Una Argentina sin los Kirchner
El fin del mandato de Fernández y las incógnitas sobre la sucesión abren la posibilidad de cambio en el país austral
Durante 12 años, casi todo en Argentina ha pasado por una letra: la K de Kirchner. Políticos K, empresarios, jueces y fiscales K, periodistas pro y anti K. Esa época toca a su fin porque Cristina Fernández de Kirchner no tuvo fuerza política suficiente para reformar la Constitución, como quería, y no puede volver a presentarse en las elecciones de octubre.
Ella sigue ocupando absolutamente todo el espacio político, como pocos presidentes en el mundo. Incluso los intermedios de los partidos de fútbol, emitidos por la televisión pública y llenos de anuncios oficiales con su imagen. La presidenta se mueve para tratar de seguir controlándolo después de salir de la Casa Rosada (sede del Gobierno). Pero lo cierto es que se va. Y todo, desde los sindicatos hasta el empresariado, se mueve ya en Argentina pensando en cómo será la vida sin el ultraprotagonismo de este apellido. Todas las encuestas detectan que buena parte de los argentinos están cansados del enfrentamiento permanente y la polarización que domina esta última etapa del kirchnerismo, y lo único seguro de momento es que la siguiente fase, ya sin un Kirchner en la presidencia, será algo más tranquila.
Sus seguidores aún no se hacen a la idea. El pasado 1 de marzo, miles de peronistas la jaleaban en la plaza del Congreso ante su gran discurso de arranque del curso político. La presidenta pasó en coche en medio de la masa saludando. “Ahí va la jefa, ¡aguante Cristina!”, le gritaban. “¿Y ahora qué vamos a hacer sin ella?”, se preguntaba un hombre mayor. Un compañero de mediana edad se encogió de hombros: “Y, está Randazzo, es el pollo [pupilo] que tenemos”. Los dos se miraron desolados. Florencio Randazzo, ministro de Transporte, es un posible sucesor, pero ninguno de los analistas y políticos consultados le atribuye muchas posibilidades de llegar al final de la carrera.
Es Daniel Scioli, gobernador de Buenos Aires al que la presidenta siempre ha despreciado, el mejor colocado entre los oficialistas. El peronismo, basado en el hiperliderazgo, siempre tiene un problema con la sucesión. “Mi sucesor es el pueblo argentino”, dijo el propio Perón, que murió sin designar relevo.
El caso de Kirchner es único, explican los expertos. Eduardo Fidanza, director de Poliarquía, una de las empresas de encuestas políticas más conocida, explica: “Todos los presidentes han llegado al final de su mandato hundidos, ella llega con una alta valoración, por encima de 40 puntos positivos. Se ha recuperado después del caso Nisman [el fiscal hallado muerto con un tiro en la cabeza] y por eso quiere influir”.
“Si gana un peronista ella acabará desapareciendo, el peronismo solo responde a un líder, pero si gana Mauricio Macri [el alcalde de Buenos Aires, conservador], ella podría querer ser la líder de la oposición para volver después como [Michelle] Bachelet, la presidenta chilena”, asegura Fidanza.
En el hiperpolitizado Buenos Aires, donde todo el mundo habla de política a todas horas, esto ha llevado a la hipótesis muy extendida de que, en realidad, ella quiere que gane Macri. Algunos peronistas consultados lo ven muy exagerado pero incluso personas fieles a la presidenta se preguntan si ella realmente quiere que su partido gane estas elecciones.
Kirchner, con sus planes sociales y su discurso siempre duro contra el empresariado y la banca y a favor de los trabajadores, ha logrado un enorme apoyo en las clases más populares. Argentina ha pasado del hundimiento de 2002, cuando llegó al 57% de pobreza y 21% de paro, al relativo bienestar actual pese al parón en el crecimiento, con altos niveles de consumo -la inflación del 30% hace casi absurdo el ahorro en pesos- un 25% de pobreza (un dato que el Gobierno ni siquiera reconoce) y menos de un 7% de paro oficial, aunque el real es superior. Ella sigue prometiendo casi cada semana nuevos planes de ayuda y más nacionalizaciones, que suben su popularidad entre sus fieles aún a riesgo de dejar todos los probables ajustes para el siguiente gobierno.
Pero la otra parte de la sociedad, la que quiere un cambio, harta del enfrentamiento permanente de los Kirchner e indignada por los escándalos de corrupción que afectan a su propia familia, es creciente. “La tendencia de cambio es muy fuerte desde hace tres años, nuestros datos nos hacen pensar que va a ser presidente un opositor”, señala Carlos Fara, presidente de otra gran encuestadora.
Pero otra parte de la sociedad está harta de su política de enfrentamiento permanente con todo y con todos e indignada por su forma de gobernar y los escándalos de corrupción que incluyen a su propia familia y que tienen en vilo a los Kirchner, que se enfrentan a un panorama judicial complejo, tanto que ella ha declarado la guerra a los magistrados y habla del “partido judicial”, como si fuese un grupo de oposición más.
“La tendencia de cambio en la sociedad es muy fuerte desde hace tres años, nuestros datos nos hacen pensar que va a ser presidente un opositor aunque ahora detectemos un triple empate entre Scioli, Macri y Massa (peronista, exjefe de Gabinete de Kirchner, ahora opositor)”, señala Carlos Fara, presidente de otra gran encuestadora.
Después de 12 años de poder absoluto, que no truncó ni siquiera la muerte de Néstor Kirchner en 2010, Argentina se prepara para un gran cambio pero siempre pendiente de cómo se coloca la presidenta en el único proceso que no puede controlar, al menos no del todo.
Máximo y la Cámpora luchan para mantener el kirchnerismo
C. C.
Se le atribuyen todo tipo de poderes, lidera La Cámpora, un grupo que es la guardia pretoriana de Kirchner, y es la persona de la que más se fía su madre, la presidenta, pero la mayoría de los argentinos apenas conocen la voz de Máximo Kirchner, el hijo mayor de la saga presidencial. Es tal el fenómeno que el miércoles, cuando decidió concederle una entrevista en Radio Continental a Víctor Hugo Morales, veterano periodista conocido fuera de Argentina por su narración del gol de Maradona a Inglaterra en 1986, la noticia dominó toda la escena mediática. Llevaba siete meses sin decir una palabra en público. “Habla muy bien, tiene futuro”, era el comentario más extendido. El propio Kirchner, a sus 38 años, se burlaba de los que antes le acusaban de ser un niñato ahora le ven como la gran fuerza en la sombra. “Pasé de estar con un joystick de la Play a un lanzallamas”, ironizó. La cosa es mucho más seria porque Kirchner fue a la radio para desmentir que tenga cuentas en el extranjero con casi 50 millones de dólares.
Lo cierto es que Máximo Kirchner y un grupo de jóvenes militantes peronistas ha montado una poderosa organización, La Cámpora, que está en los barrios más humildes, mueve miles de adolescentes y acapara cada vez más poder en el entorno de la presidenta, en los servicios secretos, en la estructura del Estado y en empresas públicas como Aerolíneas Argentinas. Tanto ella como su hijo podrían ir en las listas al Congreso y buscar desde ahí mantenerse como contrapoder. Es la gran apuesta para que el kirchnerismo sobreviva sin un Kirchner en la Casa Rosada, pero no parece fácil porque todo el poder -y el dinero que lo da- deriva precisamente de la presidencia.