Los países del Este observan con recelo el deshielo entre Trump y Putin

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Una decena de vehículos Bradley de combate avanzan sobre la nieve en un bosque cercano a Zagan, Polonia. Son los primeros tanques estadounidenses que recorren el suelo europeo en cuatro años, cuando el último abandonó el Viejo Continente porque las esperanzas de que Rusia se convirtiese en un aliado pacífico aún estaban vivas. Hoy, los potentes blindados han vuelto. Son parte de la misión estadounidense de la OTAN, que ha emprendido su mayor despliegue desde la guerra fría en Europa para reforzar el flanco oriental frente a una potencial agresión rusa. Pero aunque los militares han sido recibidos con alharacas, los países del Este observan con recelo la afinidad de Donald Trump con Rusia y su cuestionamiento del compromiso de EEUU con la Alianza Atlántica, que considera “obsoleta”. Además, alertan de los efectos de las actividades desestabilizadoras de Moscú en la región, que van desde la propaganda intensiva a las presiones económicas.Los más de 4.000 soldados de infantería norteamericanos llegan en el momento en el que las relaciones entre Europa y Washington son más inestables desde la II Guerra Mundial. Y aunque la mayoría de los Gobiernos de los países más ‘vulnerables’ a una potencial agresión rusa han apostado por mantener, públicamente, un perfil bajo sobre las futuras políticas del poderoso aliado -como Polonia, cuyo Ejecutivo ultraconservador no solo ha optado por obviar los vínculos entre Trump y el ruso Vladímir Putin, sino que se esfuerza por resaltar sus propias similitudes con el republicano, nacionalista y misógino-, la ansiedad está ahí.

Sobre todo en los Bálticos. Diplomáticos de Estonia, Letonia y Lituania, independientes de Rusia desde 1991 y con una población en total de algo más de 6 millones de habitantes (Rusia tiene 142,4 millones), se muestran inquietos, sobre todo, por la actitud cercana de Trump hacia el ruso Vladímir Putin y su postura favorable a levantar las sanciones con las que EEUU y la UE represalian a Rusia por la anexión de Crimea y el conflicto en el Este de Ucrania. “Retirar esas políticas sería desastroso, enviaría el mensaje de que las agresiones quedan impunes”, dice un asesor de Defensa del Ejecutivo letón, que apunta que cualquier reversión de los compromisos acordados por la Administración Obama para reforzar la región sería un gran golpe.

Hace unos días, un grupo de antiguos y actuales líderes de Europa del Este enviaron una carta al republicano en la que le apremian a mantener su apoyo a la OTAN y le alertan del riesgo de construir puentes con el Kremlin. “No hay ninguna duda: Vladímir Putin no es un aliado de América. Ni siquiera es un socio internacional confiable”, dicen en la misiva, publicada por el diario Washington Post, políticos como el presidente búlgaro, Rosen Plevneliev, exmandatarios de Rumania, Letonia y Estonia o el ex primer ministro sueco, Carl Bildt.

De momento, el secretario de Defensa, James Mattis, no comparte la actitud amigable de Trump hacia Putin, y ha reafirmado su compromiso con la OTAN. El responsable de las tropas estadounidenses en Europa, el teniente general Ben Hodges, tampoco. “No he visto ni he oído nada que me haga pensar que esta [cooperación] vaya a reducirse”, aseguró el lunes en Zagan -donde este diario viajó invitado por la misión de EEUU en la Alianza-, ante las tropas polacas y estadounidenses en una ceremonia en la que participó el presidente polaco, Andrzej Duda, y el ministro de Defensa, que llegó a clamar: “Dios bendiga América y al presidente Trump”.

La postura de Washington sin duda puede cambiar radicalmente el tablero de juego en uno de los momentos más delicados para el futuro de la seguridad europea, apunta Judie Dempsey. Además, este año es particularmente clave, con elecciones en Alemania, Francia y Holanda, donde avanzan partidos populistas con afinidades con el Kremlin -como el Frente Nacional de Marine Le Pen-. “El objetivo de Putin siempre ha sido debilitar la UE y dividir la OTAN”, dice la experta del think tank Carnegie, que añade que Trump le está haciendo un favor a Moscú en su avance hacia este propósito.

Margus Tsahkna, ministro de Defensa de Estonia, alerta de que Rusia “amenaza la paz y la estabilidad de Europa y Oriente Próximo”, con sus políticas militares, la anexión de Georgia y Crimea y sus campañas en Siria, donde utiliza, asegura, el pretexto de combatir al Estado Islámico (ISIS) para eliminar a la oposición política de su aliado Bachar el Asad. “Estoy seguro de que el régimen de Putin no desea una guerra contra la OTAN, pero existen errores de cálculo. Además, Rusia está constantemente probando nuestra resolución con demostraciones militares de fuerza, como los vuelos de aviones de combate sobre el espacio aéreo báltico, barcos en el Mar Báltico, ciberataques u operaciones de influencia [diplomática] y propaganda”, incide. “Rusia tiene un largo historial de tratar de intervenir muy agresivamente en la historia y la política de la región y ahora lo está haciendo también con fórmulas menos convencionales”, apunta también Vaidotas Urbelis.

Además de su creciente capacidad militar, Rusia cultiva otras estrategias desestabilizadoras, apunta Peter Doran, analista del Center for European Policy Anaysis (CEPA), como las presiones y coacciones económicas a los bálticos, muy dependientes energéticamente y comercialmente de Moscú. El Kremlin ha vetado, por ejemplo, distintos productos agrícolas y lácteos letones y ha reducido las importaciones de otros, como los cerdos. También el sector mecánico se ha visto afectado: la planta de reparación ferroviaria de Daugavpils, un gran activo en el país, ya no recibe encargos rusos y ha despedido a casi la mitad de sus trabajadores desde 2015.

“También está siendo crucial la llamada nueva propaganda con la que, a través de canales de televisión [en ocasiones más vistos, además, que los propios canales públicos porque difunden una programación más moderna], medios, blogs, redes sociales u ONG, está tratando de minar la credibilidad de los Gobiernos de estos países, de la Unión Europea y dividir a la sociedad”, afirma Doran. Gran parte de estos mensajes se dirigen, además, a la población rusoparlante o ruso étnica; unos 25 millones en la región.

Frente a estas fórmulas, los antiguos Estados satélites de la URSS se refuerzan. Polonia ha anunciado que invertirá en la modernización de su arsenal; también la creación de milicias ciudadanas, preparadas ante una posible invasión Rusia. En Lituania, el Gobierno anunció hace unos días que esta primavera se iniciará la construcción de una vaya en la frontera con el enclave ruso de Kaliningrado -fuertemente militarizado–. Un proyecto que costará unos 32 millones de euros y que pagarán con parte de sus fondos europeos de cohesión. El objetivo del muro es doble, dice el Gobierno: ayudar a fortalecer las fronteras de la UE –aunque en caso de agresión una alambrada no serviría de mucho–, y evitar el contrabando de armas; ahora el tráfico ilegal es mayoritariamente de tabaco y vodka.

En Estonia, que dedica a Defensa algo más del 2% de su PIB, lo que lo convierte en uno de los países que más porcentaje invierte en Defensa, se debate incrementar esa cantidad hasta el 3% para poder modernizar su artillería y comprar tanques. En Letonia ya lo han subido de algo más del 1% al 2%. En ese país el Gobierno estudia, además, volver a instaurar el servicio militar obligatorio, abolido hace años; una medida que ya emprendió su vecina Lituania el año pasado.