La posdemocracia frente al auge autoritario populista

Maria I. Puerta Riera |Latinoamérica 21
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Democracia

“Paradoja de la época: cuanto más crece la decepción, más se consolida la adhesión masiva a los valores democráticos. La queremos, pero sin pasión. Y la queremos sobre todo cuando tenemos la sensación de que está en peligro” Gilles Lipovetsky

La sociedad en nuestros días, sin distinción geográfica, se encuentra sacudida por la intensidad del debate sobre la erosión democrática y los escenarios futuros. La crisis de la democracia se ha convertido en un desafío que trasciende a las democracias en construcción, amenazando la estabilidad de aquellas consolidadas alrededor del mundo.

En el libro Crisis de la democracia: ¿en el umbral de la posdemocracia? se presenta un recorrido teórico sobre la noción de crisis desde la experiencia democrática. En el mismo se muestra que el desarrollo de la democracia representativa y sus contradicciones con el modelo capitalista son el trasfondo de buena parte de la disfuncionalidad que ha experimentado la democracia moderna. La crisis de representatividad transfirió sus problemas de eficiencia a la democracia misma, haciéndola vulnerable ante la amenaza autoritaria, sobre todo en sociedades con profundas inequidades. La etapa de consolidación democrática fue seguida por la promesa populista como alternativa a las debilidades de los sistemas políticos, dando paso a una creciente autocratización que sacude los cimientos de la democracia contemporánea.

En el debate académico sobre el retroceso democrático, el tema ha transitado desde el autoritarismo competitivo, pasando por la democracia defectuosa, el autoritarismo electoral, hasta la des-democratización, el autoritarismo populista y el backsliding, ofreciendo una diversidad de miradas para explicar los casos de deterioro de democracias débiles (Venezuela y Nicaragua), así como de aquellas consideradas estables o consolidadas (Hungría, Polonia y Estados Unidos), en la llamada tercera ola de autocratización.

La democracia representativa no responde a las demandas contemporáneas

En el fondo de la discusión sobre el repliegue democrático están los valores implícitos de un modo de vida asociado con la democracia misma, y que se ve cuestionado por las propias contradicciones de la modernidad en la que se gestó. La crisis de la modernidad no deja de verse reflejada en la propia crisis de la democracia, considerando que hay una ruptura epocal, como lo denomina el historiador alemán Reinhart Koselleck. La democracia representativa ya no responde a las demandas de una sociedad que desconfía en quienes eran los fiduciarios de su ejercicio soberano.

La democracia participativa fue una de las consecuencias más importantes de las disfunciones de la democracia representativa, sin embargo, no ha sido suficiente para repensar a la democracia. La aspiración de la participación fue rescatar algunos de los fundamentos de la democracia originaria, la griega, resultando claro que procedimentalmente era inviable. Por lo tanto, su reconstrucción debe plantearse desde los espacios de una nueva relación Estado-Sociedad, marcada por el impacto de la globalización y la ampliación de los efectos del modelo económico capitalista.

El proceso de autocratización que vienen advirtiendo reconocidos analistas y académicos (desde O’Donnell hasta Levitsky y Wey) ha dado lugar a experimentos con otros modelos de democracia en los que se encuentran variaciones significativas en lo procedimental, y fundamentalmente, en materia constitucional y electoral. La adopción de mecanismos de participación directa, como consultas y revocatorios, han estado también acompañados por la extensión indefinida de los períodos presidenciales (Bolivia, Nicaragua, y Venezuela), todo desde la percepción de la voluntad popular cuando en realidad se trata del asalto autocrático por la vía electoral.

Las condiciones estructurales —políticas, económicas, sociales y culturales— que acompañaron la consolidación democrática se han transformado, de allí que la naturaleza de la democracia no se corresponda con el modelo de sociedad prevalente. Los niveles de acción han tenido que ajustarse a las demandas de mayor participación, resultando insuficientes para recuperar la confianza, pues en ocasiones llega a ser vista como un obstáculo en el ejercicio soberano (estructura).

Las bases de la democracia son cuestionadas

Los elementos fundacionales de la democracia como los sistemas electorales, legislativos o judiciales (componentes) son cuestionados cuando esta pierde legitimidad. Y los valores (principios) asociados a la democracia, las instituciones que los representan como el Estado de Derecho, la Libertad, Equidad o la Justicia, son los pilares sobre los cuales descansa la legitimidad democrática. Si alguno de estos valores se resquebraja, la democracia pierde terreno como modelo de vida. En este sentido, la crisis de la democracia no es una crisis de su denominación, es de su naturaleza, de su estructura, de sus componentes y de sus principios, es decir: de su metafísica.

La democracia ha intentado reinventarse a través de la participación, la ciberdemocracia o la democracia globalizada. Sin embargo, los cambios en su denominación no son suficientes para conducir hacia su renovación, pues aún persisten los grandes desafíos democráticos sobre la concepción del Estado y de su relación con la sociedad; los nexos con la economía; la corresponsabilidad con las demandas sociales; la apertura de espacios de decisión pública transparentes; el reconocimiento de mecanismos de vigilancia y seguimiento; la responsabilidad de la gestión pública, y la participación en las decisiones públicas.

¿Estamos frente a un cambio paradigmático? Por una parte, la democracia no ha logrado satisfacer las demandas de renovación, mientras que, por la otra, le ha dejado el terreno libre a la autocratización, encontrando un terreno fértil en aquellos sistemas con problemas de legitimidad e inequidad. La posdemocracia se encuentra ante el desafío de adoptar medidas excluyentes para protegerse de la apropiación de sus propios medios ante el ascenso de liderazgos autoritarios por la vía electoral, como hemos visto en Venezuela, Nicaragua, y más recientemente en El Salvador.

Finalmente, en la democracia, la tensión entre el individualismo y la equidad ha sido desplazada por el desafío autoritario. La posdemocracia puede ser una oportunidad para la reinvención de la alianza entre libertad e igualdad. Sin embargo, si no hay consenso en la necesidad de adoptar medidas enérgicas para garantizarla, es posible que sea la transición hacia una fórmula de opresión en la que predomine el egoísmo minoritario por encima de un bienestar colectivo mayoritario.

 

Maria I. Puerta Riera