El servicio cubano y el caso Kennedy

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Una controversial historia que envuelve a la escuela de espionaje cubana, a un coronel de la KGB y a la esposa del asesino del ex presidente norteamericano

 

Los servicios cubanos de inteligencia nacieron durante la revolución castrista en 1958. El hermano de Fidel, Raúl Castro, estableció el SIB (Servicio de Inteligencia Básica), cuyo comandante era Ramiro Valdés Menéndez, que a su vez estaba a cargo de dos tareas fundamentales: descubrir a los traidores que pasaban información a la policía gubernamental de Fulgencio Batista y filtrarse en el ejército para  comprar información que permitiera influir en los planes del Gobierno.

 

Los castristas tenían muy clara la idea sobre la importancia de un servicio secreto de inteligencia moderno en tareas de espionaje, contraespionaje; control y manipulación en la toma de decisiones.

El 10 de enero de 1959, a escasas dos semanas después de ganar la revolución, Castro nombró a Valdés jefe del Departamento de Inteligencia del Ejército Rebelde (la primera entre las nuevas siglas…), que estableció su propia sede en un enorme y moderno complejo en la Habana, desde entonces conocido con el nombre de “Directorado”.

El servicio estaba a cargo de la doble pericia del Ministerio de las Fuerzas Armadas Revolucionarias y del Ministerio de Asuntos Exteriores. Desde 1960, con las buenas relaciones que pasaron a tener los  gobiernos de Cuba y la Unión Soviética, los servicios secretos soviéticos (KGB) pusieron especial atención en los métodos utilizados por los funcionarios de los servicios de inteligencia cubanos y se encargó de la formación y el entrenamiento de las nuevas estructuras de seguridad cubanas.

Precisamente, una de las escuelas utilizadas para el entrenamiento intensivo de los cubanos en la ex Unión Soviética se encontraba en la ciudad de Minsk, que desde 1960 se constituyó en el centro de entrenamiento de unos 300 agentes castristas que concurrían a ese centro cada tres años, tiempo que duraba en promedio el entrenamiento avanzado.

Un dato curioso sobre este centro de inteligencia soviético, podría arrojar nuevas revelaciones sobre el asesinato del presidente John F. Kennedy, perpetrado en Dallas, Texas, el 22 de noviembre de 1963. Se trata de una rara sucesión de circunstancias sorprendentes y encadenadas entre sí.

La escuela de los cubanos se encontraba en calle Ulianova de la ciudad de Minsk. Entre 1961 y 62, el  asesino del presidente Kennedy; el norteamericano, Lee Harvey Oswald, vivía en esa ciudad, y más precisamente en un edificio al lado de la escuela de instrucción.

Oswald vivió allí, un año antes de disparar al presidente Kennedy desde un edificio del centro de Dallas, mientras desfilaba en una movilidad descapotada. Los datos de la investigación revelan además que el director de la escuela de entrenamiento de los servicios de inteligencia soviéticos, donde se atendían los funcionarios cubanos, era Ilya Vasilievich Prusakov, coronel de la KGB, que resultó ser tío de Marina Prusakova, mujer de Oswald, que viajó con él a los Estados Unidos justo en la víspera del atentado en Dallas.

Según testigos cubanos que participaron en los cursos -y según el diario de Oswald- muchos jóvenes cubanos se hicieron amigos del joven norteamericano porque a éste le gustaba la revolución cubana y su líder Fidel Castro. Según las investigaciones, Oswald pasó una temporada en la Unión Soviética, no precisamente para estudiar o trabajar, sino por “placer”. La pregunta es si Oswald estaba verdaderamente disfrutando un viaje de “placer” en medio de la guerra fría.

Estas circunstancias que parecen relacionar a Oswald con los jóvenes “estudiantes” cubanos y al tío de su futura esposa, Ilya; parecen concatenar más aún si se relacionan con un revelador dato suministrado por Brian Latell, funcionario de la CIA que mantuvo su oficina en el centro de La Habana en los años 70 y 80. Fue quien detectó -por las estaciones de intercepción de la National Security Agency de EEUU, horas previas al atentado contra el presidente Kennedy-, que el tráfico de llamadas entre Cuba y las embajadas del resto del mundo se redujeron drásticamente, mientras que el registró del tráfico radial entre la capital cubana y Dallas se incrementó notoriamente.

Posiblemente, es inoportuno abrir el debate sobre el caso Kennedy y las muchas contradicciones que han marcado el trabajo de las investigaciones y de la Comisión Warren. Pero hay increíbles coincidencias para iluminar los misterios que envolvieron el atentado en Dallas; pueden ser suficientes indicios para mirar con sospechoso respeto la capacidad operativa de los servicios cubanos y de sus maestros soviéticos. De esta capacidad probada se ofreció testimonio en todas las sedes e instituciones de  periodistas que dieron luz sobre la inteligencia castrista.

 

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