ese mercado al que la Unión Europea le presta mucha atención.

La lucha contra las organizaciones criminales en tan extensa frontera es algo que mantiene permanente atención entre ambos gobiernos. Debe preocupar que sicarios de bandas criminales vinculadas al tráfico ilegal de cocaína se instalen (como que están) en Bolivia y que el país sea un receptor de la droga boliviana. La reciente fuga de dos sicarios en una avioneta incautada que salió de uno de los hangares del Trompillo y se desvió a Brasil (después de haber asesinado a un capitán de policía) es una señal de que todos podemos estar perdiendo una guerra declarada contra el crimen. Y, en eso, los dos países deben andar con cuidado porque la vía libre que el gobierno norteamericano se ha trazado para declararlas como organizaciones terroristas es una advertencia formal que esto se debe frenar, de una vez. O al menos hacer un intento de que se puede.