Crece el miedo ante la manifestación prevista para el Brasil-Uruguay

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La policía espera una gran manifestación de protesta este miércoles en Belo Horizonte, la capital del Estado de Minas Gerais, el tercero mayor del país. Las estimaciones hablan de más de cien mil personas con motivo de la semifinal de la Copa de las Confederaciones, en la que se enfrentarán Brasil y Uruguay.

La policía y las autoridades políticas tienen miedo. “El embate con los grupos más violentos será inevitable” ha confesado el comandante de la Policía Militar, Márcio Santanna, que ha amenazado con usar, además de gases lacrimógenos, balas de goma y  “algunas cosas más”, sin especificar de qué puede tratarse.

Ya el sábado pasado, el enfrentamiento entre un grupo de extremistas violentos y las fuerzas del orden fue muy duro en Belo Horizonte, con un balance de 22 detenidos y 18 heridos, cinco de los cuales aún hospitalizados.

Las autoridades de la ciudad, atemorizadas, han decretado este miércoles día festivo y tendrán que cerrar hasta las tiendas. “Mejor, así irá más gente a la manifestación”, han respondido desafiantes en las redes sociales los que pretenden acudir a la protesta contra los gastos de la Copa. Los servicios secretos han alertado de que se están organizando grupos violentos llegados desde São Paulo, Río de Janeiro y Río Grande do Sul, entre otras ciudades, dispuestos a crear problemas a la policía.

En el Estado de Minas se han vivido las protestas más violentas y multitudinarias contra lo que se consideran gastos excesivos de la Copa. “Nuestros héroes son los maestros, no los jugadores”, decía una pancarta alzada por un grupo de jóvenes. La tensión es aún mayor porque el presidente de la Fifa, Joseph Blatter, uno de los personajes más contestados y que fue muy silbado en el Maracanã de Río, estará en el partido.

Los autobuses con los logotipos del Mundial 2014 recibieron este lunes duros abucheos en Belo Horizonte. “Esperamos la mayor concentración en la ciudad con más de cien mil personas” dicen los organizadores, un dato con el que concuerda la policía, que ha reforzado su contingente.

Las protestas no son contra el fútbol como tal, como lo demuestra el hecho de que el estadio vaya a estar abarrotado. De hecho, los jugadores más famosos y queridos se han puesto a favor de las reivindicaciones de la calle. Las quejas se dirigen a la sospecha de corrupción en los gastos de las infraestructuras y las instalaciones deportivas para las dos Copas, ya que el presupuesto acabó duplicándose. Las denuncias contra los nuevos estadios son como el resumen del corazón general de las protestas que desembocan todas en el mismo mar de la corrupción generalizada.

Lo que critican los brasileños es que mientras los estadios han costado miles de millones de dólares, todo el resto de la infraestructura es el espejo de la incuria y de las fragilidades en todos los servicios públicos del país, que parecen más del tercer mundo que de la sexta potencia económica del planeta. Y todo ello como fruto de una mala administración y de las infiltraciones de la corrupción.

Por ejemplo, al lado de un estadio bello y millonario, los aficionados sufren bajo el sol horas de fila para poder comprar una entrada; el césped es precario; la falta de seguridad preocupa a los que acuden al partido; falla la señal de móviles y de internet en el campo; existen dificultades de acceso al no haber previsto un sistema veloz de medios de transportes, y en algunos partidos ha faltado hasta agua y comida.

En todo el país las manifestaciones han seguido vivas a pesar de las promesas de la presidenta Dilma Rousseff. La gente está esperando a que esas promesas se concreten en hechos reales. Los discursos de los políticos ya no convencen ni tienen fuerza para parar la protesta.

Escritores como Arnaldo Jabor recuerdan que los políticos están esperando a que “se sosieguen los leones”, pero que la protesta le ha tomado el gusto a la calle. “Brasil parecía un país deshabitado y de repente surgió la gente como un mar embravecido”, se comenta en las redes sociales. De repente, la protesta se ha convertido en una especie de “Fiscalía sin corbata”, dice Jabor, que abre investigaciones criminales contra la corrupción política en calles y plazas de ciudades y hasta en aldeas.

Y lo que no falta es humor y creatividad. En una pancarta aparece, por ejemplo, la presidenta leyendo la convocatoria de una manifestación en un pueblecito del interior más remoto del país. Llevándose las manos a la cabeza exclama: “¿Aquí también?”.

Fuente: elpaís.com