La increíble historia de un traficante de droga detenido seis años en la cárcel de San Pedro se convertirá en una millonaria producción de cine.
Hace por lo menos cinco años at0s publico extractos de la novela Maching Powder que relataba con lujo de detalles el comercio de droga en el penal de San Pedro de La Paz. Una historia sórdida muy bien tejida que tuvo gran éxito de venta en los Estados Unidos; tanto que famosos directores de cine estaban interesados en llevar a la pantalla grande el boscoso entramado que relata la aventura de Thomas McFadden, detenido en el aeropuerto de El Alto cuando intentaba sacar en su equipaje cinco kilos de cocaína. Hecho que, sin embargo, resultó secundario. La historia central del libro expone la promoción del turismo en la cárcel paceña y el tráfico de droga al interior del penal. Durante el período de su detención, McFadden se dedicó a pasear turistas por las celdas y vender cocaína ‘casera’ como souvenir turístico.
El escritor australiano Rusty Young plasmó la historia de Thomas en un libro, Marching Powder [el polvo que marcha]; ahora se sabe que la vida de este presidiario será finalmente llevada al cine. La estrella de 12 Years a Slave (Doce años de esclavitud), Chiwetel Ejiofor, interpretaría el papel principal, según trascendió hace poco.
Luego de haber sido privado de libertad durante seis años y al obtener su libertad Thomas habló con Vice Uk para contar su historia en primera persona. En una conversación telefónica, desde su casa en Tanzania, donde nació y regresó para poner en marcha una granja de pollos, recuerda como se introdujo en el universo de la deglución de globos llenos de cocaína para ganarse la vida. “Mis padres adoptivos estaban pasando tiempos muy duros”, dice al recordar su crianza en Liverpool, “así que me fui de casa a los 15 y partí hacia la India con un amigo que era de allí”.
Un fugitivo de 15 años de edad en un país extranjero no tiene unas perspectivas de empleo muy alentadoras. Así que Thomas se quedó rápidamente sin dinero. Pero pronto conoció a Mathias, un hombre de Sri Lanka que había perdido sus piernas luchando junto a los Tigres de Liberación del Eelam Tamil durante la guerra civil de su país, y éste le presentó a un grupo de hombres indios acomodados que terminarían introduciéndolo en el negocio del narcotráfico.
“Yo era muy joven en ese momento, lo hacía por diversión”, cuenta. “No lo hacía por el dinero”.
A diferencia de un oficio tradicional como la albañilería, por ejemplo, la exportación de grandes cantidades de sustancias ilegales no es realmente un trabajo que te permita ganar experiencia en el mundo laboral. Thomas comenzó su nueva carrera trasladando heroína a Marruecos en vuelos, para luego contrabandearla a Europa. Según cuenta Thomas, nunca se inmutó demasiado: todo era básicamente un juego para él, aunque con consecuencias muy graves.
Dependiendo de la situación, el joven contrabandista se servía de una técnica distinta para conseguir que sus paquetes pasaran por la aduana; a veces, se tragaba las pequeñas bolsas que envolvían la droga, otras, sellaba la droga en maletines de doble fondo. “Cada método tiene su momento”, explica. Preguntado por sus habilidades de contrabandista, Thomas asegura entre risas que “era bueno” en ese trabajo. “El tráfico no es como ir de compras, no es fácil. Alguien te espera en tu destino y en tu mano llevas tres kilos de droga…Hay que tener agallas y ser inteligente”.
La libertad de Thomas en riesgo
“Una vez que estaba en una cola a la espera de embarcar en un vuelo con destino a la India, un policía me tocó en el hombro y me dijo que lo acompañara”, recuerda. “Yo no lo hice, y traté de ignorarlo. Por suerte, el avión estaba a punto de despegar y me dejaron ir porque no tenían tiempo suficiente para cachearme”.
Esa situación lo hizo reflexionar, así que Thomas, consciente de que algo pasaba, de que estaba siendo monitoreado por las autoridades de la India, no tuvo más opción que trasladar su negocio.
Su nuevo destino fue América del Sur. Trabajó primero en Brasil antes de llegar a Bolivia, y en vez de transportar cocaína, se dedicó a la heroína. Para entonces, dice, sus prioridades habían cambiado -ahora sí que estaba traficando para ganarse la vida y “no sólo por diversión”-. No pasó mucho tiempo antes de que el apetito por el dinero lo volviera a poner en riesgo.
En La Paz, Thomas había estado sobornando a un coronel de la policía en un intento de protegerse de cualquier tipo intromisión policial. Su estrategia funcionó durante un tiempo, pero, al final, el coronel lo traicionó, y un grupo de policías lo interceptó en el aeropuerto con cinco kilos de cocaína antes de tomar el vuelo. Fue arrestado, interrogado y lo dejaron bajo custodia, los guardias robaron todas sus posesiones y sólo pudo quedarse con los 70 gramos de coca que escondía en su estómago.
Thomas fue condenado a seis años y ocho meses en la prisión de La Paz, conocida como cárcel de San Pedro. Más que una cárcel este presidio es como una sociedad que funciona como la vida extramuros, donde el dinero es el rey y con él se puede obtener cualquier cosa, desde una TV hasta una noche con una prostituta. Los internos tienen sus propios restaurantes y tiendas, y muchos de sus familiares viven en la cárcel con ellos porque son demasiado pobres para sobrevivir afuera.
La pobreza también es moneda corriente en San Pedro, los reclusos tienen que pagar por la mayoría de los servicios básicos, como la comida y el alquiler de su celda. Aquellos que no tienen dinero se quedan sin hogar pernoctando en las calles de la prisión – algo que Thomas se vio obligado a hacer su primera noche en San Pedro. “El primer día no tenía nada de dinero”, relata, “así que tuve que dormir en el suelo, que estaba cubierto de mierda”.
Sin embargo, con la ayuda de algunos reclusos de la prisión, un voluntario de la iglesia anglicana y grupos caritativos, Thomas consiguió establecerse en San Pedro. Le prestaron el dinero que necesitaba para poder alquilar su propia celda y comenzó a adaptarse a lo que sería su realidad durante muchos años. La prisión, como pronto descubrió Thomas, también era una eficiente ‘cocina’ de cocaína.
La gran mayoría de los reclusos se encontraban allí por delitos de drogas, y eso, sumado a la corrupción rampante entre los guardias que, entonces, vigilaban el presidio (la cárcel desde entonces ha sido objeto de mayor control y supervisión), convertía el lugar en un sitio idóneo para este tipo de negocios. De hecho, se producía tal cantidad de coca como para asegurar el suministro a dos años vista.
Los internos producían la droga dentro de los muros de la prisión, luego era vendida en el exterior y ellos mismos la consumían, mientras que los presos más pobres fumaban base, el residuo que queda del proceso de fabricación.
Thomas forjó su propia carrera laboral en el interior de la cárcel dedicándose a las visitas guiadas en San Pedro e, incluso, entregando a algunos turistas gramos de cocaína hecha en la cárcel como souvenir. Gracias al boca a boca y a la promoción que consiguió de la guía Lonely Planet – cuyo autor no debía estar al tanto del regalo con el que culminaban algunos de los tours – Thomas pronto tuvo que hacerse cargo de alrededor de 70 visitas diarias. “Mucha gente planeaba recorrer otros lugares de América del Sur”, afirma, “pero terminaban gastando todo su tiempo en La Paz”.
Cada año, en San Juan – una fiesta nacional que acontece los días 23 de junio – los tours se convertían en grandes fiestas nocturnas, atendidas por una extraña mezcla de traficantes de drogas internacionales y estudiantes occidentales en pleno año sabático. “Cada día de San Juan era un momento único”, se ríe Thomas, y agrega que echa de menos lo “increíble” de aquellos acontecimientos.
Uno de los visitantes de Thomas era el australiano Rusty Young, quien estaba viajando de mochilero por todo el país en ese momento. Se hicieron amigos y Rusty estaba tan intrigado por las historias que oía de su colega que acabó su estancia en Bolivia acampando en la cárcel durante tres meses para comenzar a escribir la novela Marching Powder que se convertiría en un best seller.
Thomas salió en libertad en el año 2000, tras cumplir dos tercios de su condena, y partió rumbo a Colombia con Rusty para terminar el libro antes de regresar al Reino Unido. Después de tres infructuosos años buscando empleo, Thomas decidió regresar a su país de origen. Hoy, tiene una granja con 2.800 pollos en Dar es Salaam, Tanzania. Su curiosa carrera comenzó como traficante internacional de drogas, continuó como reconocido guía de prisión y, de momento, como ganadero. Thomas tiene dos hijos – un de siete años llamado Rusty, como su amigo, y una hija de dos años de edad -.
Tras años de adicción a la cocaína – algo que se vio estimulado por el hecho de vivir en una fábrica de coca durante casi media década – ahora está limpio. “Fue difícil, pero gracias a Dios tuve buenos amigos como Rusty que me ayudaron”, añade.
Con la vida que ha tenido, no es difícil suponer que Thomas podría fácilmente dejarlo todo en cualquier momento, abandonar su comercio de Tanzania para inventarse una nueva vida en Belice o un trabajo vendiendo yates a lo largo de la costa dálmata. Pero al escucharlo hablar de su hogar en la selva, uno se da cuenta que, al fin, encontró un lugar al que pertenece, donde se siente arropado.