A 200 años de las Heroínas de la Coronilla

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La historia

El relato más vibrante de la acción desarrollada en la Colina de San Sebastián de Cochabamba el 27 de mayo de 1812 está descrito en “Juan de la Rosa”, la proverbial obra de Nataniel Aguirre, que describe el coraje con que un grupo de mujeres enfrenta al Ejército Realista comandado por Goyeneche, quien marchaba triunfante con el ánimo de aniquilar los diferentes brotes insurgentes de la Provincia de Cochabamba, luego de infligir una serie de derrotas a las fuerzas patrióticas del Alto Perú y del Río de la Plata, vinculadas en las luchas independentistas.

A 200 años de este heroico capítulo aparecen aun difusos los verdaderos alcances de la participación femenina. Desde un ángulo, es indudable que la valiente lucha de las mujeres cochabambinas ha propiciado la construcción del mito histórico y símbolos que despiertan sentimiento de identificación. Otro enfoque niega el combate de La Coronilla y afirma que su hipotética existencia obedece a la necesidad de subrayar la crueldad y los estragos cometidos por Goyeneche y sus tropas, que actuaron con una violencia inaudita ese 27 de mayo de 1812. Una tercera perspectiva narra el heroico desempeño de las tropas cochabambinas y minimiza la acción de las mujeres.

Surge entonces la pregunta cómo y dónde verificar este hecho histórico con documentos demostrables e incontrastables, pues si bien la obra de Nataniel Aguirre se basa en circunstancias históricas verificables, lo cierto es que está relatada desde una perspectiva novelada y, por ende, motivada y exaltada por la emoción, que parece más bien pertenecer al mundo de los mitos históricos.

Por ello, quizás podamos situar los vivos sentimientos que despierta la valiente acción de las mujeres cochabambinas en la práctica militar que estableció el Gral. Manuel Belgrano – integrante de la Primera Junta del Río de la Plata y luchador independentista – con la siguiente prédica: “Todas las noches, a la hora de la lista, un oficial de cada cuerpo militar preguntaba en alta voz: ¿Están presentes las mujeres de Cochabamba? Y otro oficial respondía: Gloria a Dios, han muerto todas por la patria en el campo del honor”.

El mismo Belgrano, que en 1812 dirigía los Ejércitos del Norte, transmitía a Buenos Aires el único documento irrebatible que a la fecha da fe del holocausto y sacrificio de las mujeres cochabambinas de La Coronilla: el informe del soldado patriota Francisco Turpin.

Al enviar desde Jujuy este relato, Belgrano escribía:  “Anoche se me ha presentado Francisco Turpín, único testigo de vista que me ha hablado de los sucesos de Cochabamba y su relación que mande apuntar del modo natural con que la ha hecho, la paso a V.E. para su conocimiento e inteligencia. Gloria a las cochabambinas que se han demostrado con un entusiasmo tan digno de que pase a la memoria de las generaciones venideras. Ellas han dado un ejemplo que debe excitar, señor excelentísimo, los sentimientos más apagados por la patria…”.

El informe del soldado Turpin al General Manuel Belgrano, hace referencia al combate de La Coronilla y sitúa con mayor objetividad la participación de las mujeres cochabambinas:

“En ese día por la tarde hubo Cabildo Abierto y nuevamente Antezana (n.r. a la sazón Gobernador de Cochabamba) dijo: “¿Cumpliréis lo que habéis dicho de defender la Patria y la excelentísima Junta de Buenos Aires?” Algunos respondieron que sí, pues ya no había más de mil hombres escasos y solamente las mujeres dijeron “Si no hay hombres nosotras defenderemos”.

A poco rato mandó el señor Antezana que ya se rendía, y que todas las armas las pusieran en el cuartel, que se iba y que el que quisiera seguirlo que lo siguiese, mandó que se asegurasen las armas bajo llave, y se aseguraron cincuenta fusiles y veintiún cañones de estaño y un obús con una culebrina de Buenos Aires de bronce; hecha esta diligencia repentinamente se congregaron todas las mujeres armadas de cuchillos, palos, barretas y piedras en busca del señor Antezana para matarlo, y otra porción al cuartel, y apenas quebraron las ventanas de la casa de dicho Antezana y no lo encontraron, luego vino un caballero Mata Linares, a quien dejó las llaves Antezana y este abrió, entraron las mujeres, sacaron los fusiles, cañones y municiones, y fueron al punto de San Sebastián, extramuros de la ciudad, donde colocaron las piezas de artillería.

Al día siguiente hubo un embajador de parte de Goyeneche previniendo que venían ellos a unirse como con sus hermanos, que desistían de esa empresa bárbara; el pliego se entregó al único oficial capitán de caballería don Jacinto Terrazas y habiendo este preguntado a todas ellas que si querían rendirse, dijeron que no, que más bien tendrían la gloria de morir matando y el embajador que vino a Cochabamba murió en manos de las mujeres.

A poco rato se vio formado el ejército enemigo e inmediatamente rompieron el fuego las mujeres con los rebozos atados a la cintura, haciendo fuego por espacio de tres horas el enemigo acometió por cuatro puntos y mataron treinta mujeres, seis hombres de garrote y tres fusileros; y cuando nos vimos muy estrechados pensamos unirnos en la misma plaza; pero ya no fue posible porque la caballería enemiga estaba sobre nosotros, entonces se quemó toda la pólvora que había así de cartuchos de fusil como de cañón, escapando solo seis cajones para el monte y cincuenta fusiles y en esta confusión me hicieron prisionero manteniéndome atado a la cureña de un cañón y lo mismo a dos mujeres. A los seis días de mi prisión prendieron también al señor Antezana del convento de San Francisco, le dieron tres días de término y lo pasaron por las armas; después de muerto le cortaron la cabeza, y la colocaron en la plaza mayor de la ciudad, y el cuerpo llevaron al punto de San Sebastián, a donde salía todas las noches una compañía de fusileros de retén.

Después que se había posesionado el enemigo de la ciudad empezaron a saquearla, cada división con sus respectivos jefes, quebrando todas las puertas y ventanas, los de caballería salieron a las estancias o haciendas a hacer otro tanto, quemando todas las sementeras…”

La controversia histórica

El relato del soldado Turpin confirma que las mujeres tuvieron un papel protagónico ese 27 de mayo de 1812, que tomaron las armas y defendieron con heroicidad y bravura la causa libertaria, conduciendo de manera espontánea al mando político y militar descabezado y desmoralizado,  frente a unas tropas realistas brutales y ávidas de dejar escarmiento, luego de su victoria en Quewiñal.

La lucha fue ardorosa y desigual y se comenta que las mujeres, imbuidas de un espíritu combativo, tomaron los puestos de sus maridos o de sus hijos. El combate se habría librado en horas de la tarde por espacio de tres horas. Los comentaristas aseguran que habrían muerto 30 mujeres, algunas de ellas fusiladas en el acto. Fueron mujeres del pueblo, humildes, de extracción popular. No se registra que hayan participado mujeres de la alta sociedad aristocrática colonial cochabambina, como ha construido la leyenda educativa transmitida en las aulas durante largos años.

Más propio, parece situar el 27 de mayo de 1812 como un acto de honor para redimir la derrota que las tropas realistas habían infligido días antes a las patrióticas comandadas por Estebán Arze. Un acto de honor en el que participaron las heroicas mujeres cochabambinas, junto a los restos de una tropa diezmada y desalentada, a la que se sumaron algunos hombres valientes del lugar. Un combate desigual en la que la resistencia fervorosa fue prácticamente desbaratado y derrotado en el transcurso de una tarde. Un crepúsculo con el sol teñido de lúgubre esperanzas.

Único testimonio mudo de esas heroínas y héroes anónimos es el monumento que se inauguró en la Colina de San Sebastián en 1910, al celebrarse el centenario de la gesta insurrecta del 14 de septiembre de 1810, en el mismo lugar donde se libraron los combates – muestra palpable del abandono, del descuido y del olvido – que tiene aún  grabados en una de sus columnas los nombres de las heroínas cochabambinas, empero en lo que respecta al 27 de mayo de 1812, únicamente reza: “Las mártires de la Colina de San Sebastián”.

Las enseñanzas ilustraron que el grupo insurgente estuvo dirigido por una “anciana ciega”. Que se trató de Doña Manuela Josefa Gandarillas o simplemente Manuela Gandarillas. Sin embargo, investigaciones realizadas por el historiador Edmundo Arze en los Archivos de la Gobernación y del Municipio de Cochabamba registran el nombre de Manuela Gandarillas en unas escrituras públicas de 10 de julio de 1833, encontradas en un documento signado bajo el código P.D.C. 013 del Archivo de la Gobernación, donde Manuela firma junto a su esposo Juan de Dios Revollo y dice tener más de 25 años.

La investigación historiográfica de Arze establece que el padre de Manuela era abogado y su abuelo español, de nombre Julián Eras y Gandarillas, que ejerció el cargo de Escribano Real y se casó con Ana María Balderrama y Ustariz, una criolla de la ciudad de Cochabamba. Se trataba de una familia pudiente de esas épocas. Refiere que sus padres fueron José Eras y Gandarillas y Margarita Fernández y que tuvieron doce hijos.

El padre de Manuela fue fusilado en 1812 por defender las causas independentistas y su hermano José Domingo se alistó en las filas patriotas, como Comandante de Partidas Ligeras, y también fue fusilado en Cochabamba en 1820, según el Diario de Campaña del Tambor Vargas. Se habló también que Manuela Rodríguez Terceros, esposa del Gral. Esteban Arze, murió en La Coronilla, lo cual es falso, pues falleció el 9 de marzo de 1832, según consta en el libro de defunciones Nº 3 en su página 29 del Archivo Parroquial de la Provincia de Tarata.

Nataniel Aguirre en su obra Juan de la Rosa menciona a “Doña Chepa”, como la abuela ciega que organizó la defensa del 27 de mayo y la identifica como autora de la frase “ya no hay hombres…”. Aguirre describe la muerte de la “abuela” de manera conmovedora:

“Los vencedores encontraron en la Coronilla un montón de muertos, cañones de estaño desmontados, medio fundidos y, sentada en las cureñas de uno de ellos, teniendo dos niños exánimes a sus pies, una anciana ciega de cabellos blancos como la nieve.

–          ¡De rodillas! Vamos a ver como rezan las brujas – dijo uno de ellos apuntando el fusil.

La anciana dirigió de aquel lado sus ojos sin luz, recogió en el hueco de su mano la sangre que brotaba de su pecho y la arrojó a la cara del soldado antes de recibir el golpe de gracia que la amenazaba.”

La “anciana”, de nombre Chepa está identificada como la hija de Nicolás Flores, protomártir de la insurrección de agosto de 1731, que continúo con la lucha y las demandas del Platero Rebelde, Alejo Calatayud, ahorcado y descuartizado en enero de ese mismo año.

Por su parte, Humberto Guzmán Arze, en su libro el Caudillo de los Valles se refiere también a la abuela en los siguientes términos: “… en las jornadas de 1812, las heroínas del pueblo siguieron a la abuela Doña Chepa Flores… con irreductible orgullo de morir en la Coronilla”.

Arturo Costa de la Torre, en su obra Mujeres en la Independencia, se refiere a Doña Balbina Méndez y a su hermana Clotilde Méndez de Carillo como dos mujeres sobrevivientes de la Coronilla, pertenecientes a las clases populares que protagonizaron la resistencia heroica de La Coronilla.

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