Los sirios que optan por quedarse en su tierra

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Foto: MIKEL AYESTARAN

Como cada día a las ocho en punto de la mañana, los alumnos de la escuela Elías Farhad de Yaramana, localidad a las afueras de Damasco, forman en el patio y cantan por Siria, el partido Baaz y el presidente Bashar Al Assad antes de entrar en clase. Camisa azul, ellos, y rosa, ellas, repiten de memoria los mismos eslóganes patrióticos que recitaban sus padres. «No es una cosa nuestra, las órdenes son de arriba», confiesa el profesorado que dirige una ceremonia de lo más marcial. A la entrada les esperan fotos del presidente con forma de corazón y en cada aula, sobre la pizarra, retratos del presidente y su padre, Hafez Al Assad, vigilan los progresos de los 1.300 alumnos del centro.

Miles de sirios han hecho las maletas y han buscado refugio en Europa durante el verano, «pero en las zonas que controla el régimen, como Damasco, ha habido semejante llegada de desplazados desde otras partes del país que no se notan tanto las ausencias», señala Caterine Afizah, directora de esta escuela en la que 200 alumnos han causado baja a lo largo del verano, pero su hueco lo cubren otros 200 venidos deDeir Ezzor, Homs, Dera y de barrios de la periferia de la capital donde hay combates.

«Entre los profesores nadie ha optado por emigrar, seguimos el mismo equipo», dice con orgullo Afizah, nacida en Alepo, ciudad a la que no viaja desde hace tres años. A su lado, una compañera recurre a un dicho árabe para justificar su decisión y en voz baja susurra que«cuando uno deja su hogar, pierde el respeto de la gente». Los cuatro años de guerra han dejado más de 220.000 muertos y 4,5 millones de desplazados internos, según los datos de Acnur.

«La gente quiere vivir»

«La falta de esperanza ha sido el último empujón que necesitaban los indecisos para tomar la decisión. Al principio se pensaba que el régimen podría caer y llegarían cambios, luego que el Ejército podría recuperar el control… pero ahora está claro que esto llevará mucho tiempo y la gente quiere vivir», señala Anás Joude, abogado de Damasco e impulsor de la iniciativa Movimiento de Construcción Nacional. Joude opta por quedarse en el país «porque no es justo querer buscar una solución política y hacerlo desde el exilio, hay que estar dentro e intentar llegar a la gente que realmente tiene poder sobre el terreno para frenar cuanto antes el baño de sangre, esa debe ser la prioridad».

El analista político y escritor Nabil Fayad sale en las próximas horas de Siria para dar una serie de conferencias en Estados Unidos, «pero regresaré, a no ser que la cosa se ponga fatal en Damasco. No quiero vivir en Europa o Estados Unidos, mi lugar está en Siria», insiste. Fayad hace una radiografía del éxodo de los últimos dos meses y habla de «emigración sectaria, las sectas minoritarias se quedan, los que se marchan son en su mayor parte suníes de las zonas fuera del control del régimen». Civiles que sufren el gobierno de formaciones extremistas y, en muchas áreas, los ataques de la aviación del régimen y de la coalición internacional que lidera Estados Unidos.

Un país roto

Siria está dividida en tres grandes partes, al norte los kurdos; la capital, frontera libanesa y la costa mediterránea son para el régimen; y en el centro, norte y sur, los grupos armados de la oposición con el Frente Al Nusra, filial de Al Qaida, y el grupo yihadista Estado Islámico (EI) como principales estandartes. El país está roto, pero las comunicaciones se mantienen y cada día hay autobuses que cruzan estas fronteras delimitadas por puestos de control de cada bando. Los sirios han ido ordenando el caos para adaptarse a los cambios y, pese a la violencia, la vida continua.

La vida en las zonas bajo control del régimen es la que más se parece a lo que fue Siria hasta 2011, aunque la caída de la libra ha hecho que los precios se disparen y los sueldos sean ya insuficientes para vivir. «Familia, casa y trabajo», responde sin dudarlo un funcionario del Gobierno cuando se le cuestiona por los motivos para seguir en el país, «cuando te fallan estos tres pilares es cuando ya no tiene sentido seguir», añade. El Gobierno mantiene su presencia militar y política en todas las capitales de provincia, exceptoIdlib y Raqqa, y sigue pagando a sus funcionarios, aunque vivan en zonas fuera de su control. Damasco está blindada por puestos de control para evitar la entrada de coches bomba, pero cada día caen proyectiles desde los barrios opositores. La respuesta del Ejército es a base de artillería y bombardeos, algunos de ellos con los temidos barriles bomba, como denuncian desde la oposición.

Mahmoud Al Rajin regenta una tienda de maletas y bolsas de viaje en la plaza de Marjeh, el lugar más céntrico de la capital. La emigración a Europa se ha convertido en negocio para vendedores como él que confiesan que «dependiendo del tipo de viaje y de si van solos o acompañados optan por mochilas o maletones. Los más jóvenes van ligeros y piden modelos que resistan el agua para cruzar a Grecia», informa mientras muestra una mochila de montaña negra fabricada en Siria que cuesta 7.500 libras, unos veinte euros al cambio. Frente a su tienda vendían hasta la semana pasada billetes de autobús y barco en un viaje combinado para ir directamente de Damasco a Izmir, en Turquía, pero la Policía ha cerrado estas agencias de viajes para refugiados.

Los comercios cierran un poco antes porque llega un nuevo Eid al Adha, fiesta del sacrificio, la más importante para los musulmanes, pero ni los sirios que siguen en el país, ni los que buscan refugio en Europa tienen nada que celebrar.

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