Evo Morales: el humilde cocalero boliviano fiel a sus raíces… pero también al poder
Él lleva un llamativo poncho a rayas en el que predominan los rojos, un sombrero adornado con los colores de la bandera boliviana y un collar de guirnaldas. Es un día especial para Evo Morales, quien se acerca al micrófono del escenario para dirigirse a la población expectante de Orinoca.
Hace 57 años que él nació en esta pequeña población del crudo Altiplano boliviano, de donde se fue cuando era un veinteañero para migrar al Chapare -la zona más húmeda del país- a cultivar hoja de coca. Estamos en febrero de 2017 y Evo ha regresado a su tierra natal para inaugurar un museo que rinde culto a su figura. El llamado Museo de la Revolución Democrática y Cultural hace un recorrido por la historia del país desde los pueblos prehispánicos hasta la actualidad, y alberga los 13.000 regalos que ha recibido Morales durante sus 11 años de mandato.
La construcción del complejo, que abarca más de 10.000 metros cuadrados y que costó unos seis millones de dólares, duró cinco años.
“Ahora nos hemos unido para construir una nueva Bolivia… Muchas gracias por el apoyo y por no abandonarme”, expresa por el micro Evo, arrancando aplausos.
La voz se le quiebra y en su cara asoman los gestos del llanto. Acude a sentarse junto al vicepresidente Álvaro García Linera. Morales se tapa el rostro con la palma de las manos y cuando vuelve a mirar a su hombre de confianza, muestra una sonrisa que recuerda a aquel flamante y humilde Evo que se convirtió en Presidente en el año 2005.
Tras más de una década al mando de Bolivia, Morales tiene la aprobación del 58 por ciento de la población, según la encuesta realizada en enero por Equipos Mori. El mismo estudio señala que a pesar de ello, el 63 por ciento de los encuestados rechazan un nuevo mandato de Evo; más todavía que la cifra arrojada por el referéndumcelebrado en febrero de 2016, cuando el 51,3 por ciento dijo ‘no’ a la posibilidad de una nueva postulación.
Antes de tener los resultados finales, en aquel entonces, el mandatario afirmó que si la respuesta era negativa, se iría feliz, a su parcela. Sin embargo, unos días después de la derrota declaró: “hemos perdido una batalla, pero no la guerra”. Diez meses más adelante durante el congreso del su partido, el Movimiento al Socialismo (MAS), fue más claro: “Si el pueblo dice ‘vamos, Evo’, ¡ningún problema!”. O lo que es lo mismo, afirmó que se presentará a los comicios de 2019.
La transformación de Evo
Han pasado once años desde que el mundo conoció a Juan Evo Morales Ayma, el primer presidente indígena de Bolivia, país en el que 42 por ciento de la población así se considera, y a su vez la persona que más tiempo seguido ha ostentado el cargo: un triunfo si se toma en cuenta que los gobiernos no solían durar más allá de un puñado de años en un país en el que los golpes de Estado han sido las formas habituales de deponer y colocar nuevos gobernantes a lo largo de varias décadas.
Morales es el mandatario indígena al que todo el mundo ubica por sus chompas y trajes alejados de la típica estética occidental de camisa y corbata; pero también un presidente rodeado de polémica y que, para parte de la sociedad boliviana, es muy diferente de aquel humilde campesino que llegó al poder.
Era marzo de 2006 y apenas llevaba un mes y medio como Presidente cuando Evo visitó Chile para asistir a la investidura de la presidenta Michelle Bachelet. Antes del acto oficial, celebrado en el puerto de Valparaíso, el mandatario boliviano se miró sus zapatos, puso cara dubitativa y preguntó a quienes estaban alrededor: “¿Será bueno que vea a la ‘Bachelecita’ con este calzado o me compro otro?”. Quien cuenta esto a VICE News es el fotógrafo Víctor Gutiérrez, quien entonces trabajaba en la Agencia Boliviana de Información cubriendo los asuntos presidenciales.
Acompañó a Evo en sus primeros viajes: uno a Chile, y otro a Cuba para recibir las felicitaciones de Fidel Castro y Hugo Chávez. “En un principio era muy humilde”, asegura el fotógrafo. Después, ya trabajando para otros medios, Gutiérrez ha seguido retratando las actividades del gobernante y ha percibido un cambio en su actitud. “Aprendió mucho de lo ceremonioso y de quién manda ahora. Antes no la tenía tan clara; ahora sí la tomó en serio”.
Del trato amable que tenía, ha pasado, a veces, a gritarle a su seguridad o, incluso, ha llegado a pedirle a uno de sus escoltas que se agachara a amarrarle los cordones de sus zapatos, como se vio en un video que se hizo viral en agosto de 2015. “Es una consecuencia directa del prolongado ejercicio del poder de una sola persona. Si te encomiendan algo por mucho tiempo, poco a poco te vas creyendo que eso es tuyo”, asegura Darwin Pinto, periodista y coautor de la biografía no autorizada Un tal Evo.
“Inicialmente no me gustaba que me digan presidente, sólo Evo. Ahora un poco me está gustando que los obreros me dicen compañero presidente, compañero presi”, contó Evo Morales en una entrevista al programa español Salvados en octubre de 2015.
La apariencia física de Morales ha cambiado poco en su década de poder. Tiene una altura superior a la media nacional (1,65 m entre los hombres), complexión fuerte, ojos rasgados de iris negro, quijadas anchas y prominente nariz aguileña. El cabello, negro y abundante, suele ir peinado con raya en medio y su corte es prácticamente el mismo. Visita un par de salones en la ciudad de La Paz, no muy lejos de la residencia presidencial, y a un peluquero en el Chapare, la región en la que vivió durante los años ochenta y noventa y donde comenzó su carrera como cocalero y sindicalista.
Hoy continúa siendo el máximo representante de la más grande asociación de productores de hoja de coca del país: las Seis Federaciones del Trópico de Cochabamba.
Con 57 años, una agenda presidencial frenética y tres décadas de sindicalismo activo -sigue siendo el representante del mayor sindicato de productores de hoja de coca- el líder del MAS luce una negra cabellera ausente de canas. Quizá tiene más ojeras y su semblante refleja, a veces, preocupación o cansancio.
Continúa fiel a su estilo y para ocasiones especiales, viste trajes normalmente negros con motivos andinos, hechos en exclusiva, casi siempre, por el sastre Manuel Sillerico, quien le ha confeccionado más de 40. Le gusta el cordero, típico de Oruro, la región donde nació, y el ají de fideo, un plato de origen minero.
Su estado civil tampoco ha cambiado: es soltero y “enamoradizo”, pero el mandatario no pierde la ocasión de recordar que su “esposa” es Bolivia.
Uno de los mayores éxitos del MAS ha sido la inclusión indígena a nivel social y político. Antes de 2006 era prácticamente imposible ver a mujeres vestidas en estilo tradicional altiplánico -cabello recogido en trenzas, blusa, pollera larga de pliegues, manta y sombrero- en restaurantes de lujo, presentando un noticiero en televisión o como ministras y diputadas. Hoy, tras siglos de exclusión, la normalización ya no es un anhelo, sino realidad. Y es que la Constitución Política del Estado, aprobada en 2009 por referéndum, reconoce la existencia de 36 etnias en el país y de sus derechos.
Mientras en Santa Cruz, capital del oriente, zona amazónica y tradicionalmente opuesta a Morales, hay pasarelas de modelos operadas y de apariencia “gringa” vistiendo ropa de noche o minúsculos bikinis, en el Altiplano boliviano hay pases de “cholitas”, algo inimaginable doce años atrás.
El adjetivo “indio” dicho de forma peyorativa se considera discriminatorio y no debe usarse -en 2010 se aprobó la Ley contra el Racismo y toda forma de Discriminación-; sin embargo, el apelativo despectivo con el que se designa a alguien “blanco”, k’ara, se escucha cada vez más incluso a miembros del MAS, como el vicepresidente del país, Álvaro García Linera, quien tiene rasgos caucásicos.
Morales ha afrontado momento muy difíciles en su mandato. Uno de los peores fue a finales de 2010: el Gobierno del MAS aprobó en plena Navidad un decreto conocido como “el gasolinazo”, que estipulaba el incremento del precio de los combustibles en un 82 por ciento.
Pedro Montes, el entonces secretario ejecutivo de la organización de trabajadores más poderosa, la Central Obrero Boliviana (COB), plantó cara al gobierno: “tiene que hacer una abrogación de ese maldito decreto criminal que va directo a matar de hambre a los que no tienen fuente de trabajo”.
Aquella vez la población estuvo a punto de protagonizar un terremoto social que podía haber volcado a Morales de su silla, pero rectificó.
También el paradigma del respeto a la Madre Tierra, se acabó cuando Morales impulsó la carretera por el corazón de la reserva forestal del TIPNIS (12.000 km2 de bosque y miles de especies animales), lo que se agravó con la violenta represión policial a los marchistas indígenas que defendían esa reserva forestal en el año 2011.
Entre los detractores de Morales no sólo está la oposición política y algunos sectores indígenas. También los grupos de poder de la ‘Media Luna’ -la parte oriental del país que no es mayoritariamente indígena, integrada por Santa Cruz, Beni, Pando y Tarija-que le mostraron a Morales su intención separatista desde su primer mandato.
En opinión de la politóloga Helena Argirakis, el MAS se metió a algunos de ellos en el bolsillo pero sigue habiendo muchos contrarios a Evo en esa parte del país.”Hay bloques políticos que pueden ser opuestos pero la base social es la misma, porque son parientes. Su forma de ver el mundo sigue siendo la visión racista y discriminadora de siempre”. Y es que, tradicionalmente, la fuerza económica, y por consiguiente la política, estuvo en manos de personas de ascendencia caucásica.
Hasta que llegó Evo, y con la bonanza económica de la última década favorecida en gran parte por la nacionalización de los recursos naturales, no se ha beneficiado sólo a la clase pudiente de siempre, sino que ha surgido una burguesía chola. “Lo que no quieren es ver a un indio en el poder”, sentencia Argirakis sobre la clase alta tradicional.
Morales se jacta de ser el único mandatario que ha estado en casi todos los rincones de Bolivia. Su meta es estar en todos los municipios, que son más de 300.
Pero quedan en Bolivia materias pendientes, como la mejora del sistema sanitario y educativo, puntos de la Agenda Patriótica 2025 del MAS, partido del que Evo es, por ahora, el único y posible líder.
La Constitución dice que no puede haber más de dos mandatos presidenciales seguidos, pero para garantizar que Morales continuaría gobernando, en febrero de 2016 se celebró en Bolivia el referéndum que consultaba a la población si aceptaba modificar un apartado de la Carta Magna para permitirle un tercer mandato, que hubiera ido de 2020 a 2025. Pero la respuesta de los bolivianos fue negativa: supuso el primer “no” que recibió Evo en diez años.
Y a pesar de esa respuesta, sólo tardó diez meses en afirmar que irá a la reelección. Para el abogado especialista en Derecho Constitucional Carlos Hugo Molina, Bolivia se define como un estado plurinacional de carácter corporativo conformado por gremios y movimientos sociales. A consecuencia de esto se ha instaurado “un sistema de representación en el que el voto queda en un segundo nivel frente al mandato que realizan los movimientos sociales que forman parte del Gobierno”.
Morales supone que a través de ambos se expresa el pueblo, argumenta el especialista, y de esa manera cree tener la posibilidad de “realizar cualquier modificación constitucional dejando de lado el Estado de Derecho”.
A pesar de las cuatro posibles vías planteadas por el MAS (iniciativa ciudadana, que dos tercios de la Asamblea modifiquen la Carta Magna, que Evo renuncie a la presidencia antes de agotar el presente mandato o que el Tribunal Constitucional interprete, de otro modo, los derechos políticos), Molina asegura que cualquier cambio de la ley suprema del país “pasa por la necesidad imprescindible de un referéndum”. Sin embargo, antes de poder realizarlo, el mismo Tribunal Constitucional debería analizar si es posible volver a consultar a la población sobre la misma materia en el mismo periodo institucional.
Y aquí no acaba la relación de Morales con los tribunales. Cada 23 de marzo se celebra en Bolivia el Día del Mar, en el que se rememora la pérdida del litoral a finales del siglo XIX, durante la Guerra del Pacífico, que desde entonces es territorio chileno. En 2013 el Gobierno boliviano llevó hasta el Tribunal Internacional de La Haya una demanda para recuperar la costa; está previsto que en 2018 la justicia internacional dé su veredicto.
Más de 130 años después Evo Morales está dispuesto a ganar la última batalla de aquella guerra y, en esta lucha, sí cuenta con apoyo de la sociedad y hasta de la oposición política. De todos modos, el periodista Darwin Pinto recuerda: “la mayoría de los bolivianos aún lo quiere gobernando hasta el 2020, sí, pero no más allá. No para siempre”. Todo está por verse.