El último secreto de la CIA en el golpe de Estado de Irán

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Foto: AFP

El pasado nunca ha dejado de perseguir a Irán. Desfigurada tanto por la retórica del régimen islámico como por la miopía occidental, su historia es reflejo de las tensiones que estallaron en el golpe de Estado de 1953. Cinco días en los que el país sintió temblar el mundo bajo sus pies y vio cómo una insólita alianza de poderes y servicios secretos derribaban a Mohamed Mosaddeq, el primer ministro que había plantado cara a Occidente en 1951 al nacionalizar el petróleo. Fue una sacudida que detonó el odio hacia EE UU, deslegitimó al sah y sirvió de precursor de la revolución islámica de 1979. Un capítulo crucial en el que, como detallan cientos de nuevos cables de secretos de la CIA, el juego sucio de Washington y la connivencia de los ayatolás fueron determinantes.

La primera entrega de documentos del Departamento de Estado sobre el golpe se remonta a 1989. Aquellos informes, sin embargo, fueron censurados para ocultar el papel de la agencia de inteligencia. La presión de los historiadores logró que otra tanda, esta vez sin manipular, se hiciera pública en 2013. Pero el paquete completo y más revelador no se ha hecho público hasta ahora. Son cientos de comunicaciones secretas que muestran los turbios hilos que la Casa Blanca movió para imponer su política. “Hablan sobre todo de Estados Unidos y de su desconocimiento de las claves internas iraníes y de poder de los ayatolás”, explica Malcolm Byrne, director del Proyecto EE UU-Irán en los Archivos de la Seguridad Nacional de la Universidad George Washington.

Elegido democráticamente, Mosaddeq representó durante mucho tiempo el sueño de un Irán moderno y autónomo. Pero en sus meses finales, bajo el extenuante embargo británico impuesto tras la pérdida del control petrolífero, apostó por el autoritarismo y la ruptura con el titubeante Reza Pahlevi. “Cruzó el límite y eso puso al sah en su contra”, explica Abbas Milani, director del programa de Estudios Iraníes de la Universidad de Stanford.

Fue entonces cuando la denominada Operación Ajax dio su estocada. Los cables muestran que la decisión de derribar a Mosaddeq fue tomada después de un largo debate en la Casa Blanca. El presidente Harry S. Truman ya se había opuesto y con Dwight D. Eisenhower, el primer ministro iraní aún era bien visto por parte del Gabinete. Pero la presión británica y el miedo a una alianza con el comunismo dieron el triunfo al secretario de Estado, John Foster Dulles, y su hermano Alan, director de la CIA.

El operativo recayó en el jefe de la agencia en Irán, Kermit Roosevelt. El sah se prestó y el 15 de agosto un general afín, Fazlollah Zahedi, antiguo admirador del Eje, trató de destituir a Mosaddeq.

El intento no resultó. Zahedi tuvo que ocultarse, el monarca abandonó Irán y el primer ministro contestó con una salvaje ola de arrestos. Alarmada, la CIA consideró que había fracasado. El 18 de agosto envió a Teherán el siguiente cable: “La Operación se ha intentado y ha fracasado, no debemos participar en ninguna iniciativa contra Mosaddeq que conduzca hasta EE UU. Las operaciones contra Mosaddeq deben pararse”. La orden era clara. Pero el jefe local de la CIA, nieto del presidente Theodore Roosevelt (1858-1919), no se dio por enterado y alentó una segunda y mortífera oleada. “Fue un factor importante, pero no el único”, indica Byrne. Roosevelt pagó a turbas de maleantes para tomar las calles e infiltró agentes provocadores entre las filas comunistas. En un clima de hostilidad creciente, el bazar fue asaltado y el caos se apoderó de Teherán. Zahedi aprovechó el momento para sacar sus tropas a la calle. Sorprendido por el zarpazo, Mosaddeq cayó.

Cuando el sah regresó a Irán, el país había cambiado para siempre. Muchos historiadores señalan este golpe como una de las causas del antiamericanismo iraní. Para el régimen islámico, los hechos de agosto sirvieron para elevar a los altares al ayatolá Abolcasem Kashani, impulsor de la nacionalización del petróleo y una de sus grandes referencias políticas. Pero los cables de la CIA revelan que el patriota estuvo en estrecho contacto con los agentes estadounidenses, a los que incluso pidió ayuda financiera.

“La República Islámica ha convertido a Kashani en un gigante político y juega a la idea de que intentó salvar a Mosaddeq. Pero fue muy activo en la caída del primer ministro. Los clérigos se unieron al golpe y contaban con enormes apoyos”, afirma el profesor Milani, autor de la obra referencial El Sah. “Los ayatolás estuvieron contra Mosaddeq, pero no está claro qué sabían de lo que hizo la CIA”, señala Byrne.

Tras su captura, el primer ministro fue condenado y encarcelado. Jamás volvió a pisar la calle y en 1967 murió bajo arresto domiciliario. “Desconocemos qué habría pasado si se hubiera quedado, pero lo que es evidente es que el sah nunca recuperó su legitimidad”, explica Milani. El golpe dejó una oscura herida en Irán, pero permitió a EE UU evitar la influencia soviética. Las aguas revueltas fueron también aprovechadas por el agente Roosevelt. Como intermediario de las grandes compañías, el hombre que no quiso parar el golpe se hizo con el tiempo multimillonario. Sobre las calles de Teherán quedaron cientos de muertos y la sensación, aún viva, de haber perdido una oportunidad.