Las presidenciales del próximo año se desarrollarán en un escenario adverso para la economía.
“La década ganada” llama el actual Gobierno de Cristina Fernández de Kirchner a sus dos periodos en el cargo y los años de Gobierno de su fallecido marido, Néstor Kirchner. No todos los argentinos están de acuerdo con esa estimación. Entre los que menos están de acuerdo se hallan los pobres.
La pobreza se extiende como una gangrena por el país. “Hay un 27% de pobreza que hace que un conjunto muy grande de personas no cuenten con los servicios básicos, agua, alcantarillado, viven más parecido al siglo XIX que al actual”, dice Daniel Arroyo, exministro de Desarrollo Social de la provincia de Buenos Aires. Agrega que hay además un 34% de trabajo informal y un millón y medio de jóvenes excluidos, que no estudian ni trabajan.
El número de personas que viven en “villas miseria” alrededor de Buenos Aires se ha multiplicado por tres en los últimos 20 años, según Ann Mitchell, profesora en la Pontificia Universidad Católica Argentina (UCA). En toda ciudad argentina existen esas villas miseria, agrega: Rosario, la tercera mayor ciudad del país, tiene por lo menos cinco, y Córdoba, la segunda mayor ciudad, seis.
Los más pobres de los pobres son a menudo los indígenas. La miseria de la población indígena “parece un genocidio programado contra los pueblos originarios”, afirma José Antonio Boggiano, fundador del grupo Enfermeros para la Asistencia Humanitaria (ENASHU). “Es un horror”, agrega: “desnutrición generalizada, epidemias de enfermedades letales y amenazas del Estado contra voluntarios que brindan ayuda médica” diezman a la población indígena en la provincia de Formosa.
Los flagelos de la inseguridad y la corrupción
También la inseguridad campea. Según la ONU, Argentina tiene el mayor número de asaltos en América Latina. Asesinatos, saqueos e intentos de linchamiento son fenómenos habituales. La policía se ve desbordada. Mucha violencia se genera en relación con las drogas. Sobre todo en las zonas más deprimidas de la capital y en Rosario, Santa Fe y Córdoba, el Estado ha perdido el monopolio de la violencia, que ha quedado en parte en manos de bandas de narcotraficantes. Para muchos argentinos, la inseguridad es el problema número uno.
A ello se agrega la corrupción, que parece omnipresente. Casi todos los días salen casos a luz. Amado Boudou, el vicepresidente de la República, fue imputado en 2012 por enriquecimiento ilícito y negocios incompatibles con su cargo en relación con una impresora de billetes de banco. Este año se le agregó un proceso por falsificación de documentos en relación con un auto. El oficialismo rechaza las exigencias de la oposición de suspenderlo del cargo hasta que se aclaren las acusaciones. Por el contrario, se aferra a él. Un juez está investigando además a una empresa que administra hoteles de Fernández de Kirchner por “serias irregularidades”. En el último informe de percepción de la corrupción de Transparencia Internacional, Argentina ocupa el lugar 105 de 178, después de Argelia y al mismo nivel de Kazajistán.
Los probables candidatos
El 25 de octubre se elegirán un nuevo presidente y la mitad tanto de la Cámara de Diputados como de la de Senadores. Los candidatos aún no están definidos, pero se perfilan ya algunas tendencias. Las mejores perspectivas para la presidencia las tiene el Partido Justicialista (Peronista), que cubre todo el espectro político: desde la derecha hasta la izquierda nacionalista. El ala izquierda está representada por la familia Kirchner, primero a través de Néstor Kirchner (presidente de 2003 a 2007) y ahora por su viuda, Cristina Fernández de Kirchner, que, de acuerdo con la Constitución, no puede ser reelegida.
En esa ala “izquierda” se perfila como posible presidente Daniel Scioli, 57, gobernador de la provincia de Buenos Aires y “enemigo íntimo” de Fernández de Kirchner, “pero igualmente, a falta de alternativas, eventual candidato del kirchnerismo”, dijo a DW Mariana Llanos, delGerman Institute of Global and Area Studies (GIGA), de Hamburgo. En la derecha del peronismo gana terreno Sergio Massa, 42, alcalde de la ciudad de Tigre y diputado, que de julio de 2008 a julio de 2009 fue jefe de gabinete de la actual presidenta.
Entre los no peronistas, las mejores oportunidades para una candidatura las tiene el empresario y político liberal-conservador Mauricio Macri, 55, alcalde de la ciudad de Buenos Aires. También un conglomerado de partidos de izquierda y socialdemócratas presentará un candidato, “no se sabe aún quién ni si el grupo se presentará en bloque o dividido”, explica Llanos.
Una inflación desbordada
En el centro de la tormenta está la economía. Los últimos gobiernos no apostaron por reformar el país después de la bancarrota estatal de 2001/2002. En su lugar lo han llevado en dirección al dirigismo, el control y la tutela. Prioridad no tiene la inversión, sino el consumo. Este es financiado a través de un impuesto a las ganancias en las exportaciones agrícolas (detracciones, hasta un 35%) y una descontrolada multiplicación del dinero a través de la impresión de billetes. El Gobierno intenta frenar la inevitable inflación a través de controles de precios. Para reducirla, por lo menos formalmente, se recurre incluso al método de negarla sistemáticamente. Como el Instituto Nacional de Estadística y Censos (INDEC) publicaba tasas “equivocadas”, el Gobierno sustituyó a los responsables por personas que supieran “calcular mejor”. Y a las consultoras privadas se les prohibió publicar estadísticas de inflación. Hasta el Fondo Monetario Internacional (FMI) exigió a la Argentina un cálculo realista de la inflación. Mucho no ha ayudado: en los primeros diez meses de este año, la inflación es oficialmente del 21,4 por ciento; según la oposición, llegó al 40 por ciento.
Para no devaluar el peso, que llevaría a una mayor inflación, es ejercido un estricto control de divisas. Además se multiplican las trabas a la importación y las barreras no arancelarias. La consecuencia es la existencia de un floreciente mercado negro de divisas. La diferencia entre el cambio oficial y el paralelo alcanza actualmente a un 50 por ciento.
Sobrevaluación, competitividad y mercado negro
Bajo la sobrevaluación de la moneda sufre la competitividad del país. Las exportaciones son “demasiado caras” y las importaciones “demasiado baratas”. Hay exportadores que para poder importar deben vender al exterior productos por el mismo valor. BMW ya ha exportado arroz y Porsche aceitunas para poder introducir sus autos producidos en el exterior. La avidez de divisas de los particulares y las intervenciones en los mercados para tratar de estabilizar el tipo de cambio han llevado a una reducción de las reservas del Banco Central. Actualmente son de solo unos 30.000 millones de dólares, lo que corresponden a cinco meses de importaciones, uno de los valores más bajos de América Latina.
A todo ello se agrega la disputa con los llamados “fondos buitre”: fondos hedge que después de la cesación de pagos de 2002 compraron bonos argentinos sin recorte de deuda y ahora exigen el cien por cien del valor nominal, de unos 1.300 millones de dólares, más intereses. La esperanza de un acuerdo a comienzos de 2015 ha sido puesta en duda últimamente por círculos del Gobierno.
“El dilema de la economía argentina”, dije Klaus Bodemer, del GIGA, a DW, es “poder definir un modelo de desarrollo que asegure tasas de crecimiento altas y sostenibles e integre más al país en el comercio mundial a través de una mejora de su competitividad y la priorización de actividades que creen puestos de trabajo; a pesar de la constante invocación de un ‘modelo argentino’ de crecimiento con inclusión social, una política económica de ese tipo brilla por su ausencia”.
En la realidad de la Argentina de hoy ya no se trata de modelos, sino de algo mucho más elemental. Miguel A. Kiguel, director de la asesoría de empresas Ecoviews, dijo recientemente: “Lo importante es llegar al 2015, y eso va a ocurrir. Siempre al borde del precipicio, pero sin caernos”. Eso sería de esperar.