El “One Big Beautiful Bill” de Trump: más gasto en guerra y menos impuestos para los ricos

El presupuesto de defensa crecería en más de 113.000 millones de dólares al año, alcanzando el billón anual.
Donald Trump quiere continuar lo empezado. Su controvertido paquete fiscal y de gasto mantiene la misma lógica que caracterizó su administración anterior: menos impuestos para los ricos y más gasto en defensa. La propuesta, conocida como The One Big Beautiful Bill Act, ya obtuvo media sanción en la Cámara de Representantes por un margen mínimo de 215 a 214 votos, y ahora enfrenta un escenario más desafiante en el Senado, donde se espera una resistencia significativa, en parte, por el Freedom Caucus —un grupo parlamentario de la derecha del Partido Republicano que denuncia el impacto del texto en el déficit, así como los ahorros potenciales “que podrían no materializarse nunca”. Según la más reciente estimación de la Oficina Presupuestaria del Congreso (CBO, por su sigla en inglés), las medidas fiscales contempladas en el nuevo presupuesto de Trump generarían un aumento del déficit federal de 3.8 billones de dólares a lo largo de la próxima década.
A esta incertidumbre económica se sumó una nueva escalada en la ofensiva arancelaria contra la Unión Europea. Aunque inicialmente se anunció la imposición de aranceles del 50% sobre productos del bloque, su entrada en vigor fue nuevamente postergada hasta el 9 de julio. Paralelamente, Trump lanzó advertencias contra Apple y otras grandes empresas tecnológicas, intensificando el clima de confrontación. Los mercados financieros reaccionaron con escepticismo ya la respuesta no se hizo esperar: caída en las bolsas, incremento en los rendimientos de bonos y un dólar debilitado frente a otras monedas.
El crecimiento prometido y la deuda real
El discurso oficial de la Casa Blanca se aferra a un optimismo que pocos comparten fuera del círculo presidencial. Según sus proyecciones, el plan fiscal podría elevar el PIB estadounidense entre un 4,2% y un 5,2% a corto plazo. Pero informes independientes, como el del Comité Conjunto de Impuestos, un órgano consultivo no partidista del Congreso, pintan un panorama distinto: crecimiento marginal (0,03 puntos porcentuales en diez años), disparo de la deuda y un sesgo regresivo que podría agravar aún más la desigualdad.
Las principales críticas parten de una obviedad: los beneficios fiscales se concentran en los tramos de ingresos más altos, mientras que las familias con ingresos inferiores a 20.000 dólares anuales verán subir sus impuestos. A esto se suman los recortes en programas sociales esenciales, como Medicaid y el Programa de Asistencia Nutricional Suplementaria (SNAP), lo que podría dejar sin cobertura médica a 9 millones de personas y reducir el acceso a alimentos para decenas de millones más.
Trump ha buscado blindar estos recortes con un discurso que apela al “ahorro histórico” y a la promesa de que la reducción de impuestos estimulará el crecimiento y generará ingresos suficientes para equilibrar las cuentas públicas. No obstante, los mercados de deuda no están convencidos: las últimas subastas del Tesoro han mostrado una demanda más débil, lo que se traduce en mayores costos de financiamiento para el Estado.
Entre la austeridad social y el gasto militar
El plan presupuestario de Trump no solo prolonga la lógica fiscal de 2017, sino que también redibuja las prioridades del gasto público. El presupuesto de defensa crecería en más de 113.000 millones de dólares al año, alcanzando el billón anual. Buena parte de este aumento financiaría proyectos como el sistema antimisiles Golden Dome (inspirado en el Iron Dome israelí) y nuevos desarrollos militares como el caza F-47.
Mientras tanto, el gasto discrecional no relacionado con defensa sufriría una contracción del 22,6%, regresando a niveles de 2017. Esta redistribución de fondos revela un proyecto político que privilegia la militarización y, por extensión, la guerra, a costa de los servicios sociales y del consumo interno, en un contexto en el que millones de estadounidenses aún padecen las secuelas económicas de la pandemia y la inflación.
La volatilidad se ha convertido en una constante: lo mismo lanza recortes fiscales sin respaldo financiero que amenaza con aranceles unilaterales. Las empresas —como señaló esta semana un informe de Allianz— no saben a qué atenerse y trasladan los costos a los consumidores, contribuyendo a una inflación que complica la tarea de la Reserva Federal.
“Estamos en un momento tipo ‘dejen de escribir’”, declaró Austan Goolsbee, presidente de la Fed de Chicago. “Simplemente no podrán tomar medidas hasta que se resuelvan algunas de esas cosas”. Esta parálisis se traduce en créditos más caros, inversiones postergadas y un horizonte económico turbio para la clase media trabajadora.
México: impacto inmediato y preocupaciones futuras
Para México, este viraje económico en Estados Unidos no representa únicamente un asunto interno del país vecino, sino una fuente de impactos directos e implicaciones estructurales. Uno de los temas más sensibles ha sido el endurecimiento arancelario, que genera alarma por sus posibles repercusiones en el T-MEC, tratado del que México forma parte junto a Estados Unidos y Canadá. La preocupación se intensifica ante el hecho de que la renegociación del acuerdo está prevista para el segundo semestre de 2025. De continuar con su política proteccionista, Trump amenaza con desestabilizar sectores estratégicos como el automotriz, el electrónico y el agrícola, donde la interdependencia regional es particularmente profunda.
Por otra parte, el plan fiscal propuesto por Trump contempla un gravamen a las remesas enviadas desde Estados Unidos, lo que tendría un efecto negativo tanto económico como social. Una economía estadounidense en desaceleración, caracterizada por menor poder adquisitivo y un mayor nivel de endeudamiento de los consumidores, afectaría directamente tanto las exportaciones mexicanas como el flujo de remesas. Estas transferencias, que en los últimos años han sido un salvavidas financiero para millones de hogares en México, podrían disminuir drásticamente si los migrantes ven reducida su capacidad de ahorro como resultado del aumento de precios y los recortes en servicios sociales. La caída en las remesas tendría un efecto regresivo en el consumo interno y podría agravar la pobreza, especialmente en regiones dependientes de estos ingresos.
Entre el dogma y el cortoplacismo
El nuevo plan fiscal de Trump es menos un programa de crecimiento y más una apuesta arriesgada en nombre de una visión ideológica. Aspira a una economía robusta mediante herramientas ya desacreditadas: trickle-down economics, militarización del gasto público y proteccionismo errático. Sus posibles beneficios están lejos de ser evidentes, mientras que sus costos —sociales, fiscales y geopolíticos— son cada vez más palpables.
En un momento en que la estabilidad económica mundial exige cooperación y responsabilidad, Trump parece decidido a caminar en dirección contraria. Y en ese trayecto, tanto Estados Unidos como sus socios —México entre ellos— podrían pagar un precio elevado por los espejismos de una prosperidad mal calculada.