Kazuo Ishiguro, un premio nobel de géneros

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Foto: Kazuo Ishiguro en 2015 Credit Andrew Testa para The New York Times

Como decíamos ayer, la extraordinaria cronista e historiadora oral Svetlana Alexiévich y el gran trovador y también cronista Bob Dylan tal vez hayan inaugurado, en los dos últimos años, una nueva forma de entender el Premio Nobel de Literatura. La de una literatura expandida que convertirá a los mejores guionistas de nuestra época y del futuro inminente (digamos: Aaron Sorkin, Alan Moore, Moira Walley-Beckett o Jill Solloway) en candidatos al galardón máximo.

Después de dos apuestas arriesgadas, era de prever que la Academia Sueca volvería a la literatura -digamos- literaria. Y lo ha hecho con un extraordinario novelista inglés de origen nipón, Kazuo Ishiguro (Nagasaki, 1954), cuyas dos novelas más hipnóticas y rotundas, Los restos del día y Nunca me abandones, fueron adaptadas cinematográficamente, lo que multiplicó exponencialmente sus lectores y creó puentes entre el consumo popular y la buena literatura.

Pero, ¡atención!: después de cursar el prestigioso máster en escritura creativa de la Universidad de East Anglia -que hizo también Ian McEwan y donde W. G. Sebald dio clases-, Ishiguro comenzó su carrera en los años ochenta como guionista de televisión para Channel 4 y la BBC. También ha firmado guiones de cine. De modo que lo que la Academia ha hecho, en realidad, ha sido matar a dos pájaros de un tiro.

Ishiguro es dueño de una poética absolutamente personal, cuyo rasgo más importante tal vez sea un extrañamiento envolvente, hipnótico, paradójicamente amable. Aunque algunas de sus novelas sean kafkianas, no se trata de la pesadilla asfixiante de los personajes de Franz Kafka, sino de la creación de una lógica rara, que nos inquieta y nos envuelve, que nos arrastra vertiginosamente y nos convence, aunque seamos conscientes de que no tendría ningún sentido fuera del mundo que ha creado expresamente para esa ficción. Y que cambiará en la siguiente.

Casi siempre se trata de relatos en que la madurez desengaña los proyectos de la juventud, en clave de género subvertido, apropiado. Como Borges, Alan Moore o Quentin Tarantino (que en mi canon imaginario personal hace tiempo que ganaron el Nobel de Literatura), Ishiguro trabaja a partir de géneros codificados, cuyas claves él traduce al “ishiguriano”, ese idioma que convierte en arte la incomunicación, los gestos, los sobredichos, el vacío que envuelve a los seres humanos (o al menos a todos los que él ha creado).

Después de escribir en perfecto inglés británico dos primeras novelas “japonesas” (Pálida luz de las colinas y Un artista del mundo flotante), cuyo tono suena musicalmente en toda su obra posterior, se apropió de la narrativa inglesa de amos y mayordomos en Los restos del día, de la novela de vanguardia centroeuropea en Los inconsolables, de la narración detectivesca a lo Sherlock Holmes en Cuando fuimos huérfanos, de la ciencia-ficción en Nunca me abandones y del género fantástico-medieval en El gigante enterrado.

¿Es un premio justo o injusto? ¿Hubiera sido más justo dárselo, por ejemplo, a Margaret Atwood, supuestamente una de los favoritos de este año? En términos de género, sin duda: además de ser la autora de grandes obras en lenguajes tan distintos como la novela, el guion de televisión, la novela gráfica o el libro infantil, entre otros, es mujer. Solo 14 de los 110 Nobel de Literatura han sido concedidos a mujeres. Y en 2013, con Alice Munro, parecía que había comenzado una dinámica interesante: un año, un escritor; al siguiente, una escritora. Pero no.

Tan o más injusto -si es que tiene sentido hablar de justicia- es que Ishiguro escriba en inglés (dárselo a Atwood no hubiera resuelto el problema). Solo 25 de las centenares de lenguas con literatura monopolizan todos los galardones concedidos en más de un siglo.

La estadística, de hecho, representa la cultura mundial del siglo XIX, pero ni siquiera la del XX. Por idiomas, los autores que escriben en inglés han sido reconocidos en 29 ocasiones; en francés, 14; en alemán, 13; en español, 11; en sueco, 7; en italiano y ruso, 6, etcétera. Solo dos autores en japonés, dos en chino, uno en bengalí y uno en árabe han ganado el Nobel. Por géneros, el desglose es de 78 para narrativa; 37 para poesía; 13 para teatro, y 5 para no ficción. Hay señales de cambio en este ámbito, pero no en el otro. Pero ya se sabe que muy poco se puede esperar de una monarquía europea.

La literatura, no obstante, es cabezona y cuántica: se expande más allá de todos los límites (y por tanto de todas las academias, las suecas incluidas). El martes les dieron el Nobel de Física por la detección de las ondas gravitacionales a Barry C. Barish, Rainer Weiss y Kip Thorne. Las teorías marcianas de este último, sobre agujeros con forma de gusanos y sobre viajes en el tiempo, inspiraron tanto la novela Contacto, de Carl Sagan, como la película Interestelar, de Jonathan y Christopher Nolan. Thorne, de hecho, colaboró en la escritura del guion y es autor de, entre otros libros, Agujeros negros y tiempo curvo. Es un escritor que ha ganado un Nobel de Física. Lástima que también escriba en inglés. Aunque tal vez lo haga en hindi o en catalán o en árabe en un universo paralelo.

A otro universo paralelo se debe de estar exiliando en estos momentos Horace Engdahl, el exsecretario de la Academia Sueca y académico desde 1997, que hace años que repite que las maestrías de escritura creativa están matando a la literatura. Ishiguro es el primer exalumno de uno que gana el Premio Nobel de Literatura. No será el último.