El invento que puede poner patas arriba el sistema de patentes y la propiedad intelectual

Michael Mcloughlin | El Confidencial
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Inteligencia artificial, patentes
Foto: Reuters

Cuando el coronavirus, hace ya año y medio, puso patas arriba el modo de prácticamente todo el mundo, las puertas de la vitrina que contiene el ‘Marenostrum 4’ se abrieron con la esperanza de ayudar a conseguir diferentes herramientas para atar en corto la pandemia. El superordenador de la capital catalana podía manejar ingentes volúmenes de datos cruzando registros, información clínica con químicos incluso no testados en humanos para tratar de dar con una fórmula magistral para atenuar o atajar el covid-19. Si alguna de esas simulaciones hubiese logrado dar en el clavo, el mérito en cuestión sería para los investigadores. Pero, ¿y si hubiese sido una inteligencia artificial autónoma, que aprendiese por sí sola?¿el éxito se apuntaría al programador o la máquina?

Esa pregunta es la que está recorriendo los tribunales y las oficinas de patentes de medio mundo que deben decidir si un robot puede registrar este tipo de licencias, claves en industrias como la tecnológica para la protección y explotación de ciertos avances. Aunque el dilema se presente en varios extremos del mapa, el protagonista es el mismo en todos los casos. Stephen Thaler, un ingeniero informático de Missouri. En realidad, Thaler es más bien el guionista. El actor principal es ‘DABUS’, una inteligencia artificial que el padre de la idea definió como ‘máquina creativa’. En realidad es un conjunto de redes neuronales que actúan y avanzan por sí solas con un objetivo: inventar cosas. Por el momento, el algoritmo ha parido ya dos diseños: un recipiente para comer y una baliza con luz incorporada.

Thaler recibió el encargo de Ryan Abott, profesor de derecho de la Universidad de Surrey, que es el que ha impulsado el proyecto. También es el que lidera el equipo legal que ha abanderado la causa de que las inteligencias artificiales tengan las mismas posibilidades que los inventores de carne y hueso: el derecho a proteger sus inventos. Por eso empezaron a enviar solicitudes a las oficinas de patente de EEUU, Australia, Sudáfrica, China, Brasil así como varios países europeos con el fin de obtener estos permisos. Todas ellas estaban firmadas por ‘DABUS‘ y no por el ingeniero que la programó. La lógica detrás de este detalles es que este sistema es el que había creado los diseños, que él le había dado vida pero era atribuirse un mérito que no le correspondía.

La historia no se ha resuelto en una única dirección. Hay quien ha dado un sonoro portazo a estas intenciones, hay quien dijo que no en el primer momento pero luego le han rectificado en las instancias superiores y hay quien ha aceptado la idea. La última noticia ha sido la de una jueza del estado de Virginia, que ha cortado de raíz las ambiciones de Abott y Thaler al considerar que las patentes solo se pueden conceder a personas humanas. Explica que la ley, en aquel país, obliga a prestar juramento al “individuo” a la hora de formalizar la solicitud. La historia es lo que se entiende por “individuo”. Abbot defiende que ‘DABUS‘ en tanto en cuanto es capaz de ingeniar eso por sí solo también es capaz de poder reclamar eso. La magistrada sostiene que si uno sigue la literalidad de la ley o del diccionario, el individuo es lo que todos tenemos en la cabeza: un ser humano. De esta forma, dio la razón a los funcionarios que rechazaron la solicitud.

Abbot, que viene a sostener que este cambio es similar a cuando las normas recogían la palabra hombres y también eran de aplicación para la mujeres, ha registrado patentes en casi 17 lugares diferentes. En Reino Unido la justicia ha tomado una decisión similar recientemente, al entender que los derechos son cosa de las personas. En la UE, que rechazó la solicitud en esta misma línea, se celebrará una vista para atender las reclamaciones de los padres de ‘DABUS’. Por el momento, tienen el apoyo de Sudáfrica y de Australia, aunque en primer término

La palabra inventor

“La presencia de resultados distintos en distintos países obedece principalmente a que los requisitos legales en cada uno de los países son diferentes y que están sujetos a interpretación”, explica Pablo Calvo, agente europeo de patentes y socio en ABG Intellectual Property. “Cuando los legisladores plantearon las leyes de patentes, la Inteligencia Artificial (IA) estaba solo en mantillas y no se consideró la posibilidad de que una máquina resolviese problemas que fuesen objeto de patente”, añade este doctor en ingeniería industrial. Por tanto, en Estados Unidos, Reino Unido y Europa al introducir la figura del inventor, ésta se consideró como persona física, un ser humano”, añade este experto.

Lo que pretende este proyecto es que las producciones de las inteligencias artificiales se puedan registrar a nombre de la máquina, pero que sean controladas por el programador o la empresa dueña del sistema, incluyendo la posibilidad de emprender acciones legales o negociar licencias. Abbot y Thaler, aunque son conscientes de que todo esto se encuentra en un estado muy tierno, han querido demostrar lo qué puede venir en un futuro cercano en la industria de la inteligencia artificial y persiguen “normas claras”. Defienden que oponerse a estos principios puede ser un obstáculo a la hora de decidir invertir para el desarrollo de una tecnología que se considera clave en las próximas décadas. También muestran la preocupación de que no permitir patentar estas creaciones supondría a potencias como EEUU o Reino Unido un lastre competitivo si China u otras superpotencias siguen ese camino.

El principal reto a la hora de valorar esto tiene que ver con el concepto de invención “Hay que tener en cuenta que la propiedad de esa invención siempre emana del inventor y que cualquier propiedad posterior por parte de una empresa es porque esta ha adquirido mediante un trato de cesión válido de esa propiedad. En el caso de que una IA fuera reconocida como inventora, la máquina estaría asumiendo supuestos y capacidades jurídicas que actualmente solo se atribuyen a un ser humano“, explica este experto, que apunta que están surgiendo “nuevas preguntas” ante resultados de procesos que generan nuevas obras, como algoritmos capaces de pintar y generar retratos, tras un proceso de entrenamiento que tienen como “autor a un ser humano”. “En este caso aparece la pregunta de si el resultado de combinar de esta forma compleja las aportaciones de otros autores requiere del permiso y reconocimiento de los primeros”, añade Calvo.

Hay otros muchos ejemplos de inteligencias que han generado resultados inesperados, como el caso de GPT-3, un modelo informático lanzado que sorprendió aprendiendo a programar por sí solo. “El impacto de la IA va más allá de ser una simple técnica nueva más. La IA está adquiriendo competencias en el análisis semántico de documentos y esto afecta tanto en el trabajo de un examinador en su tarea de búsqueda de antecedentes como al método de valoración de la actividad inventiva de una invención, dado que ahora es más fácil encontrar de forma automática documentos que pueden ser relevantes para la patentabilidad cuando son combinados”, valoran desde ABG Intellectual Property. Un extremo que podría facilitar la labor del examinador a la hora de afrontar una solicitud de patente pero también puede hacer que la aplicación de los criterios sean “más exigentes a la hora de concederla”. “La valoración de la actividad inventiva da como resultado un mayor número de casos en los que la combinación de documentos es obvia y en los que se debe concluir que la invención no es patentable”.