La venganza del islam

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Al comenzar a dar sentido a estos ataques hay que observar que se llevaron a cabo en Benghazi, la ciudad opuesta a Moamar Gadafi. De hecho, Gadafi había prometido a sus oponentes masacres en Benghazi y fue esa amenaza la que provocó la intervención de la OTAN en Libia. Muchas teorías conspirativas se han tejido para explicar la intervención; pero, al igual que en Haití o en Kosovo, ninguna ayudó a solucionar la situación. La intervención se produjo porque se creía que Gadafi llevaría a cabo sus amenazas y porque se suponía que rápidamente capitularía ante el poderío aéreo de la OTAN. La lectura era que se abriría la puerta a la democracia.

Que Gadafi era capaz de asesinar en masa fue sin duda una apreciación correcta, pero la idea de que Gadafi caería rápidamente fue errónea. Que una democracia surgiría como resultado de la intervención fue el supuesto más dudoso de todos los análisis. Lo que paso en Libia es lo que cabe esperar cuando una potencia extranjera derroca a un Gobierno existente. Sin embargo, una dictadura ya no impone su propio estado imperial: la persistente inestabilidad y el caos.

La oposición libia era una colección caótica de tribus, facciones e ideologías que comparten poco de su oposición a Gadafi. Un puñado de personas que querían una democracia al estilo occidental, pero eran líderes sólo a los ojos de los que querían la intervención. El resto de la oposición estaba compuesta por  tradicionalistas, militaristas e islamistas. Gadafi había ayudado a incorporar en Libia distintas facciones para aplastar brutalmente cualquier oposición.

Los oponentes de la tiranía asumen que para deponer a un tirano pueden mejorar la vida de sus víctimas. Esto es cierto pero sólo ocasionalmente. El zar de Rusia fue claramente un tirano, pero es difícil argumentar que el régimen leninista-estalinista que finalmente lo reemplazó fue mejor. Del mismo modo, el Sha de Irán fue represivo y brutal, pero es difícil argumentar que el régimen que lo reemplazó fue mejor. No hay garantías de que los opositores de un tirano no violen los derechos humanos al igual que el mismo tirano. Tampoco hay garantías que una oposición demasiado débil y dividida para derrocar a un tirano se una en un Gobierno cuando un poder externo destruye al tirano. El resultado más probable es que se desate el caos y el ganador sea probablemente la facción más organizada. No hay promesa que constituya una mayoría o que sea amable con sus críticos, es decir con sus opositores.

La intervención en Libia fue construida alrededor de una suposición que poco tiene que ver con la realidad -a saber, que la eliminación de la tiranía conduciría a la libertad. Ciertamente, puede ser, pero no hay seguridad que así sea. Hay muchas razones para suponer tal situación, pero lo más importante es que los defensores occidentales de los derechos humanos creen que al ser liberados de la tiranía, cualquier persona sensata, podría fundar un orden político basado en los valores occidentales. Podrían, pero no hay ninguna razón obvia para creer que así sea.

La alternativa para sustituir a un matón puede ser el surgimiento de otro matón. Se trata de una cuestión de poder y no de la filosofía política. Caos total, una lucha permanente que no conduce a nada y que podría resultar en miseria. Pero la razón más importante es que los occidentales activistas de los derechos humanos podrían ver sus esperanzas frustradas por rechazar al principio de la democracia liberal que proponen. Para ser más precisos, la oposición podría abrazar la doctrina de la autodeterminación nacional e incluso de la democracia, pero podrían seleccionar un régimen que, en principio, se oponga seriamente a las nociones occidentales de los derechos individuales y la libertad.

Mientras que algunos tiranos simplemente buscan el poder, otros regímenes que para occidente parecen ser tiranías, en realidad son más bien considerados sistemas morales en los que ven formas superiores de vida. Hay una paradoja en el principio del respeto a las culturas extranjeras que se adhieren a los principios básicos del occidente; es necesario elegir una u otra opción. Al mismo tiempo, es necesario entender que alguien puede tener principios morales muy distintos, ser respetado y, sin embargo, ser enemigo de la democracia liberal. Respetar otro sistema moral no significa simplemente renunciar a sus propios principios. Los japoneses tenían un complejo sistema moral que era muy diferente a los principios y valores occidentales. Los dos no tienen que ser enemigos pero las circunstancias los hicieron chocar.

Democracia por un tirano

El enfoque que asumió la OTAN en Libia es que la eliminación de un tirano conduciría inevitablemente a una democracia liberal. De hecho, esta fue la premisa sobre la primavera árabe. Se pensó que los regímenes corruptos y tiránicos caerían y que los regímenes que adoptaron los principios occidentales brotarían en su lugar. Esa fue una profunda falta de comprensión de la fuerza de estos regímenes; de la diversidad de la oposición y de las fuerzas probables que surgieron de ella.

En Libia, la OTAN simplemente no entendió el torbellino que se estaba desatando. Gadafi se vio inmerso en una guerra entre clanes, tribus e ideologías. A partir de este caos, los islamistas libios de diversas tendencias emergieron para aprovechar el vacío de poder. Varios grupos islamistas no sólo se debilitaron para imponer su voluntad, sino que se dedicaron a propagar acciones que repercutieran en toda la región. El deseo de derrocar a Gadafi vino de dos impulsos. El primero fue para librar al mundo de un tirano y el segundo para dar a los libios el derecho a la autodeterminación nacional. No fueron consideradas otras dos cuestiones muy importantes: si derrocar a Gadafi rendiría las condiciones para la determinación de la voluntad nacional y si la realidad nacional se reflejaría en los valores de la OTAN y de sus intereses.

Las consecuencias no deseadas

El ataque contra la sede diplomática de los Estados Unidos  en Benghazi representa las consecuencias imprevistas e indirectas de la eliminación de Gadafi. Gadafi fue implacable en la supresión radical del islamismo, como lo fue en otros asuntos. En ausencia de ese elemento una vez muerto, la facción islamista radical parece haber planeado cuidadosamente el asalto al consulado de EEUU. El ataque fue programado para cuando el embajador de EEUU estuviera presente. La multitud estaba armada con una variedad de armas. La justificación fue un video poco conocido en YouTube que desató disturbios anti estadounidenses en todo el mundo árabe.

Para los yihadistas libios aprovechar el enojo por el video fue un golpe brillante. Después de haber estado en declive, se reafirmaron mucho más allá de las fronteras de Libia. En Libia, se mostraron como una fuerza que no se puede dejar pasar desapercibida  -por lo menos en la medida en que puedan organizar un ataque exitoso contra los estadounidenses. Los cuatro estadounidenses que murieron podrían haber sido asesinados en otras circunstancias, pero murieron en otra situación y en un cuadro que podrá ser explicado de la siguiente manera: Gadafi fue eliminado, ningún régimen coherente tomó su lugar, nadie suprimió a los islamistas radicales y los islamistas pueden actuar ¿Hasta dónde crecerá su poder? No se sabe, pero lo cierto es que actuaron eficazmente para conseguir sus fines. No está claro con qué fuerza hay que suprimirlos. Tampoco está claro cuál es el impulso que esto ha creado para los yihadistas en la región, pero va a poner a la OTAN, y más concretamente a los Estados Unidos, ya sea en la posición de involucrarse en otra guerra en el mundo árabe o permitir que el proceso siga adelante y esperar lo mejor.

Posiciones realistas e idealistas

Libia es un caso en el que distinguen las incoherencias. Si la posición idealista se refiere a resultados morales, entonces abogar por la muerte de un tirano no es suficiente. Para garantizar un cambio se requería que el país sea ocupado y pacificado, como Alemania o Japón. El idealista en cambio consideraría este acto como inaceptable, en franca violación de la doctrina de soberanía nacional. Más concretamente, EEUU no está militarmente en condiciones de ocupar o pacificar Libia, ni sería esto una prioridad nacional que justifique la guerra. La simple eliminación del tirano no es el fin, sino el principio, agravado por la voluntad realista para llevar a cabo una acción militar insuficiente políticamente hablando. Los fines morales y los medios militares deben engranar para conseguir buenos resultados.

La remoción de Gadafi era moralmente defendible, pero no por sí misma. Después de quitarlo del poder, la OTAN adoptó una responsabilidad que se la pasó a la opinión pública libia que no está preparada para manejarla. Concretamente, no había posibilidades que pudiera emergiera como una voluntad nacional; era un movimiento que representaba una amenaza para los principios e intereses de los miembros de la OTAN. El problema de Libia no era que no entendía los valores occidentales, sino que una parte significativa de su población rechazó esos valores en el terreno moral. En algún lugar entre el odio a la tiranía y la autodeterminación nacional, el compromiso de la OTAN a la libertad fue una estratagema perdida.

Esto no es una cuestión que simplemente limita a Libia. Hay un caso más inmediato: Siria. El supuesto es que la eliminación de otro tirano, en este caso, Bashar al Assad, dará lugar a una evolución que transformara ese país. Se dice que occidente debe intervenir para proteger al pueblo de la carnicería del régimen de al Assad, pero es muy simplista pensar que con la ausencia de al Assad Siria se convertiría en una democrática. Para que esto suceda, debe ocurrir más que la eliminación de al Assad.

Pensamiento Ilusorio vs. El Manejo de las Consecuencias

En 1958, se publicó un libro llamado The Ugly American acerca de un país del sudeste asiático que tenía un brutal dictador pro-estadounidense y una brutal revolución comunista. La novela tenía un personaje que era un nacionalista comprometido con los derechos humanos. Como líder, él no iba a ser simplemente una herramienta americana, pero era la mejor esperanza que EEUU tenía. Un caso real de tal régimen ideal fue visto en 1963 en Vietnam, cuando Ngo Dinh Diem fue asesinado en un golpe de Estado. Él había sido un brutal dictador pro-estadounidense. La esperanza después de su muerte fue que un liberal decente y nacionalista lo reemplazaría. Hubo una larga búsqueda pero la figura nunca fue encontrada.

Deshacerse de un tirano cuando se es tan poderoso como EEUU y la OTAN, es la parte fácil. Saddam Hussein está tan muerto como Gadafi. El problema es lo qué viene después. Tener un nacionalista democrático liberal que aparece para tomar el timón puede suceder, pero no es el desenlace más probable. No sé qué saldrá del movimiento yihadista libio que ha demostrado motivación y es capaz de ejecutar acciones que resuenen en el mundo árabe. Yo sé que Gadafi era un bruto malvado, pero no está claro que la eliminación de un dictador mejore automáticamente las cosas. Lo que me queda claro es que si la guerra es hecha por fines morales, los interventores deben estar moralmente obligados a gestionar las consecuencias.