Existe una leyenda de origen aimara que habla de tres antiguos dioses: Tunupa, Kusku y Kusina. Según se recuerda todavía en el suroeste de Bolivia, Kusku, marido de Tunupa, engañó a ésta con Kusina. Las lágrimas de Tunupa fueron de tal calibre que dieron lugar a un gran lago salado. Han pasado los siglos, pero aquel lago de lágrimas sigue exactamente en el mismo sitio, aunque escondido bajo un gran estrato de sal. Se lo conoce como Salar de Uyuni (aunque algunos lugareños prefieren Salar de Tunupa) y es, probablemente, uno de los paisajes más increíbles que existen en el planeta: el efecto óptico que propicia la sal cuando la cubre una fina capa de agua hace que pasear por su blanca superficie sea como dar un paseo por las nubes.
Leyendas aparte, Uyuni es un inmenso océano mineral que ocupa una superficie de 12.000 kilómetros cuadrados en la región boliviana de Potosí. El salar más grande del mundo, que los científicos utilizan para calibrar los altímetros de los satélites gracias a su inacabable uniformidad y sus cielos despejados. Un paraje inabarcable situado a más de 3.500 metros sobre el nivel del mar que se ha convertido en una de las visitas imprescindibles en un viaje por Bolivia, aunque las pésimas comunicaciones internas en el país andino dificultan mucho el acceso: desde La Paz y Sucre es posible tomar un autobús hasta Uyuni, que cuenta también con un pequeño aeródromo, pero el acceso más habitual se realiza desde San Pedro de Atacama, al norte de Chile.
La fórmula más extendida es alquilar un 4×4 con guía en este pueblo chileno. Los tours regulares suelen ser de cuatro días (tres noches) y realizan un recorrido de ida y vuelta hasta San Pedro, como los que organiza la agencia chilena Atacama Mística, en colaboración con la boliviana Salt y Dessert. El recorrido desde Atacama permite al viajero conocer otros parajes de gran belleza del sur de Bolivia como la Reserva Nacional Eduardo Avaroa, donde se ubican la Laguna Colorada, que concentra una de las mayores comunidades de flamencos del mundo y cuyas algas microscópicas le otorgan su característico color rojo, así como la Laguna Verde, a los pies del volcán Licancabur (5.800 metros) y cuyo color se debe al azufre y al magnesio de la zona. O los géiseres y fumarolas que expulsan agua a más de 90 grados de temperatura. También se puede disfrutar de paisajes oníricos como el llamado desierto de Dalí (Pampa Jara), el árbol de piedra (en el desierto de Pama Sinoli) o la montaña arcoíris. Y para acabar, nada mejor que un baño en las aguas termales de Polques.
Esquivando agujeros
Se calcula que la profundidad del salar es de unos 120 metros, en los que se suceden una docena de capas diferentes de mineral que oscilan entre los dos y los 10 metros de espesor. La capa superior es una de las más gruesas, lo que permite que circulen sobre ella sin problemas vehículos todoterreno. De hecho, el salar ha sido una etapa recurrente, y siempre espectacular, del rally Dakar desde su traslado a Sudamérica. Primer consejo: es imprescindible contar con un guía experimentando para recorrer su superficie pues no existen caminos más allá de las huellas de los vehículos sobre la costra de sal, ni mucho menos señalización. Además, en algunas zonas se abren pequeños agujeros de los que se puede extraer fácilmente sal cristalizada, pero que pueden suponer también un verdadero peligro para los conductores despistados. Al atardecer, se produce el fenómeno del white out, que difumina el horizonte y hace que, prácticamente, no se pueda distinguir el cielo de la tierra.
Pirámides de sal
Durante siglos, hasta la llegada del turismo, la extracción de sal ha sido la ocupación principal de los habitantes de la zona, principalmente agrupados en las poblaciones de Uyuni, Colchani y San Juan. Se calcula que cada año se extraen más de 20.000 toneladas, una cifra mínima respecto al volumen total de esta gigantesca reserva. Pero junto a la sal, existen otro preciados elementos en el subsuelo de Uyuni, especialmente el litio (se cree que es la mayor reserva del mundo), pero también bórax, potasio y magnesio. Todavía hoy es posible encontrar a lugareños -cubiertos hasta las orejas para evitar la dureza del sol- trabajando sobre el terreno y creando cuidadosamente pequeños montículos de sal que luego son transportados para su tratamiento y posterior venta. Estas pirámides salinas son una de las estampas más fotografiadas de Uyuni.
La minería fue una actividad de gran importancia sobre todo a finales del siglo XIX y principios del XX. Tal fue así que el pueblo de Uyuni se conformó como un importante nudo logístico ferroviario del que hoy tan sólo queda un curioso cementerio de trenes; máquinas y vagones abandonados, llenos de óxido y grafitis. La decadencia de esta industria y su abandono final ha propiciado que hoy sea una parada obligada en la entrada del salar y que incluso exista un proyecto para su futura conversión en museo al aire libre.
La llegada de viajeros y turistas ha generado un nuevo sector empresarial y en la actualidad, junto al resurgir de la artesanía tradicional, crece el número de hoteles en la zona. Eso sí, con una peculiaridad, aquello que se levanta en el salar y en su entorno inmediato están, en su mayoría, construidos completamente con sal, mesas, sillas, camas y suelo incluidos. Una dosis de originalidad a las frías y panorámicas noches del altiplano boliviano. Más insólito resulta el encontrarse en alguno de estos lugares con momias de hasta 3.000 años de antigüedad perfectamente conservadas gracias, una vez más, a las propiedades de dicho mineral.
Cactus milenarios
Recorrer la superficie del salar, sobre sus características figuras geométricas de sal, fruto de la evaporación del agua, es como viajar hacia el infinito. Existen, eso sí, varias islas en este océano blanco y sólido. La más famosa es Inkawuasi, la conocida también como Isla de los Pescadores, de unas 25 hectáreas, cubierta casi en su totalidad por cactus milenarios que puedan sobrepasar los 10 metros de altura. Al ascender hasta el punto más alto de la isla se puede observar un sobrecogedor paisaje de 360° de limpio horizonte roto únicamente, y en la lejanía, por volcanes de más de 5.000 metros de altura. Es posible, incluso, disfrutar en este punto de la visión de la curvatura de la Tierra.
Pero sin duda alguna, el momento “mágico” del salar su produce en los meses de lluvias (de diciembre a marzo). El agua genera en este tiempo una fina capa sobre la sal que provoca el famoso efecto espejo de Uyuni. Un espejismo que refleja el cielo en el suelo y permite al viajero sentirse por un momento en las nubes. No sólo eso, también es la época en la que los flamencos acuden a esta latitud para su reproducción, añadiendo un extra al estremecedor paisaje.
Soroche y mucho sol
Para viajar hasta este lugar y disfrutar de toda su magia conviene tomar algunas precauciones. De entrada, la altura. El salar de Uyuni se encuentra a 3.600 metros sobre el nivel del mar y en el camino se puede llegar hasta los 5.000, lo que puede provocar el temido soroche (mal de altura). Es importante hacer caso a las recomendaciones de los expertos antes y durante el viaje.
El día anterior a la salida conviene no beber alcohol ni carnes rojas. Ya en altura es importante no realizar grandes esfuerzos físicos y beber mucha agua para mantener el cuerpo hidratado. Los guías suelen ser especialistas en tratar el soroche, muy común en la zona, y siempre tienen a mano el remedio más tradicional, hojas de coca (para mascar o para tomar en infusión), que pondrán coto a los habituales dolores de cabeza ocasionados por la altitud. Es muy recomendable comprobar que el vehículo cuente con botellas de oxígeno para casos graves.
También el sol es un enemigo a tener en cuenta. Tanto por la altitud como por el reflejo sobre la sal, su acción es extremadamente alta, por lo que es imprescindible usar gafas de sol y crema de protección, así como cubrirse la cabeza con un sombrero, gorra o similar. La temperatura es otro factor a tener en cuenta, especialmente por el brusco brusco que se produce entre el día y la noche. En invierno, además, puede llegar a bajar hasta los -15 grados.