Cómo Venezuela pasó de 4 meses de protestas diarias a una aparente calma

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Se oyen gritos, algarabía, aplausos. Música. Es sábado por la noche en la Plaza de Altamira de Caracas. Hace dos meses allí se escuchaban disparos, sirenas y gritos.

La zona del anfiteatro convoca un sábado en la noche a un gran número de personas alrededor del escenario. Se pide “un minuto de silencio por las víctimas de la violencia y la represión”. A las 9:00 de la noche, se acaba el concierto. “La alcaldía solo dejó hasta esta hora”, se excusan. Y los muchachos, medio fastidiados, desalojan y se van a casa.

Nadie diría que en ese mismo lugar, de abril a julio, no eran público y músicos los que se veían las caras, sino la Guardia Nacional Bolivariana (GNB) y los manifestantes con el tum-tum de las bombas lacrimógenas y los cocteles molotov.

La Plaza Altamira fue uno de los principales escenarios de las protestas que iniciaron en Venezuela el pasado 30 de marzo y que dejaron como saldo más de 100 muertos.

Allí se contaron por centenas las lacrimógenas que las fuerzas del Estado lanzaron contra los manifestantes. Fue también el lugar donde manifestantes quemaron a Orlando José Figuera, donde una tanqueta arrolló a tres jóvenes opositores y otro salió ardiendo al tratar de quemar una moto de la GNB.

Este enclave de Chacao, barrio de clase media-alta, fue uno de los lugares de más dura confrontación entre la oposición y el gobierno después de dos sentencias del Tribunal Supremo de Justicia (TSJ) que le quitaban competencias al Parlamento, controlado por los opositores.

Un episodio más de una polarización que arrancó con la llegada del chavismo al poder en 1999 y que pervive.

Sin embargo, esta zona luce ahora como el resto del país: en aparente calma a la espera de las elecciones regionales de este domingo.

La calma tras la Asamblea Constituyente

Desde que se votó -con la ausencia de la oposición- la Asamblea Nacional Constituyente (ANC) el 30 de julio, las protestas cesaron. Y Venezuela recuperó una relativa normalidad en medio de la crisis que atraviesa con la mayor inflación del mundo, la falta de alimentos, medicinas y otros productos básicos y el enconado enfrentamiento entre gobierno y oposición.

“No es que haya vuelto todo a la normalidad. Hay indignación. La gente siente miedo, preocupación, la inseguridad es muy fuerte. Yo protesté y volvería a hacerlo. Tarde o temprano volverán las protestas. Ahora, con las regionales, o con las presidenciales, quién sabe. Es una bomba de tiempo”, dice a BBC Mundo Samuel, un estudiante que cuenta apenas la veintena.

Unos amigos juegan a las cartas en un banco a la sombra. Una pareja trata de escapar de las miradas y se deshace en manoseos. Una abuela pasea con su nieto. Decenas se apresuran por las escaleras para tomar el metro.

Durante las manifestaciones, día sí día también, el subterráneo cerraba “en resguardo de los usuarios, personal e instalaciones”. También se suspendieron las dos líneas de Metrobús que partían de la plaza hacia El Cafetal y La Trinidad, dos zonas opositoras de Caracas. Aún hoy están inhabilitadas.

Es de los pocos rastros de cuatro meses de protestas que quedan en la plaza.

El gobierno se jacta de que la Asamblea Constituyente llevó la paz a Venezuela y fue un triunfo frente a la oposición, a la que tilda de violenta.

Por su parte, la oposición busca ahora vencer cierta desilusión entre sus filas, superar la sensación de derrota y reanimar a sus seguidores para que la lucha siga, aunque cambie de escenario. El domingo, en las urnas.

Sin esos meses de lucha no habría habido sanciones internacionales ni el desconocimiento masivo de países a la Asamblea Constituyente, argumentan los opositores para convencer de que esos duros meses no fueron en vano.

Graffiti borrado

En la fuente principal, la que ostenta el emblemático obelisco, una obra de 1945 en mármol blanco, la alcaldía se empleó en limpiar un graffiti que en letras mayúsculas rojas, azules y blancas ponía “Dictadura”. Apenas quedan restos. En el suelo no limpiaron otras: “Maduro dictador”, se lee.

Carlos y María conversan en uno de los bancos de piedra mientras hacen tiempo para volver a sus casas. “Me parece bien esta vuelta a la calma. Pasaron muchas cosas que no debieron pasar, como cuando quemaron el kiosko ése de la esquina”, dice Carlos mientras señala la parte sur de Altamira.

“Creo que los que protestaron pararon porque no iban para ningún lado. Mucho preso… No tenía sentido. Venga protestar y los políticos por otro lado, y ellos cayendo presos”, critica que el precio fue demasiado alto para el resultado obtenido.

Para María, el fin de las protestas fue un alivio. “No funcionaba el metro, la camionetica (autobús urbano). Tenía que ir caminando con todas las lacrimógenas. Me pareció bien la vuelta a la calma”. Del cuello le cuelga el carnet de pasante del Ministerio de Turismo.

“Con esas protestas no llegan a ningún lado”

Claritza y Evarista bajan de la avenida principal para tomar su camionetica camino al populoso barrio de Petare. Los dos trabajan en las oficinas de un banco cercano como limpiadoras. Para ellas, de 44 y 63 años, fue un alivio el fin de las protestas.

“No estamos de acuerdo con lo que pasa en el país, pero antes teníamos que dar unas vueltas enormes para salir del trabajo, tragamos lacrimógenas, pasábamos horas hasta que podíamos llegar a casa”.

Xavier, mototaxista de una línea en los alrededores, tiene sentimientos encontrados. “En las protestas se hacía buena plata, porque como no había transporte, uno hacía carrera y carrera. Pero lo que hicieron… No, no era el modo. Así, con esas protestas, no llegan a ningún lado. Ahora hay calma. Pero los problemas siguen estando ahí”, apunta.

“A dos compañeros la Guardia les quemó unas motos el día 30 de julio. No tienen cómo reponer eso. Todo está aún más caro. Y con menos carreras que hacer”.

En la parte sur de la plaza, en una enorme pared que sirve de resguardo para un terreno baldío, las pinturas han ido cambiando estos meses.

Durante las protestas, aparecieron unos graffiti contra el gobierno y unas gigantografías con fotos de manifestantes. Después, unos funcionarios taparon todo con pintura negra. Fue luego del 30 de julio, el día de la votación a la Asamblea Nacional Constituyente promovida por el gobierno. La calle “se enfrió”, como dicen popularmente en Venezuela.

“Nos cayó fuerte, nos sentimos mal después del 30 de julio. Eso fue una farsa y un engaño. Pero no siento que la oposición me traicionó”, explica Blanca, estudiante, que llega a la plaza para encontrarse con su novio, Samuel.

“Salí a manifestarme, había un plan y lo siguieron adelante. Solo creo que les quedó grande la tarea y no supieron alentar las protestas. No lograron seguir motivando a la gente y por eso la cosa decayó”, agrega, comprensiva.

Una camionetica pasa lenta alrededor de Plaza Altamira. Por las ventanas salen banderas amarillas del partido opositor Primero Justicia y, a todo volumen, una versión criolla del éxito del cantante colombiano Maluma “Felices los cuatro”. En la canción se pide el voto este domingo para Carlos Ocariz, el candidato de oposición para el estado Miranda, que linda con Caracas.

Sobre aquella pared pintada de negro ya no quedan rastros de las protestas. Ahora carteles piden el voto por Ocariz. Otras, sin embargo, llaman a la abstención: “No votes te lo suplico” .

Los analistas coinciden en que la abstención por la desilusión podría perjudicar a los opositores. Algunos no se fían de la limpieza de las elecciones. Dependiendo de lo que pase, la protesta podría regresar a la calmada Plaza Altamira.