El país
Perú.- El abogado Wilfredo Ardito, coautor del Manual para el empleo del quechua en las comisarías, entrega ese texto a 120 alumnos de la escuela de suboficiales de la policía en la ciudad andina de Ayacucho que esperan sentados en el comedor acondicionado como auditorio. Les pide traducir a ese idioma algunos verbos y frases, y la mayoría responde sin error. Señala su corbata: “¿Cómo se dice azul?”. “Bluuuuue”, responden los estudiantes -entre risas- porque saben en inglés pero no en el segundo idioma oficial del Perú. “Creen que si hablan quechua los van a discriminar, de ahí viene la invisibilización. La manera de prestigiar la lengua es que se use por escrito, o que se vea en televisión”, explica Ardito.
“Anqas” es azul en quechua. Uno de los colores, como el verde, que la mayoría de policías no tiene en la memoria, refiere Ardito. Él y la investigadora quechua-hablante Gavina Córdova recorrieron el departamento de Apurímac -sierra sur- entrevistando a policías, otros empleados estatales y padres de familia para conocer la vigencia del quechua en la vida cotidiana. Según el censo oficial de 2007, el quechua es aprendido en la niñez por el 71.5% de la población de Apurímac mayor de cinco años. Alberga el mayor porcentaje de quechuahablantes en el país.
“En el estudio encontramos a policías que se hacen entender en el idioma. ‘Me defiendo’, dicen, pero notamos que no sabían quechua con la precisión suficiente que requiere su función, por eso hicimos este manual”, describe el abogado a este diario. “Es distinto buscar a un niño extraviado de ocho años que usa suéter verde a un niño de cuatro y ropa roja”, detalla. Puka, rojo en quechua, es uno de las palabras más difundidas.
El manual, pionero en el campo de la enseñanza del quechua, ha sido entregado ya en julio en dependencias policiales de Apurímac y Cusco (sur andino), donde dicha lengua es aprendida durante la niñez en el 52% de la población mayor de cinco años, de acuerdo al censo 2007 del Instituto Nacional de Estadística e Informática (INEI). De acuerdo a esa misma entidad, el 13.2% de los censados en 2007 aprendió quechua en su niñez, es decir, unos tres millones 261.000 personas. Entre el Censo de 1993 y el de 2007, el porcentaje disminuyó un 3.3%.
“En algunos lugares, la comisaría es la única presencia del Estado. La policía está donde no llegan autoridades. A veces, terceros les dicen a los ciudadanos que les van a quitar su casa, su hijo, y ellos buscan orientación en el policía, o preguntan dónde tramitar el DNI. En otros casos, en el Banco de la Nación, hay un policía por seguridad, pero los dependientes lo llaman para que traduzca cuando el usuario no es bilingüe”, comenta Ardito.
“A diferencia del País Vasco, Cataluña, o Quebec, donde el ciudadano exige que se le hable en su lengua por identidad, aquí el Estado a veces ofrece un traductor porque ve una carencia en el conocimiento del castellano, pero se debe incorporar el derecho lingüístico, el siguiente paso será que los quechua-hablantes puedan disfrutar de su lengua. No es un idioma visto con prestigio, incluso en los pocos libros de enseñanza las frases son sobre el mundo rural, pero tiene que aparecer asociado a lo moderno y a lo urbano en los métodos de enseñanza. Por ejemplo, decir “vamos al cine”, “cruza el semáforo”, y no “pasta las ovejas”, para que no parezca la lengua del pobre”, agrega el abogado especializado en discriminación y derechos humanos.
En Ayacucho, el 63.9% de la población mayor de cinco años reportó en 2007 que había aprendido quechua en la niñez. Durante otra entrega del manual, esta vez a oficiales y suboficiales de la policía en la capital de ese departamento, el representante de la Defensoría del Pueblo en Ayacucho, Jorge Fernández, mencionó que de acuerdo a las normas de procedimiento administrativo, el Estado debe prestar servicios en el idioma materno del ciudadano. No es casual que en la Defensoría de Ayacucho todos los servidores hayan tenido que demostrar su manejo del quechua para ser aceptados en el trabajo. “La mayoría de quienes vienen aquí a presentar sus quejas o buscar orientación son quechua-hablantes”, asegura Fernández mientras señala a mujeres que acaban de llegar al módulo de atención de esa dependencia.
“Es para que sepan mejor comunicarse con quienes no hablan castellano”, añade Fernández, al dirigirse a los comisarios y agentes de dependencias antidrogas, de criminalística, etcétera. Recientemente el diario El Comercio dio a conocer que uno de los hospitales públicos más grandes de Lima abrió en 2012 el Consultorio de la Inclusión, un módulo donde un médico puede recibir a los pacientes quechua-hablantes. Cada mes atienden a unas 200 personas, según la directora del Hospital Loayza, Zarela Solís a ese medio.
Los 140 alumnos de la escuela de suboficiales de la policía en Ayacucho (de un promedio de 18 a 22 años) sentados en el comedor acondicionado de auditorio, revisan el libro verde. Responden a preguntas sobre cómo se dicen en quechua frases típicas sobre abigeato (robo de ganado: uywakuna suwasqa kaptin), fuga de enamorados (suwanakuy), y uno de los problemas más graves en el departamento: violencia familiar. Tanto así que el manual dedica diez páginas a ese rubro (ayllu maqasqa kaptin).
Pocas entidades públicas actualmente son receptivas al quechua-hablante. El Congreso fue uno de los primeros en grabar en la central telefónica un saludo en quechua. Este manual posiblemente abra camino a otras entidades públicas que quieren ya contar con versiones en quechua de sus mensajes clave. Al salir de la escuela de policía, en la garita de prevención, Jorge Fernández vio a unos suboficiales ya graduados, que no habían recibido el libro. Se detienen en la camioneta para abrir una caja. “¿A cuántos ciudadanos les falta el manual?”, pregunta el representante de la Defensoría. “Tawa, tawa (cuatro)”, responde un suboficial, advertido de qué se trataba la visita. Los agentes tendrán una herramienta para servir mejor, siempre y cuando haya voluntad.