Discapacitados: pobreza y limitación, conflicto eterno en Bolivia

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Son pequeñas comunidades del oriente con 20 o 30 familias, muchas de ellas con el mismo apellido. Cuando incursionamos por ahí, pensamos que cada comunidad podría tener por nombre el apellido que los caracterizaba.

En nuestro breve paso observando y conversando con los lugareños, encontramos varios niños con alguna discapacidad, distintos grados de retardo, parálisis, sin habla, síndrome de Down u otros que no sé identificar bien. Son niños que permanecen en sus hogares la mayor parte del tiempo y no salen de su comunidad, casi siempre en brazos de sus madres o hermanos mayores mientras pueden cargarlos y cuando se hacen más grandes parece que no salen más.

Para ir a la escuela, los niños caminan media hora, una hora o algo más, hasta llegar a un centro poblado y relativamente cercano para varias comunidades. Los niños con discapacidad sencillamente no van.

Pudimos recorrer aquellas comunidades porque contratamos un transporte particular. Los comunarios normalmente salen caminando por dos, tres, cinco o seis horas hasta llegar a la carretera donde esperan que pase una movilidad que los lleve a la cabecera de municipio donde realizan sus actividades, comerciales principalmente. Ese transporte público que los aproxima, suele pasar los miércoles o jueves y con suerte los lunes también. Es decir, que cuando un lugareño sale de su comunidad, sabe que el viaje puede demorar varios días antes de retornar.

Cada comunidad tiene un atajado o “atajao” como dicen, una especie de laguna donde las mujeres y los niños van por las tardes a lavar ropa, es el bebedero de los animales, el lugar donde los niños aprenden a nadar y se refrescan, de donde recogen agua para el consumo de los hogares y es la fuente de míticas historias que enseñan los mayores para que los más chicos no se aproximen al caer la tarde. El atajado es la vida en cada comunidad. Desconozco cómo purifican el agua, deben hacerlo, eso decidí creer cada vez que me brindaron un vaso de somó.

Con la llegada de los discapacitados a La Paz, el gobierno del pueblo -como se autodenomina-, siguió los mismos pasos que hubiese seguido cualquier otro gobierno neoliberal y vendepatria de derecha -como él bien denomina-, y destinó recursos para una machacona campaña publicitaria de desprestigio al movimiento que hoy demanda la atención del Estado. Entre ellas, una publicidad donde Evo inaugura un centro de rehabilitación en Pando con equipos y todo, al igual que un par de lugares más. Me pregunto si habrá alguno no muy distante de aquellas comunidades con las familias del mismo apellido.

Esta mañana, luego del bombardeo de propaganda oficial, retornaron las noticias con una nota primicial en cadena nacional, que la RED UNO de Cochabamba se permitió mostrar: el caso de la persona con discapacidad que se valía por sí misma y afirmaba que la discapacidad solo está en la mente de cada uno y que las personas escogen salir adelante o se quedan esperando la dádiva y lástima de los demás. Por otra parte, también tuvo que admitir que su alimentación probablemente fue mejor que la de las personas que adolecen de su misma condición. Seguro que sí, y no solo su alimentación fue mejor. A diferencia de los niños de mis comunidades, dudo mucho que el afortunado se haya alimentado a plan de somó del atajado. Además, él fue a la escuela, terminó el colegio, se profesionalizó y obtuvo un empleo en la alcaldía cochabambina. La mente positiva en pleno. Fue una nota sugerente.

En contraste, más tarde, el corresponsal de Potosí de la red Erbol, recorrió todas las entidades públicas de ese departamento para investigar si éstas cumplían con la norma de contar dentro del personal con un empleado con discapacidad. Solo la Defensoría del Pueblo cumplió airosa el requisito.

Mientras tanto, los discapacitados alojados en La Paz, reciben toda la solidaridad de la población y también toda la apatía de un gobierno inmune a lo humano. “La gente prefiere no verlos, porque si no los ven, no existen. Tampoco es su culpa, nos estamos deshumanizando y esta situación, se quiera o no, causa dolor. Un dolor que no se quiere sentir” dice un relato de Página Siete.

Lo cierto es que la caravana no debe reflejar ni la cuarta parte del total de discapacitados en el país, los que llegaron presentando sus demandas y pidiendo respuestas, lo hacen también en representación de todos aquellos que no están presentes, como las familias con niños discapacitados de mis comunidades vívidamente recordadas.

500 Bs. No es lo único que piden, pero saben que lo demás al final se diluye. Con la mente en esos niños y sus familias, pienso… ¿becas de estudio? ¿Centros de rehabilitación al alcance, bien equipados y funcionando? ¿Medicamentos? ¿Fuentes de empleo? ¡Vamos! Hace falta más que una sobredosis de mente positiva para digerir eso. Quizás los 500Bs puedan servir para algo más tangible. Sin ahondar en si alcanzará o si cubrirá las necesidades que tienen en base al grado de discapacidad, ni hablar. Ellos ya no lo hacen. Un bono plano para todos, por lo menos eso esperan, es la consigna.

Sin embargo, el indolente también espera. Espera el cansancio, el desgaste y los frutos del descrédito.