El Ébola y el Sida se columpiaban…

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Recuerdo todavía el día cuando vino a nuestra oficina un amigo hablando de la gripe aviar. Lo vi asustado como nunca antes lo había visto a un hombre de su tamaño en tal estado de shock.

Mide uno ochenta; musculoso, no fuma, no toma. Bastante inteligente y con varios negocios prósperos ya en su currículum. Casado y con hijos pequeños. Deportista, etc. Uno de esos que cualquier madre  aceptaría para su hija. En f n, ese día lo vi asustado como a un sapo cuando la víbora lo magnetiza con su mirada. Entró a la ofi cina y sin decirnos su amabilidad acostumbrada entre los bien educados grito: ¡ya llega el fin del mundo. Moriremos todos de la gripe aviar! Así dijo y se deslizó al interior de un elegante sillón del Hotel Europa. En ese tiempo teníamos las oficinas en el prestigioso hotel de la bella La Paz. Pasamos varias horas tratando de aliviar el dolor y pánico del joven empresario. Le expliqué que vengo de una tierra donde ni guerras, ni pestes, ni las bombas de la OTAN, ni las casas de torturas de los albaneses, ni los campos de concentración de los nazis, ni las estrategias genocidas de los turcos, ni las islas de tortura de los comunistas podían destruir el espíritu de la gente y que ahora no creía que un anuncio de la Organización Mundial de Salud en complot con los oscuros intereses del Nuevo Orden Mundial destruiría la civilización milenaria andina a la que él pertenece. Le dije eso y muchas cosas más y pudo levantarse del sillón. Más tarde, bastante erguido abandonó nuestras finas oficinas. Me gusta recordar ese glorioso día porque fue uno de esos cuando me salía el don de amar al prójimo y me resultaba fácil ayudar a salir de una depresión al borde de suicidio a cualquiera que lo necesitaba.

Hoy estoy visiblemente mayor, todavía de vez en cuando me sale lo del amor al prójimo, pero debo admitir cada vez con menos aliento. A mi amigo lo veo esporádicamente, sigue próspero y al parecer superó sus miedos. Después, hubo lo de las vacas locas, la gripe de chanchos, la de los burros; Sida que mató a mitad de África. Nunca supimos de dónde vino el Sida a ciencia cierta. Ya nadie habla de los monos que fueron los grandes culpables hace veinte años por la destrucción del continente negro. Supuestamente, los monos de África tienen unos piojos que saltaron a la cabeza de un africano y este a su vez las transmitió a su chica de nueve años, la más joven de la tribu.

Cuando se sacudió después de violarla, todo con el permiso de su papá, un brujo local de grandes conocimientos ancestrales. Después, no se sabe precisamente cómo, los piojos llegaron al cuerpo de actor de Hollywood Rock Hudson y es ahí donde el mundo entero se enteró del Sida. De no ser así nunca nadie sabría nada de ella.

Nos siguen llevando al borde de pánico con el terrorismo islámico, la guerra fría de Putin y el Ébola. Cada vez que en la franja de Gaza sucede otro holocausto los gobernadores del planeta nos patean con una enfermedad incurable. No tuve contacto con enfermos de Ébola pero tengo nauseas por todo lo que nos mandan para infundirnos miedo.

De tanto en tanto, la industria farmacéutica siembra una de esas ébolas a lugar equivoco. Propongo que la próxima siembra sean Washington, el Pentágono y otros centros democráticos de poder. De todas maneras la democracia está en agonía.

Actualmente nos hablan del Ébola para desviar nuestra atención de la masacre en Gaza a cargo de  sionistas y gringos. Cuando logren destruir todo lo posible en Gaza entonces las damas en Londres dejarán de tener fiebre alta por haber estado volando en la misma aerolínea con una enfermera que a su vuelta de África tuvo síntomas de Ébola. Nada grave al final.

Obama seguirá culpando a Putin de ser irrespetuoso con los derechos humanos, los países europeos conocidos  por su “objetividad” seguirán sancionando a los rusos y mi pequeñez seguirá escribiendo.

Las mujeres normales de mi edad están preocupadas por implantarse siliconas, ninguna que conozco anda golpeando el día entero sobre el teclado de su computadora de manera obsesiva como lo estoy haciendo yo.

Me dicen que escribo para autoanalizarme. En realidad creo que después de tantos años de escribir lo único que me gané es motivos para ir a un psicoanalista. El resto de la gente vive.

 

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