Por primera vez en los últimos 17 años habrá un ausente de marca: el presidente ruso Vladimir Putin. La crisis que se desató en Ucrania luego de la anexión de Crimea por parte de Rusia llevó a que la cumbre del G-7 que se celebra en Bruselas se lleve a cabo sin la presencia del mandatario ruso. En realidad, este megaespectáculo de política internacional debía haber tenido lugar en la ciudad rusa de Sochi y su nombre era “la cumbre del G-8”. Pero la trama Ucrania redujo el G-8 a G-7 y la sede se trasladó de Rusia a Bruselas. La ausencia física de Putin está ampliamente compensada por el espacio que ocupa el presidente ruso en esta reunión previa a la celebración del septuagésimo aniversario del desembarco de las tropas aliadas en Normandía (6 de junio), donde Putin sí estará presente. Herman van Rompuy, el presidente del Consejo Europeo, ya adelantó que el tema de “Ucrania es la prioridad de la agenda”. Hábil como pocos, Vladimir Putin pasó por el interciso de los medios para ser un protagonista bien presente. En una entrevista con el mandatario ruso difundida por el canal francés TF1, Vladimir Putin desplegó su estrategia, apuntó la responsabilidad de los europeos en la crisis actual y no excluyó entrevistarse en Francia con el nuevo presidente de Ucrania, Petro Poroshenko: “No cuento con evitar a nadie y hablaré con todo el mundo”, dijo el jefe del Estado.
En cuanto al tema central de la cumbre del G-7, es decir, Ucrania y las acusaciones expansionistas que pesan sobre Moscú, Vladimir Putin aclaró: “No estamos contemplando apoyar al nacionalismo ruso ni reconstituir un imperio. Espero que no haya una segunda fase de Guerra Fría”. El mandatario apareció muy locuaz, puntual y hasta agresivo en sus respuestas. Putin trató a los norteamericanos de mentirosos y negó toda intervención rusa en Ucrania, concretamente al Este de la república donde los separatistas rusos tomaron el poder. Según dijo en la entrevista, “no hay militares rusos en Ucrania. Los norteamericanos mienten: no hay personal militar ruso en Ucrania y nunca lo hubo”. Cuando se le preguntó qué pensaba sobre las declaraciones de la secretaria de Estado norteamericana, Hillary Clinton, que comparó los métodos de Putin con los de Hitler, el presidente dijo: “Hillary Clinton nunca fue muy sutil con sus declaraciones (…) Es preferible no debatir con las mujeres”. Por último, Putin hizo responsable a Europa de la fase actual de la crisis Ucrania por haber querido que Kiev firmara con Bruselas un acuerdo de libre cambio. “En vez de mantener con nosotros ese debate por medio de vías legítimas y diplomáticas, nuestros amigos europeos y norteamericanos apoyaron una revuelta armada anticonstitucional contra el poder.”
Lo cierto es que los líderes del G-7 sí debaten en Bruselas sobre las estrategias comunes o poco comunes a adoptar frente a Moscú luego de la batería de sanciones aplicadas por Europa y Estados Unidos contra Rusia. El presidente norteamericano, Barack Obama, está en Europa estrenando su nuevo juguete imperial de dominación del mundo a través de alianzas internacionales sin recurso automático a la fuerza militar.
No caben dudas de que el presidente norteamericano encontró un límite inmediato a esa idea de coalición. La dependencia energética de Europa ante el suministro de gas procedente del Cáucaso es capaz de ablandar las alianzas más aguerridas. La cumbre del G-7 estará envuelta de una retórica fuerte, pero los hechos pueden ser limitados como lo demuestra la no anulación de la venta de dos barcos franceses portahelicópteros a Rusia. La canciller alemana, Angela Merkel, volvió a repetir que “no queremos nuevas sanciones. Queremos una cooperación estrecha con Rusia, pero si las nuevas sanciones son inevitables las adoptaremos de manera unánime”.
Este hilo de antagonismos verbales va acompañado de una fuerte actividad de consenso diplomático para evitar escaladas y más sanciones que podrían hacer que los sancionados sean en realidad los sancionadores. El presidente del Consejo Europeo, Herman van Rompuy, y el responsable de la Comisión Europea, José Manuel Barroso, apoyaron la exploración de “posibilidades políticas y diplomáticas” para superar la crisis sin que se recurra a nuevos escarmientos. Ucrania es el equivalente a una cuadratura del círculo para los aliados de Washington. La dependencia energética de Europa limita el alcance de cualquier medida de fuerza, tanto más cuanto que ni siquiera los mismos países europeos están de acuerdo con la utilidad de las sanciones. Por otra parte, la situación de Ucrania es una catástrofe: es un Estado casi quebrado, con una guerra separatista en el Este, con una deuda enorme con Rusia por el gas que consume, supeditada a los fondos que Europa y el Fondo Monetario Internacional podrían suministrarle a cambio de la ya ultra sacrificial metodología de los organismos de crédito internacionales: ajustes, reformas, compresión del gasto. Según datos de la Agencia Internacional de la Energía, Europa produce el 6 por ciento de la energía mundial pero consume el 14 por ciento. El gas representa una cuarta parte de la energía que se consume dentro de la UE. De esa cuarta parte, un tercio sale de Rusia y de ese porcentaje la mitad circula a través de Ucrania. EL G-7 debe sortear muchas dependencias mutuas y ajenas antes de estar en plenas condiciones de doblegar a Moscú.