
Se afianza así una relación profundamente desequilibrada que beneficia claramente a Washington. Esta dependencia europea solo debilita al bloque.
El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, y la presidenta de la Comisión Europea, Ursula Von der Leyen, han anunciado un acuerdo comercial que establece aranceles del 15% para la mayoría de los productos europeos. El nuevo marco se ha cerrado cinco días antes de la fecha límite fijada por la administración Trump, que preveía la entrada en vigor de “aranceles recíprocos” el 1 de agosto.
La reunión tuvo lugar en Escocia, en uno de los campos de golf privados del presidente estadounidense, durante su viaje de cinco días por la región. El acuerdo pone fin a cuatro meses de negociaciones, iniciadas tras el estallido de la guerra comercial impulsada por Trump en abril, que amenazaba con imponer tarifas del 20% a los productos europeos.
Tras una primera tregua de 90 días, el porcentaje se había reducido al 10%, pero apenas dos días antes de que expirara ese plazo, Trump anunció nuevos gravámenes que elevarían las tarifas hasta el 30% a partir de agosto. En ese contexto, el nuevo límite del 15% supone una reducción significativa, aunque todavía está lejos del 4,8% promedio que se aplicaba antes del regreso del republicano a la Casa Blanca.
Las claves del acuerdo comercial
El nuevo paquete de medidas arancelarias afectará a una amplia gama de productos, incluidos automóviles, semiconductores y productos farmacéuticos. En este último caso, Von der Leyen indicó que la cifra podría aumentar y que el enfoque estadounidense respecto a este sector sigue siendo “una cuestión aparte”. Para los fabricantes de automóviles europeos, el nuevo régimen representa un alivio parcial frente a la tarifa del 25% que venían enfrentando.
Además, se ha pactado un régimen de “cero por cero” para productos estratégicos como aeronaves y sus componentes, determinados productos químicos, medicamentos genéricos, equipos semiconductores, ciertos productos agrícolas, recursos naturales y materias primas críticas. Sin embargo, se mantienen los aranceles del 50% sobre el acero y el aluminio, en línea con los acuerdos previos con Reino Unido y Japón.
Aunque Von der Leyen anunció que se aplicará un sistema de cuotas, el mantenimiento de este umbral supone un reconocimiento implícito de los aranceles impuestos bajo la Sección 232 de la legislación estadounidense, que invoca motivos de seguridad nacional.
El nuevo marco también incluye compromisos no estrictamente comerciales. Bruselas ha acordado adquirir energía estadounidense –principalmente gas natural licuado y combustible nuclear– por valor de 750.000 millones de dólares durante los próximos tres años. La jefa del ejecutivo comunitario afirmó que esta decisión responde a la necesidad de reducir la dependencia energética de Rusia.
Por otro lado, la Unión Europea invertirá 600.000 millones de euros en Estados Unidos e incrementará de forma significativa la compra de equipo militar estadounidense. Esta última medida se enmarca en el reciente compromiso de los miembros de la OTAN de elevar su gasto en defensa hasta el 5% del PIB. Así, parte de ese aumento se canalizará directamente hacia adquisiciones estadounidenses, lo que genera dudas sobre la coherencia de la tan anunciada autonomía estratégica europea.
El acuerdo debe ser ahora presentado ante los Estados miembro y los legisladores europeos para su aprobación. En principio, con la firma del pacto, quedarían anulados los dos paquetes de represalias comerciales que la Comisión Europea tenía preparados por un valor estimado de 93.000 millones de euros en aranceles a productos estadounidenses.
Un mal negocio para Europa
Pese a que Bruselas ha evitado una escalada comercial mayor, el resultado del acuerdo plantea múltiples dudas estratégicas. Por un lado, ofrece a Trump una sensación de victoria que probablemente le incentive a seguir utilizando las amenazas arancelarias como herramienta de presión. La Unión Europea, una de las pocas entidades con capacidad para frenar esa dinámica, ha optado por no hacerlo.
Por otro lado, el acuerdo no aporta certidumbre: no representa un cierre definitivo, sino el inicio de nuevas presiones. La aceptación de aranceles del 15% como estándar y del 50% en sectores clave como el acero y el aluminio refleja una posición defensiva. Aun cuando había medidas de represalia listas, Bruselas ha optado por no ejecutarlas.
Este último punto resulta especialmente preocupante. Los aranceles sobre acero y aluminio no forman parte del régimen “recíproco” habitual, sino que se justifican bajo la Sección 232 de la legislación estadounidense. Cabe recordar que otras investigaciones bajo este mismo precepto siguen abiertas, incluyendo sectores tan sensibles como los productos farmacéuticos y los semiconductores.
La aceptación de estos aranceles supone, de hecho, que la Unión Europea ha concedido a Washington que la vía 232 no entra dentro del juego de reciprocidad comercial. Por tanto, no debería sorprender si en las próximas semanas se anuncian nuevos aranceles contra la industria farmacéutica europea, con un impacto especialmente negativo para los intereses del continente.
En resumen, se trata de un acuerdo desigual que consolida la subordinación europea frente a Estados Unidos. No hay voluntad política real para construir una autonomía estratégica propia. Por el contrario, los Estados europeos parecen decididos a aumentar su grado de sumisión. La aceptación del 5% en defensa y de este “acuerdo” comercial así lo demuestran.
Se afianza así una relación profundamente desequilibrada que beneficia claramente a Washington. Esta dependencia europea solo debilita al bloque: internamente, al generar divisiones sobre su rumbo estratégico, y externamente, al quedar expuesta a un Estados Unidos cada vez más unilateral y depredador. Un muy mal negocio que confirma la preocupante ausencia de mentalidad estratégica en Bruselas.