Dilma aplaza visita de estado a los EEUU

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No hay antecedentes de que un invitado suspendiese una “visita de Estado” y que lo hiciera la presidenta de Brasil muestra la gravedad de la situación. La Casa Blanca insinuó que mantendrá el sistema de vigilancia pese al escándalo.

Sin sorprender a nadie, la presidenta Dilma Rousseff anunció formalmente ayer que suspendió la visita de Estado que realizaría a Washington a fines de octubre. Claro que, en la formalidad, hubo que incluir ciertas mesuras diplomáticas. Así, oficialmente la visita no fue suspendida, sino postergada, y no se trató de una decisión de Brasilia, sino de la conclusión a que llegaron, en común acuerdo, Dilma y su frustrado anfitrión, Barack Obama, en una llamada telefónica en la tarde del lunes.

Como en toda mentira, hay, en ésa, algo de verdad. Solícito, Barack Obama efectivamente llamó a Dilma al atardecer del lunes. Lanzó un llamamiento para que la visita no fuese cancelada. La mandataria brasileña, en todo caso, se mostró inflexible: sin que se aclarase la cuestión del espionaje que alcanzó sus teléfonos (fijos y móviles, institucionales y personales) y sus correos electrónicos, sin la garantía de que ese espionaje sería suspendido de inmediato, sin un pedido público de excusas, no había clima alguno para la visita. Cuando se dice que al anunciar que el viaje estaba cancelado Dilma no sorprendió a nadie, eso incluye a Obama.

Habrá nuevas medidas, que responden no sólo a la irritación personal de la presidenta brasileña, pero también a la gravedad de lo ocurrido. En la nota en que se anuncia la suspensión de la visita de Estado, queda dicho que “las prácticas ilegales de interceptación de las comunicaciones y los datos de ciudadanos, empresas y miembros del gobierno brasileño constituyen un hecho grave, atentatorio a la soberanía nacional y a los derechos individuales, e incompatible con la convivencia democrática entre países amigos”. Más claro, imposible.

Desde que estalló el escándalo y quedó patente el malestar brasileño, la Casa Blanca trató de matizar el tema. Pero al mismo tiempo, y en una actitud insólita, Washington insinuó, sin explicitar, que mantendrá el sistema de espionaje, como si fuese algo natural. Ayer, en su nota anunciando la “postergación” de la visita, la Casa Blanca dijo que Obama buscará “un camino diplomático”, juntamente con Dilma, “para solucionar el incómodo malestar provocado sobre la relación bilateral”.

Hay un detalle importante en esta historia. Acorde con la jerarquía del ceremonial de la Casa Blanca, una cosa es una visita oficial -Dilma ya realizó una, Lula da Silva hizo varias- y otra, mucho más categorizada, es una “visita de Estado”. Lo más visible de esa jerarquía es que una “visita de Estado” incluye una cena de gala en la Casa Blanca y una ceremonia militar de recepción al visitante. El último presidente brasileño de ser agraciado con esa honra ha sido Fernando Henrique Cardoso, hace casi veinte años. Dilma sería la única “visita de Estado” prevista para 2013.

No hay antecedentes de que un invitado suspendiese esa clase de viaje. Por más que se trate de filigranas diplomáticas, la medida de la presidenta brasileña muestra la gravedad de la situación.

No se trata, ni de lejos, de una decisión intempestiva, nacida sobre la base de un humor de momento. Ha sido una respuesta meticulosamente estudiada y debatida con la cúspide de la diplomacia brasileña y con el más restricto círculo de asesores y consejeros de Dilma Rousseff. El mismo Lula, que en un primer momento se mostró más proclive a una posición dura pero no extrema, respaldó la decisión de suspender el viaje.

Es, en suma, un gesto contundente. La única concesión de Brasilia fue aceptar que se divulgara que la decisión ha sido adoptada juntamente con Barack Obama y que en lugar de una suspensión se trata de una postergación.

Estados Unidos sigue siendo el principal socio comercial de Brasil. Puede que la decisión de Dilma provoque críticas de parte del empresariado brasileño. Sin embargo, cancelar el viaje no traerá ninguna consecuencia negativa. En la agenda de la visita de Estado no había nada específico o relevante. Nadie esperaba algún anuncio significativo en el campo de las inversiones, o de nuevos acuerdos tarifarios, y menos aún alguna novedad en el vasto campo de la cooperación bilateral.

Estaría, por supuesto, el peso simbólico de la visita y quizá alguna señal de que como postre a la cena de gala surgiesen indicativos de avances en cuestiones pendientes entre los dos países, muy específicamente en aspectos del comercio bilateral. Nada, en todo caso, que no pueda seguir siendo negociado y discutido por las vías naturales de la diplomacia.

Una visita de Estado sería, principalmente, un gesto político de ambos gobiernos. Dilma concluyó que no es el momento apropiado.

Al contrario: mucho más positivo sería otro gesto político, o sea, decirle a Washington que para todo hay algún límite en esta vida y en este mundo.

Que nadie se sorprenda si en su discurso en la Asamblea General de la ONU, de aquí a pocos días, Dilma vuelva al tema para criticar muy duramente las acciones invasivas de la Casa Blanca. El tema no está cerrado con la suspensión de la visita.