La rebelión de Tupác Amaru II cambió España
Al historiador estadounidense Charles Walker, director del Instituto Hemisférico de las Américas en la Universidad de California en Davis, su editor estadounidense le recomendó escribir The Tupac Amaru Rebellion como si fuera para el semanario The New Yorker. El libro ha sido calificado por el Financial Times como uno de los nueve mejores en historia en 2014 y está casi agotado, pero su autor acaba de presentar en Lima la esperada traducción al castellano: La rebelión de Tupac Amaru. Su investigación, sobre la principal insurrección americana contra la autoridad española -en 1780 y 1781- aporta novedades sobre este hecho que “cambió los Andes y el mundo atlántico de manera permanente”.
Tupac Amaru II fue un cacique y arriero nacido en Cusco, bautizado como José Gabriel Condorcanqui, educado en una escuela jesuita, y con linaje inca. Pese a que era un intermediario entre la población indígena y la jerarquía española -cobrando el impuesto en tres pueblos cusqueños-, se rebeló ante las injusticias que sufrían los indios, como el aumento del tributo (impuesto por cabeza) y la brutalidad del trabajo forzoso en la mina de Potosí (hoy Bolivia).
El libro de Walker, que ha vivido en Perú, reconstruye por primera vez la guerra total que siguió al ajusticiamiento de Túpac Amaru II en 1781, es decir, la segunda fase de la rebelión (con 100.000 muertes); el liderazgo de la primera fase compartido con Micaela Bastidas, la esposa de Condorcanqui; y la huella de la difícil geografía que produjo nuevas formas de enfrentamiento que los españoles no conocían
Pregunta. ¿Cómo define las nuevas formas de historia narrativa que usa?
Respuesta. Los académicos aprendemos a escribir para los especialistas, que es un grupo muy pequeño, mientras que la historiografía tiene la tradición de escribir para mucha gente. Yo propuse hacer un libro que pudiera leer mi mamá, captando la pasión y el drama y poniendo la historiografía en las notas a pie de página, pero sin caer en la historia light, enfatizando en los seres humanos más que en la estructura.
¿Por qué esta sublevación revela las políticas de España?
Porque los realistas se dividen. Los duros, representados por el corregidor español Antonio de Areche son los reformistas jóvenes que dicen que Perú es muy burocrático, con mucha corrupción y con los indígenas que siguen hablando quechua en vez de castellano. Quieren mano dura con los rebeldes. Mientras que los moderados, españoles con más tiempo aquí, decían: son el 95% de la población del sur andino y el quechua no se puede extinguir de un día para otro. Pensaban que había que negociar con los rebeldes que controlaban el sur, de Cusco a Potosí, y con los kataristas. Esas dos fuerzas tienen que ver mucho con el resultado final. Los moderados dan una tregua, pero los duros no aceptan y meten presos a los seguidores de Tupac Amaru. Es el momento de más violencia y de debate de qué se hace con los indígenas, con la cultura popular, cómo controlar una zona tan extensa.
Menciona que el corregidor Antonio de Arriaga toma una siesta antes de que Túpac Amaru lo secuestre ¿hay tal detalle en los documentos?
Sí, aunque los indígenas son anónimos. En la segunda fase de la rebelión, los realistas dicen “matamos cientos, quinientos”, pero no hay ningún nombre. Igual pasa con los mulatos limeños realistas, llegan caminando al Cusco, logran capturar a Tupac Amaru, son héroes, no tienen zapatos, algunos mueren y no hay nombres. Es muy difícil hacer una historia social militar porque no hay detalle de quiénes eran los soldados.
¿Qué caracterizó la mita (trabajo obligatorio) en Potosí, uno de los motivos de la insurrección?
La brutalidad: los hombres de 18 a 50 años tenían que ir cada ocho años con la familia. Túpac Amaru dice en varios escritos brillantes contra la mita que destruye la comunidad local, porque a veces no tienen cómo volver. Él recorría esa ruta -Cusco, Puno, Potosí, Tucumán, Jujuy, Salta- y vio el costo social e individual, porque algunos murieron.
¿Por qué es importante la geografía en esta historia?
Los historiadores tendemos a no hablar de eso lo suficiente y yo he ido a esos pueblos: tienen que pensar en la altura. Las provincias altas están a 4.200 metros sobre el nivel del mar. Los mismos españoles tenían metáforas muy buenas de cómo los rebeldes entraban, atacaban y se iban, mientras que los realistas estaban entrenados en la lucha napoleónica, de tropa, caballería. Los rebeldes aprovechaban las alturas, y los realistas [se preguntaban] ¿cómo es posible que un ser humano viva aquí a más de 4.400 metros? Los realistas sufrieron mucho, sobre todo en Puno.
Su libro recoge trabajos previos ¿Queda algo por estudiar?
Solo se puede escribir una historia narrativa así gracias a los trabajos de otros, pero el tema no está saturado. Está pendiente la cuestión de género y Micaela Bastidas, y quedan vacíos muy grandes sobre la segunda fase de la rebelión: hay mucho que hacer.
¿Por qué la segunda fase no ha sido tan investigada?
Porque la primera parte es tan…
¿Novelesca?
Exacto. Comienza con la muerte de un corregidor, un acto simbólico hecho para cine, en quechua, tenemos descripciones buenísimas [en los archivos]. Yo caí en lo mismo en mi primer libro, solo dos párrafos para la segunda fase, porque pensamos tanto en estos dos personajes: Micaela y Túpac Amaru, pero cuando entré a ver los resultados de la rebelión, no solo Perú, yo creo que cambió España. Abordar la división de los realistas y la relación con los kataristas resultó fundamental.
Señala que el trabajo de borrar la memoria de lo ocurrido fue efectivo.
Sí: España sabía manejar las noticias. Como símbolo, Tupac Amaru asustaba mucho a los españoles, a la Corte en Madrid. ¿Por qué no tiene un papel simbólico en la independencia peruana en 1814 ni es un personaje para los libertadores San Martín y Bolívar? En Cusco el miedo fue por ambos lados. Para unos era “perdimos, estamos molestos”, y los realistas nunca se ufanaban de haber ganado, sabían que su control era muy tenue. Era como un acuerdo.
Como lo que ocurre en Ayacucho hasta hoy (debido a la violencia que comenzó en los 80).
Allá nadie quiere hablar de eso porque no conviene a nadie, puede haber algún trauma familiar o incidente vergonzoso. Hay algo muy parecido con el silencio o la falta de ganas de conversar sobre la violencia más reciente.