Paz Soldán: Las vueltas del Tata Evo

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Foto: El Deber

En un acto en Curahuara de Carangas (Oruro) este fin de semana, el vicepresidente Álvaro García Linera se dirigió a los pobladores con la actitud paternalista y condescendiente que nunca pudo extirpar: “Estoy un poco triste. Si se va el tata Evo, ¿quién te va a cuidar? Si se va el tata Evo, ¿quién va a traer viviendas al campo?”. García Linera eligió luego una metáfora cargada para referirse a la situación de pérdida: “Vamos a quedar como huérfanos si se va Evo. Sin padre, sin madre, así vamos a quedar si se va Evo”.

Resulta irónico que ese mismo día nos hayamos enterado de que el hijo presuntamente fallecido del presidente Morales seguía vivo, y que, mientras la examante iba a la cárcel, hayamos visto a Evo entregando un coliseo y jugando fútbol en Huari. 

El Gobierno de Evo ha usado y abusado de la metáfora de la gran familia boliviana, de Evo como el padre benévolo que nos trae regalos y reparte favores a cambio de una lealtad a prueba de críticas; tal vez debimos haber cuestionado desde el principio la figura del patriarca magnánimo en favor de una relación menos vertical.

Esa metáfora cojea hoy: el gran padre ha resultado ser, cuando menos, el patriarca insensible, el padre ausente, el negador de la pareja y del hijo, el líder que mientras se preocupaba de darse baños de multitudes se desatendía de lo que ocurría en su entorno familiar. 

Un proceso de profundo cambio político es también una revolución en la sensibilidad, en la forma de comportarse con los demás; este Gobierno, tan preocupado en su discurso por la descolonización de nuestros prejuicios raciales, ha tenido como aporía su incapacidad para trascender las rancias metáforas del machismo, del patriarcado. No ha hecho más que repetirlas, en una de sus versiones más perversas.

Algo se ha roto entre Evo Morales y el país. Recordaremos estos días como aquellos en los que un presidente tan dado a respuestas para todo se quedó sin ellas y envió a sus ministros a hacer malabares retóricos ante las cámaras e insultar la inteligencia de los ciudadanos porque, simplemente, costaba mucho decir la verdad. Todavía cuesta, y todos pagamos por ello. A estas alturas, el daño económico al Estado es lo de menos.