La guerra de Trump y la información que los cárteles están acumulando

Diario Red
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Foto: Getty Images

Mientras el presidente Donald Trump y su secretario de Defensa, Pete Hegseth, ordenan más despliegues bajo el argumento de la “guerra contra las drogas”, los cárteles, especialmente los mexicanos, están aprendiendo y adaptándose.

La militarización de las calles de Estados Unidos —desde Chicago y Los Ángeles hasta la frontera sur— no solo está transformando la política interna, sino que también está exponiendo a las propias fuerzas armadas a un nivel de visibilidad que sus adversarios nunca habían alcanzado. Mientras el presidente Donald Trump y su secretario de Defensa, Pete Hegseth, ordenan más despliegues bajo el argumento de la “guerra contra las drogas”, los cárteles de la droga, especialmente los mexicanos, están aprendiendo y adaptándose. Cada helicóptero que sobrevuela un barrio, cada operativo urbano y cada rueda de prensa del Pentágono se convierten en fuentes de información valiosa para los enemigos del Estado.

Durante una audiencia reciente del Comité de Servicios Armados del Senado, los expertos Joseph Kirschbaum, Justin Sherman y Michael Stokes advirtieron que el Departamento de Defensa enfrenta riesgos graves debido a la exposición pública y digital de sus operaciones. Los datos abiertos, las redes sociales y los servicios comerciales de geolocalización han creado una capa invisible de vigilancia técnica que puede ser explotada no solo por China o Rusia, sino también por actores no estatales, como los cárteles latinoamericanos. En un entorno donde cada soldado, vehículo o misión deja una huella digital, el enemigo no necesita infiltrar bases militares: basta con rastrear patrones de comportamiento para anticipar movimientos y vulnerar operaciones.

El gobierno estadounidense parece no haber comprendido que la guerra moderna se libra también en el terreno de la información. La llamada “firma digital” de los militares —sus teléfonos, vehículos, relojes inteligentes y patrones de comunicación— constituye un campo de batalla silencioso que los cárteles pueden explotar con el mismo nivel de sofisticación que un Estado adversario. Stokes lo describió como una “vigilancia técnica ubicua”, una red global de sensores, transacciones y datos personales que convierte cada movimiento en un potencial punto de exposición. Y mientras Washington insiste en combatir los cárteles con misiles y patrullas, estos grupos ya dominan la guerra de los datos.

La paradoja es evidente: al desplegar a las fuerzas armadas en ciudades estadounidenses, el gobierno incrementa su vulnerabilidad. Los cárteles no necesitan enfrentarse a los soldados, solo observarlos. Las imágenes de Black Hawks sobrevolando Chicago, los convoyes de vehículos blindados o los operativos de ICE transmitidos por los medios son una fuente gratuita de inteligencia. Pueden analizar rutas, tiempos de respuesta, equipos desplegados y hasta los protocolos de comunicación. Cada operación pública alimenta sus propios sistemas de monitoreo, sus redes de informantes y sus capacidades tecnológicas, muchas de las cuales se alimentan de software comercial y herramientas de análisis de datos ampliamente disponibles.

Justin Sherman,fundador y director ejecutivo de Global Cyber Strategies, advirtió que el mercado de datos personales en Estados Unidos sigue siendo un agujero negro en la seguridad nacional. Empresas privadas recopilan y venden información que puede revelar la ubicación y los hábitos de militares, agentes y contratistas. Esa información, combinada con la inteligencia de fuentes abiertas, permite construir perfiles detallados de individuos, unidades y operaciones. En su testimonio, Sherman recordó que su propio equipo logró obtener datos sobre los movimientos de soldados estadounidenses alrededor de bases militares. Si un investigador de una firma consultora puede hacerlo, un cártel con millones de dólares y vínculos internacionales lo hará con mayor facilidad.

El riesgo no es hipotético. En México, los cárteles han demostrado su capacidad para interceptar comunicaciones militares, rastrear convoyes y utilizar drones para el reconocimiento. En este nuevo contexto, los anuncios públicos de Trump sobre el posible uso de “misiles contra los cárteles” no sólo tienen un efecto político, sino que también funcionan como advertencias que permiten a las organizaciones criminales anticipar su respuesta. Desde Sinaloa hasta Tamaulipas, las células del crimen organizado ya podrían estar reforzando su seguridad digital, diversificando rutas marítimas y adaptando sus estructuras a un escenario en el que Estados Unidos podría usar fuerza letal más allá de sus fronteras.

Kirschbaum, director de Capacidades y Gestión de Defensa en la Oficina de Responsabilidad Gubernamental de los Estados Unidos (GAO), advirtió que muchos componentes del Pentágono ni siquiera han completado evaluaciones básicas de seguridad sobre la información pública accesible en internet. Esto significa que existen bases, personal y operaciones enteras expuestas a rastreo sin que el Departamento de Defensa lo haya previsto. En otras palabras, los cárteles podrían estar mejor informados que los propios comandantes sobre los puntos débiles del sistema.

El error estratégico de la administración Trump radica en confundir el poder con la visibilidad. Cada vez que el presidente presume de sus “operaciones de limpieza” o difunde imágenes de ataques marítimos contra supuestos narcotraficantes venezolanos, está ofreciendo al mundo —y a los cárteles— una clase magistral de tácticas, tiempos de respuesta y capacidad tecnológica. La guerra moderna no se gana solo destruyendo objetivos, sino controlando la información. Y en eso, Washington está perdiendo.

Los expertos del Senado coincidieron en que el Pentágono carece de una doctrina unificada para gestionar su huella digital. Michael Stokes, vicepresidente de Estrategia en Ridgeline International, propuso crear una oficina dedicada exclusivamente a la gestión de “firmas digitales”, responsable de reducir la exposición de datos personales y operativos. Sin embargo, mientras el Congreso debate políticas de privacidad, la Casa Blanca avanza en una dirección opuesta: una guerra mediática en la que la espectacularidad de las operaciones parece más importante que su eficacia. Esa contradicción deja al descubierto una debilidad estructural que los cárteles sabrán aprovechar.

Para los grupos criminales, el nuevo paradigma es claro. No necesitan enfrentarse directamente a los militares estadounidenses; basta con observarlos, infiltrarse en sus sistemas de datos comerciales y esperar a que la burocracia y la política hagan el resto. Cada operativo filmado, cada discurso presidencial y cada video difundido en redes sociales amplifican la exposición del Estado más poderoso del mundo.

En su conjunto, las audiencias del Senado pintan un retrato preocupante: un Departamento de Defensa que no ha comprendido la magnitud de su vulnerabilidad informativa, un presidente que usa la guerra como herramienta electoral y un enemigo que aprende rápido. La militarización de las calles de Chicago o de Los Ángeles no sólo aterroriza a los migrantes y a las comunidades pobres, sino que también convierte a los soldados en objetivos observables, medibles y previsibles.

El narcotráfico no necesita misiles para ganar terreno. Le basta con entender cómo se mueven, se comunican y reaccionan sus perseguidores. La exposición mediática de las fuerzas armadas, combinada con un ecosistema digital sin regulación efectiva, les ofrece una ventaja que ningún general admitiría en público: conocer el patrón del enemigo antes de que éste dispare el primer tiro. Mientras tanto, Trump continúa alimentando la narrativa de fuerza que tanto agrada a su base electoral, sin advertir que, en esta guerra, los cárteles son quienes están tomando nota.


"La realidad no ha desaparecido, se ha convertido en un reflejo"

Jianwei Xun
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