La Organización Mundial de la Salud (OMS) considera que los contaminantes hormonales son una “amenaza global” para la salud pública y organizaciones como la Sociedad de Endocrinología de EE. UU. sostienen que “hay una fuerte evidencia científica que muestra cómo provocan cambios biológicos que pueden conducir a enfermedades”.
Los contaminantes hormonales, EDC o disruptores endocrinos son compuestos químicos de origen externo que, al simular el comportamiento de las hormonas, alteran y dañan el sistema hormonal de las personas contribuyendo al desarrollo de patologías graves.
Así, tumores y otras enfermedades que afectan a órganos hormonodependientes (mama, próstata, testículo), patologías metabólicas (diabetes, obesidad) e inmunológicas, alteraciones en el desarrollo del sistema neurológico y problemas de salud reproductiva están asociados a la exposición a este tipo de compuestos químicos.
Los EDC, que también tiene efectos nocivos en la salud de los animales y en términos medioambientales, se beben y se respiran pero, sobre todo, se ingieren, mayormente, a través de los restos de plaguicidas que acumulan muchos alimentos como las frutas y las verduras pero también los cereales o los productos cárnicos.
Con todo y aunque en 2009 el Parlamento y el Consejo Europeo aprobaron el reglamento 1107/2009 que prohíbe el uso de plaguicidas que contienen EDC; hoy, el veto sigue sin aplicarse. La razón es el flagrante incumplimiento de la Comisión Europea (CE), pues el órgano ejecutivo y legislador de la UE estaba obligado a fijar los preceptivos criterios legales para identificar qué sustancias pueden ser consideradas como contaminantes hormonales en 2013.
La esperada propuesta de criterios, sin la cual es imposible implementar el reglamento, ha llegado tres años tarde y desde que se presentó el pasado mes de junio cuenta con la férrea oposición de diversas ONG y de países como Francia, Suecia y Dinamarca.
Kistiñe García, miembro de Ecologistas en Acción asegura a VICE News que “el documento esta hecho a la medida de la industria química, que durante estos últimos años ha estado haciendo lobby [tal y como documentó la periodista Stephan Horel] para suavizar al máximo la prohibición de los contaminantes”.
La comida española contiene 33 contaminantes hormonales
Las tareas de presión de la industria, asegura García, han conseguido alargar la vida de estos “peligrosos compuestos”. En el caso español, asegura la activista, coautora junto con Dolores Romanola del informe de Ecologistas en Acción Directo a tus hormonas. Guía de alimentos disruptores, el gobierno siempre ha estado al lado de los lobbies empresariales.
El estudio, publicado recientemente y que resulta de los datos extraídos de una evaluación de la Agencia Española de Consumo, Seguridad Alimentaria y Nutrición (AECOSAN), concluye que los alimentos comercializados en España en 2014 contenían 33 contaminantes hormonales y cifra en el 28 por ciento las muestras con restos de plaguicidas de los productos animales, cereales, vegetales, procesados y alimentos infantiles.
En las frutas y las verduras, el grupo de alimentos donde se registra una mayor presencia de contaminantes hormonales, se detectan pesticidas en el 45 por ciento de los casos. El estudio afirma que los alimentos más contaminados por plaguicidas con EDC son las peras, las manzanas, los melocotones, las naranjas, las espinacas, los pepinos, la zanahorias, los tomates, las uvas y las mandarinas.
Respecto a los contaminantes hormonales, el documento señala que, de entre los 33 detectados, los que tienen mayor presencia en las muestras analizadas son el clorpirifós, la cipermetrina, el deltametrin y los ditiocarbamatos.
No existen niveles seguros de exposición a EDC
García asegura que el gobierno español maneja los datos de AECOSAN con “criterios inválidos, que no sirven y que no se ajustan a la realidad”.
Así, explica, el Ministerio de Sanidad considera que la presencia de estos contaminantes en los alimentos no es perjudicial si no se supera el límite máximo establecido como seguro por la Agencia Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA). Un baremo que forma parte del sistema de control anterior a la aprobación del mencionado reglamento europeo 1107/2009, donde se afirma que “no existen niveles seguros de exposición a residuos plaguicidas con propiedades de alteración endocrina”.
Así lo considera también Miquel Porta, investigador y catedrático de salud pública del Instituto Municipal de Investigación Médica (IMIM) y de la Universidad Autónoma de Barcelona. “No existen umbrales seguros, dosis muy bajas de EDC pueden afectar gravemente a la salud humana”, explica este experto en una conversación telefónica con VICE News.
Con todo y a la espera de que la CE apruebe definitivamente la definición de contaminante hormonal, muchos países como España siguen funcionando con estos limites máximos que marca EFSA.
“Los contaminantes hormonales pueden matarte porque contribuyen a causar enfermedades graves. Se trata de patologías multicausales como tumores cancerígenos, de naturaleza neurodegenerativa u otras patologías como la diabetes. También están detrás de problemas de fertilidad y de trastornos del aprendizaje”, explica Porta.
De acuerdo con este especialista, la literatura científica demuestra, por ejemplo, que las personas expuestas a EDC tienen tres veces más probabilidades de padecer diabetes que las que no están en contacto con este tipo de compuestos químicos. Los disruptores endocrinos, añade, también multiplican las probabilidades de sufrir tumores cancerígenos y otras patologías relacionadas con la alteración del sistema hormonal.
El efecto coctel
El catedrático considera, sin embargo, que la investigación debería ahondar en el llamado efecto cóctel. “Los estudios se centran en las causas que produce un solo compuesto, pero nuestro cuerpo absorbe multitud de contaminantes hormonales. De manera que si un EDC puede triplicar la probabilidad de padecer una enfermedad, una mezcla de diversos contaminantes podría multiplicarla por diez”, plantea.
De hecho, estudios como el publicado en 2007 por Nicolás Olea, catedrático de medicina de la Universidad de Granada, en la revista Environmental Health Perspectives ya han apuntado en esta dirección.
En un artículo publicado en El País, Olea explicó que la investigación en cuestión demuestra que “las madres cuyas placentas presentan una mayor actividad biológica debido al efecto combinado de los pesticidas contaminantes tienen mayor riesgo de dar a luz hijos que presentan anomalías en el desarrollo del testículo o del pene”.
La propuesta de la CE y el factor social
Si la propuesta de la CE, que ahora está en fase de debate, sale adelante, advierte García, “los ciudadanos sufrirán la exposición a los contaminantes y sus consecuencias durante años porque estas sustancias solo podrán prohibirse cuando se alcance un alto grado de evidencia, es decir, cuando se haya probado la relación directa entre el desarrollo de una enfermedad o una muerte y la exposición a los disruptores”.
La propuesta, de acuerdo con García, vulnera el principio de cautela en que se basa el reglamento del 2009, con un planteamiento diametralmente opuesto al permitir únicamente el uso de aquellas sustancias que se hayan demostrado inocuas para la salud humana y animal y también en términos medioambientales.
“Hay alternativas que no son tan dañinas para la salud como los contaminantes hormonales”, pero sin una mayor conciencia y presión social, considera Porta, va a ser muy difícil frenar a la industria.