De justicia, sequías e inundaciones

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Yon sabía que la única forma de encontrar a Gerda era pasando el Reino del Hielo; cruzando lagos congelados, vientos helados, nieve y más nieve. Un frío constante que amenazaba congelar la sangre. Ni un rayo de sol. Pero Yon estaba dispuesto a hacer cualquier cosa para salvar a Gerda. Ella estaba prisionera en el Reino del Hielo, atrapada en el castillo de la malvada reina de la nieve. En el corazón de Gerda, se incrustaron dos pedazos de hielo y la congelaron convirtiéndola en una prisionera del frío eterno. Y su amado Yon, tenía la clave: su amor. Era lo único, suficientemente puro, para descongelar su corazón y emprender de vuelta al sol.

Es así como recuerdo este cuento de hadas que fue parte de mi niñez.  Además de Blanca Nieves, la Bella Durmiente y otros, que por cierto, repetían el mismo patrón. El amor era la llave que devolvía de la muerte a la vida. Jugando frente al espejo una se volvía princesa o zarina. Rara vez alguien aceptaba hacer el papel de la malvada del cuento.

Pasado el tiempo, la vida se convirtió en una incesante búsqueda de ese amor que libera. Algunas siguieron de zarinas y princesas; pero la mayoría se han vuelto las malvadas del cuento.

Si bien la literatura traía diferentes ejemplos de cómo encontrar ese amor; desde los románticos medievales, hasta los existencialistas del Siglo XX, pasando por el zen-budismo, el yoga y tanta otras teorías, todas confusas unas más que otras; traían digo, cierto alivio pero no podían liberar ese vivir. Las partes puntiagudas del hielo incrustado en el corazón dolían cada vez más, causando a menudo hemorragias dolorosas. Las paredes de los castillos ocultaban la mentira, la falsedad y el deseo de posesiones materiales, eran a menudo obstáculo para llegar a tener un corazón tierno.

Las zarinas de ayer se han vuelto abogadas defensoras de frías leyes hoy día. Cumpliendo con su deber, aplican duras medidas ante la impotencia de encontrar la vía directa. Los príncipes, entretanto, se han vuelto hombres de negocio, políticos, filósofos baratos o actores, cuyas máscaras, engañan mientras más brillo tengan.

Si yo fuera abogada, ¿qué ley me podría llevar hacia la verdad?  Engañoso y perverso es el corazón del hombre. Si yo fuera zarina, ¿cómo llegaría al corazón del hombre para convertirlo del hielo a un órgano vivo?  Que pregunta tan difícil.

El hombre se busca tareas, en el camino; dejando a un lado esa lucha por la liberación. Construye palacios, que con una fuerte lluvia, amenazan desaparecer y convertirse en lodo. Los grandes artistas dedican toda su vida para hacer obras perfectas y son adorados por generaciones amantes del arte; hasta que un día, un incendio se lleva todo. Los sedientos de fama y fortuna, buscan la forma de anotar su nombre en libros de diferente tamaño y color. Hasta que un dictador se los prohíbe. “¡Bah! Cuanta vanidad”, dijo Tequery, uno de los muchos que se puso a escribir sobre el tema, buscando fama. Es que el mundo parece ser un jardín de distracción vana. Mientras los serios juegan roles de importancia, se reúnen, discuten, intercambian leyes y más leyes, piden aprobación de esto y de aquello, caminan con paso decisivo de una lado a otro de sus suntuosos palacios, vuelan en aviones privados tratando de encontrar la solución a ese congelamiento planetario; otros amenazan, matan y, justificando sus actos, gritan la palabra derecho, justicia y libertad. Palabras cuyo significado no conoce la verdad. La repiten fuerte por el miedo de ser descubiertos. Más miedo y decisiones drásticas, para aparentar. Esta columna también está en peligro de ser una vanidad vana, sino fuera por la incesante lucha de descubrir quién puede descongelar este hielo que amenaza dejar cautivos los corazones.

Las aguas están creciendo hasta los techos. Las sequías matan de hambre. Las guerras envuelven de luto. La tierra se estremece y las montañas vomitan fuego; y el hombre está dando vueltas y vueltas en un círculo que parece no tener salida. Si tú y yo fuéramos abogadas o zarinas, ¿dónde iríamos?