Con la desaceleración parece haber llegado también la debilidad política para los presidentes latinoamericanos. Así, la amenaza del impeachement sobrevuela en torno a Dilma Rousseff, en Guatemala se pide la dimisión de Otto Pérez Molina, la popularidad de Michelle Bachelet y Ollanta Humala está en mínimos y la incertidumbre sobre la gobernabilidad de Argentina crece a medida que se acercan las elecciones.
La pregunta surge sola: ¿nos acercamos hacia una época de mayor inestabilidad política en la región con presidentes progresivamente más débiles?
Michael Read, el influyente analista de The Economist, señalaba que “hoy la región está caminando hacia un período de presidentes débiles. Los tiempos en que los presidentes tuvieron apoyos del 60%, 70%, acabaron. Con la excepción de Evo Morales en Bolivia, y de Ecuador y Nicaragua, países pequeños y no representativos. En los países grandes de la región el descontento respecto de la economía es grande. La estructuración conceptual de los sistemas políticos en América Latina es de un presidente y un parlamento. Tienen sistemas multipartidarios. Es difícil para un presidente conseguir una mayoría estable”.
Una tradición histórica
Históricamente, los periodos de debilidad económica han ido acompañados de momentos de debilidad política. La democracia nació en los años 80 conviviendo con la crisis de la “Década Perdida” (1982-1989) que obligó en Argentina a Raúl Alfonsín a abandonar el poder en 1989 de forma precipitada y que se llevó por delante en 1992 a Fernando Color de Melo en Brasil.
Los 90, con el viento económico a favor, vieron la aparición de fuertes liderazgo regionales: el deCarlos Menem en Argentina (1989-1999), el deFernando Henrique Cardoso en Brasil (1994-2002), el de Alberto Fujimori en Perú (1990-2000) o el de la Concertación en Chile (1990-2010). Sin embargo, la “Media Década Perdida” (1997-2002) se llevó de nuevo los vientos de cola y la región se vio obligada a remar a contracorriente.
El malestar ciudadano se tradujo en los famosos “golpes de calle” y el vendaval derrumbó muchos gobiernos: el de Fernando de la Rúa en Argentina, los de Jamil Mahuad y Lucio Gutiérrez en Ecuador, el de Sanchez de Lozada en Bolivia. Cuando regresó el viento favorable, desde mediados de la pasada década, surgieron liderazgos hegemónicos: el kirchnerismo en Argentina, el uribismo en Colombia, el lulismo en Brasil, el chavismo se consolidó en Venezuela al igual que Rafael Correa en Ecuador y Evo Morales en Bolivia.
Ralentización y actual debilidad política
Desde 2013 la región ha entrado en una espiral de ralentización económica que ha dado como resultado casi un estancamiento en 2015. Y rápidamente han empezado a aparecer signos de debilidad política: primero porque la coyuntura económica no contribuye a dar estabilidad y segundo porque en muchos países se vive una época de cambio de liderazgos.
Esos signos son muy variados según las circunstancias de cada país. En Argentina, por ejemplo, todo indica que se vive un “final de régimen”, el del kirchnerismo. Y la duda es saber si lo que nazca, encabezado por Daniel Scioli, Mauricio Macri o Sergio Massa, tendrá capacidad de dar estabilidad y gobernabilidad al país.
Como apunta el analista Fernando Laborda en el diario La Nación, “¿estarán todos esos postulantes presidenciales persuadidos de que el próximo jefe del Estado no podrá gobernar de la misma manera que en los últimos años, al borde de la crispación y el autoritarismo, y por momentos en nombre de una ficticia lucha de clases? Finalmente, ¿estará la sociedad argentina convencida de que los liderazgos personalistas deben ceder ante la búsqueda de consensos amplios, y de la necesidad de abandonar la actual filosofía de cuartel que nos ha hecho creer equivocadamente durante décadas que gobernar a los gritos era la única forma de restaurar la autoridad presidencial?”.
Igualmente se vive un final de régimen en Venezuela y aquí con mayor incertidumbre pues no está claro si lo que se acabe formando será un régimen antichavista, postchavista o chavista moderado/radical.
En Brasil y Chile la debilidad política de Dilma Rousseff y Michelle Bachelet parece que va a ser un pesado fardo que les va a acompañar durante todo su cuatrienio.
El bajo crecimiento económico y los escándalos PETROBRAS el caso brasileño, Penta, Caval y SMQ en el chileno, son un handicap con el que quizá no contaba cuando ganaron las elecciones en 2014. Esa debilidad política se ha hecho presente también en México de Peña Nieto a causa de la desaceleración económica, la crisis política por los escándalos de corrupción y la crisis de gobernabilidad (matanzas de Iguala y Tlatlaya). Las elecciones legislativas de junio serán la medida exacta para saber cuánto de profunda es esa debilidad.
La tradicional debilidad política de los presidentes peruanos se ha repetido en Ollanta Humala quien es un “pato cojo” en la recta final de su mandato. Quien la sustituya (Keiko Fujimori, Alan García, Pedro Pablo Kuczynski…) va a heredar un país con menor crecimiento pero mayores demandas sociales y posiblemente una base política endeble desde la que afrontar esos retos.
También va a existir un cambio generacional y de liderazgos en Colombia (Álvaro Uribe no puede regresar a la presidencia y Juan Manuel Santos no puede reelegirse). Y todo ello en medio de un panorama económico mucho menos brillante y con la necesidad de cumplir los acuerdos a los que se llegue con la guerrilla de las FARC que serán todo menos sencillos y baratos.
De igual manera regímenes que ahora lucen fuertes como el de Rafael Correa o el de Evo Morales se enfrentan a una coyuntura complicada.
Sobre todo el ecuatoriano, se ha basado en el incremento del gasto público y el endeudamiento apoyado en la bonanza del precio del petróleo y la facilidad de financiación. Y ambos pilares se encuentran en vías de desaparición.