
En la triste esfera de la guerra sucia hay cabida para cualquier despropósito. Programas de televisión han andado detrás de Tomás Monasterio, un político de poca talla que ha puesto en duda la integridad de una persona (candidata al senado por la organización política de Samuel Doria Medina) denunciando que su padre está cumpliendo una condena por narcotráfico en los Estados Unidos. En comparación, preguntamos si vendría a ser lo mismo que plantear que si la hija del ex ministro Arturo Murillo que está a días de recobrar su libertad por una condena que cumplió por problemas de corrupción (la venta de armamento) cuando ocupaba como ministro de Gobierno, se habilitaría en un cargo público, sonarían las alarmas estridentes. Sería similar que merece el grado de condena que se atribuye a la ex nominada. Obviamente tiene sus consecuencias. Ayer en esta misma columna planteamos que para comprender la historia, Karl Marx, planteaba en Ideología Alemana algo tan simple como que la primera característica de su método de análisis, el materialismo histórico, es la asunción de que antes que nada hay personas de carne y hueso.
Es, consecuentemente obvio, que la última actuación de Monasterio en su calidad de diputado nacional en la Asamblea Legislativa ha podido ser su método de denuncias contra el narcotráfico que plantea resueltamente este martes en un comunicado de prensa, redimiendo su denuncia al lado oscuro de la política. “No me voy a callar. No me voy a correr”, plantea.
El ex diputado caldea las elecciones con su método que enloda lo que venía ya medio enrarecido en las relaciones de Samuel y Tuto. El comunicado de Monasterio estaría avalado por Tuto lo que aviva la guerra sucia que a partir de ahora será un actor clave en la consecución de los planes (nada altruistas) de los equipos de campaña de los aspirantes a la presidencia. Lo que nos pasa como personas para entender los procesos históricos, la política y, en consecuencia, lo que nos pasa como sociedad. Este es el mejor ejemplo.