En los últimos años, millones de personas alrededor del mundo han salido a las calles para protestar contra el impacto de la globalización en sus trabajos y comunidades.
Y lo más probable es que estas manifestaciones aumenten en la medida en que el fenómeno tenga más efectos.
Esta advertencia viene de Richard Baldwin, presidente del Centro de Investigación de Política Económica, un grupo de análisis que se dedica al estudio del comercio global desde hace 30 años.
Los avances tecnológicos de los últimos años implican que algunos profesionales que trabajan en oficinas estarán en riesgo de perder sus puestos, indica Baldwin, quien también fue uno de los economistas del equipo del expresidente estadounidense George Bush padre.
En Estados Unidos, la ira de los electores contra la globalización puede haber contribuido al triunfo de Donald Trump. Una de las promesas electorales del republicano fue la de volver a crear en su país los puestos de trabajo que se habían trasladado al extranjero.
Pero aquellos que votaron por él pueden decepcionarse, ya que es poco probable que cumpla su objetivo, según Baldwin.
Las barreras comerciales proteccionistas no van a funcionar en el siglo XXI, dice.
“El masivo cruce de fronteras del conocimiento es la próxima disrupción”, afirma el especialista.
Baldwin explica que esto es lo que le permitirá a personas en África y en Asia competir de una manera más efectiva con países occidentales, ya que los avances en comunicación significarán que los trabajadores de los países en vías de desarrollo podrán controlar robots para realizar trabajos en Europa y EE.UU. a un costo menor.
Migración virtual
El costo de la mano de obra en países en vías de desarrollo puede ser una décima parte de lo que son en Occidente, dice Baldwin.
“No pueden venir aquí a tomar los trabajos, pero la tecnología pronto permitirá la migración virtual, gracias a la telerobótica ya la telepresencia”, explica.
Las velocidades cada vez más rápidas de internet que están ampliamente disponibles en el mundo, junto con la rápida caída de los precios de los robots, permitirán a los trabajadores, por ejemplo en Filipinas o China, prestar remotamente servicios a un país como Reino Unido.
“Lo que hará la tecnología es cambiar la naturaleza de nuestras ocupaciones. Algunas de las cosas que usted hace definitivamente requieren su juicio, pero algunas partes de su trabajo pueden hacerse a distancia, al igual que algunas etapas en una fábrica pueden completarse a distancia”, explica Baldwin.
El experto agrega que “todo lo que necesita es más poder de computación, más poder de comunicación y robots más baratos”.
Los guardias de seguridad de los centros comerciales estadounidenses podrían ser reemplazados por robots controlados por personal de seguridad con sede en Perú, y los limpiadores de hoteles en Europa podrían ser reemplazados por robots manejados por personal ubicado en Filipinas, argumenta en su libro The Great Convergence (“La gran convergencia”).
El auge de los robots
El uso de robots ha crecido exponencialmente desde mediados del siglo XX.
Operar un robot industrial típico puede costar alrededor de US$5 por hora, en comparación con el promedio total de los costos laborales europeos de alrededor de US$50 por hora o US$11 por hora en China.
Comprar robots es cada vez más barato y son cada vez más capaces de hacer tareas más complejas.
Esto significa que el aumento del uso de robots también está amenazando millones de empleos en los países en desarrollo, dice la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (Unctad, por sus siglas en inglés), así como en las economías desarrolladas.
No es sólo en las fábricas. El número mundial de robots domésticos ascenderá a 31 millones entre 2016 y 2019, dice la Federación Internacional de Robótica (IFR). Se prevé que las ventas de robots para limpiar pisos, cortar el césped y limpiar piscinas crezca a US$13.000 millones en este mismo período.
En el siglo XIX, la primera oleada de la revolución industrial causó un aumento del comercio mundial.
La energía a vapor, el final de las guerras napoleónicas y el subsiguiente periodo de paz redujeron los costos de trasladar bienes a nivel internacional.
La riqueza global se concentró cada vez más entre unas pocas naciones: el grupo del G7 -EE.UU., Alemania, Japón, Francia, Reino Unido, Canadá e Italia- vio aumentar significativamente su participación en la riqueza mundial.
Pero a partir de la década de 1990 comenzó una segunda ola de globalización, con el auge de la tecnología de la información y las comunicaciones.
Hubo un cambio dramático en el engranaje, y el “auge de las naciones ricas se invirtió en sólo dos décadas”, dice Baldwin.
La globalización de antes “funcionó en un calendario que avanzaba año tras año”, mientras que la actual ola de globalización está siendo impulsada por las tecnologías de la información, que están cambiando y perturbando las economías y las sociedades con cada vez mayor rapidez, comenta.
Reacción política
Todo esto ha creado una reacción de rechazo, especialmente en las economías desarrolladas, ya que muchos votantes dicen que están perdiendo o viendo poco de los beneficios que la globalización supuestamente trae.
Baldwin dice que las políticas proteccionistas, como las de Donald Trump, son contraproducentes.
Si las empresas se vuelven ineficientes al verse obligadas a trasladar sus empleos a EE.UU., perderán su negocio frente a los competidores internacionales.
“La gente está tan enojada que están haciendo cosas que no son beneficiosas para su propio interés”, advierte el investigador. “Se están vendiendo remedios que no están relacionados con el problema”.
Pero la reacción no es la misma en todos los países. A menudo depende de cómo los gobiernos tratan a los trabajadores que pueden ser desplazados por la tecnología.
“Por ejemplo, en Japón se ocupan de sus trabajadores, y realmente no hay un sentimiento anti-globalización allí”, dice Baldwin, a diferencia de Reino Unido y EE.UU.
En consecuencia, incluso las empresas que se benefician de una mayor automatización son cada vez más sensibles a las consecuencias sociales y políticas potencialmente negativas.
Del mismo modo, en Europa los jefes de la empresa de telecomunicaciones Deutsche Telekom y el conglomerado industrial y tecnológico Siemens han abogado por pagar un ingreso básico a los trabajadores reemplazados por la tecnología.
Podemos ver un movimiento al proteccionismo a medida que los países intentan preservar trabajos dentro de sus economías, pero es poco probable que esto funcione en el largo plazo, lamenta Baldwin.
Acto de equilibrio
El truco es aceptar la “realidad del siglo XXI”, dice, y el hecho de que muchos trabajos simplemente no van a volver.
Los gobiernos deben prestar más atención a la política social, sugiere el analista: “en el período de posguerra de la globalización liberalizamos el comercio, pero al mismo tiempo ampliamos el bienestar social: instituimos la educación a bajo costo y el reentrenamiento de los trabajadores”.
“En esencia, había un conjunto de políticas complementarias que aseguraban a los trabajadores que tendrían una buena oportunidad de aprovecharse de la globalización”.
Los desafíos que todo esto supone para los gobiernos son muchos, pero el profesor Baldwin dice que debería ser posible desarrollar políticas que acepten la globalización y den a los trabajadores desplazados por ella el apoyo que necesitan.