Las redes sociales no nos han hecho superficiales, mentirosos y agresivos

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Foto: Getty Images

Internet y las redes sociales ya han cambiado nuestra vida. Pero ¿nos están cambiando también como seres humanos? ¿Nos están haciendo personas diferentes a las que éramos?

Ese es el gran y peliagudo asunto que Andy Stalman, un argentino que lleva varios años viviendo en España, aborda en “HumanOffOn”, un libro que ya va por su tercera edición y en el que este experto en branding mundialmente reconocido afirma que el mundo online y el mundo offline ya no son dos mundos, sino uno solo.

Pero, ante la creciente digitalización, Stalman defiende que es ahora más necesario que nunca recuperar la esencia de lo humano.

“Dentro de 50 años, todo estará automatizado menos una cosa: las emociones humanas”, sostiene.

BBC Mundo conversó con él.

Internet tiene ya 30 años. Las nuevas tecnologías, ¿realmente nos están cambiando como seres humanos?

Sí, claramente. Estos 30 años han hecho que dejemos de vivir una era de cambio para empezar a vivir un cambio de era.

Y esta nueva era, la era digital, está viendo el nacimiento de un nuevo hombre. Su desafío es aprender a vivir entre dos mundos que ya son solo uno: el online y el offline.

Pero el mundo online está devorando al mundo offline, ¿no le parece?

Eso es más una percepción que una realidad. Si analizamos hoy por hoy las interacciones sociales, las analógicas superan ampliamente a las digitales. Las ventas analógicas al por menor representan un 95% frente a un 5% de las digitales…

Pero es cierto que lo digital va a tener y ya está teniendo un crecimiento exponencial tremendo, aunque es más lo que se habla que lo que los números indican.

Hablamos sin parar de digitalización y la mitad del mundo no tiene conexión a internet. De 7.500 millones de personas con que aproximadamente cuenta ahora la Tierra, cerca del 49% no tiene acceso a internet.

Es verdad que estamos cada vez más digitalizados, pero lo online no solo no se ha comido a lo offline, sino que tenemos que conseguir que ambos mundos convivan de la manera más armónica y equilibrada posible.

Internet, como usted destaca en su libro, ha producido cambios antropológicos, psicológicos y sociológicos en los seres humanos. Una de las cosas que se le achaca a la web es haber trasladado la emocionalidad al mundo digital. Mucha gente parece que siente más, que se conmueve más, ante lo virtual que ante lo real.

Ha habido y hay distintas corrientes de pensamiento. Nicholas Carr, por ejemplo, decía que internet nos hacía tontos. Eric Schmidt, ex presidente de Alphabet, sostenía que en realidad internet nos hacía inteligentes.

Yo creo que internet no nos hace ni inteligentes ni tontos. Internet lo que hace es amplificar lo que ya somos como sociedad. Y, en ese sentido, el tsunami informativo en el que estamos inmersos ha provocado que seamos un poco más insensibles de lo normal.

La cantidad de información que recibimos sobre muertes, sobre desplazamientos, sobre refugiados, sobre catástrofes naturales, sobre conflictos o sobre hambrunas es tan brutal que uno se hace en parte insensible por supervivencia.

El problema es que la insensibilidad también hace que la gente no reaccione para tratar de aportar, aunque sea, un pequeño granito de arena a soluciones pequeñas para problemas globales.

Pero entre los que contemplan el futuro cada vez más digitalizado con pesimismo y entre quienes lo aguardan con optimismo, ¿usted en qué lado se coloca?

Es cierto que hay una parte importante de la sociedad que vive en un mundo “empantallado”, una sociedad “smartphoncéntrica”, digitalizada, robotizada…

Pero también hay un grupo importante, en el que me incluyo, que ve el futuro con esperanza, con ilusión, un futuro en el que el progreso va a traer más bien que mal.

Tenemos que aprender a lidiar con ese progreso, un progreso que ya ha aumentado las expectativas de vida, que ha dado voz a los que no tenían voz, que ha dado acceso a la información a quien no la tenía, que ha democratizado ámbitos impensables. La historia muestra que la sociedad no sólo se adapta, sino que busca beneficiarse de los cambios y avances.

Usted termina sus conferencias pidiendo a su público algo tan insólito como intrínsecamente humano: que cada uno abrace durante seis segundos a ocho personas de su alrededor. ¿Por qué?

Abrazarse durante al menos seis segundos hace que se segregue oxitocina, una hormona que predispone a la confianza y a la generosidad entre las personas y que se conoce por ese motivo como hormona del amor u hormona de la humanidad.

Y ya hay estudios que afirman que el que te den un “like” en Facebook genera la misma cantidad de oxitocina que un abrazo.

¿Quiere decir que una interacción virtual puede tan satisfactoria como una física y real?

Hay estudios para todo. Pero, como ya le digo, algunos muestran que estar una cierta cantidad de tiempo en redes sociales e interaccionar a través de ellas puede representar la misma segregación de oxitocina que la equivalente a ocho abrazos de seis segundos cada uno.

Lo cierto es que, sea un abrazo online o un abrazo offline, esta segregación de oxitocina de hasta tres veces por encima de lo normal establece lazos profundos de generosidad y confianza y demuestra hasta qué punto la realidad virtual y la material logran conectarse y convivir en un mismo mundo.

Como usted mismo decía, hay estudios para todos los gustos. El que recientemente han realizado Holly Sakya, de la Universidad de California, y Nicholas Christakis, de Yale, afirma, por ejemplo, que cuanto más tiempo pasa la gente en Facebook peor se siente con su propia vida…

Yo creo que cuando se está en redes sociales hay un matiz importante: el tiempo.

Hay que controlar el tiempo que se les dedica, lo que no siempre es fácil. De hecho, hay estudios que muestran cómo para algunas personas los “like” son como chutes de cocaína, como fumar marihuana.

¿Estamos hiperconectados porque nos sentimos hipersolos?

Esa es la pregunta que yo mismo me hice hace ya siete años. Me pregunté si la necesidad de estar permanentemente mostrando, compartiendo y buscando es una manera de buscar reconocimiento, de buscar afecto.

Mi opinión es que, hoy por hoy, las redes sociales rebosan de soledad.

Cuando alguien está realmente viviendo un momento lindo, emocionante, agradable y humano, no tiene la necesidad de publicarlo a los cuatro vientos. En todo caso, es algo que se puede hacer después, pero no durante. Cuando vas a un concierto o a un partido de fútbol, te das cuenta de que hay mucha gente que lo ve a través de una pantalla.

Muchas veces se antepone la necesidad de compartir a la necesidad de vivir el momento. Con mi libro pretendo lanzar una llamada de atención, sacudir un poco las conciencias, quitarnos la anestesia y plantearnos qué estamos haciendo con las tecnologías. Porque la tecnología es neutra, somos nosotros los que la damos un uso u otro. Y debemos plantearnos nuestra relación con ella.

Otra característica de las redes sociales es que en ellas apenas existe la desgracia o el sufrimiento, dos características intrínsecamente humanas. En ellas todo es positividad, todo el mundo aparentemente es feliz, se lo pasa de maravilla…

Coincido con usted. Creo que eso se debe a la proyección que cada uno quiere hacer de su imagen. Es como si cada uno pudiera reinventarse a partir de lo que proyecta en las redes sociales.

Pero, aparte de ese mundo feliz que muchos quieren proyectar en la redes, no olvidemos que allí también hay un mundo de odio, de descalificación, de insultos, de agresión.

El nivel de tolerancia hoy en día está por debajo de cero, no hay más que ver los comentarios a los artículos que se publican en las redes. Es difícil en esos comentarios ver argumentos sólidos y elaborados, casi siempre es la descalificación del que piensa diferente.

Pero creo que las redes sociales no son más que un amplificador de lo que nosotros ya somos como sociedad. Las redes sociales no nos han hecho superficiales, mentirosos y agresivos: ya lo éramos.

Dice que la internet es neutra. Sin embargo, no sé si por casualidad o intencionadamente, todo el desarrollo tecnológico que estamos viendo cada vez deja más fuera las interacciones humanas.

Cuando digo que internet es neutro me refiero a que ni nos hace más inteligentes ni nos hace más tontos. Internet es una herramienta más, quizás la más poderosa creada jamás por el ser humano, y cada uno debe saber utilizarla.

Bien empleada, puede ayudarnos a cambiar cosas de manera profunda. La ideología no está en internet, está en las personas. Y las ideologías en el mundo de hoy se han agotado.

Lo que el mundo ahora pide a gritos no son ideologías, sino ideas, creatividad, innovación, evolución, una transformación a mejor para lograr un mundo inclusivo, humano, equitativo y social, pero que permita la libre competencia y la libertad de ideas.

Muchos dirigentes de Silicon Valley llevan a sus hijos a colegios analógicos en los que no se permite el uso de ordenadores, tabletas o cualquier otro dispositivo electrónico. ¿No querrá eso decir algo?

Sí, es verdad que muchos directivos -y sobre todo ex directivos- de Silicon Valley mantienen a sus hijos alejados de las redes sociales y de internet. Algunos son más apocalípticos, otros menos.

Hay, por ejemplo, un ex ingeniero de Facebook que trabajó allí muchos años y que dice que todo es una mentira, que el algoritmo es un desastre, que todo es una manipulación. Efectivamente, llama la atención que muchos de los que han creado estos inmensos monstruos digitales ahora traten de ir en sentido inverso.

Mi planteamiento, y el de mi libro, es que no se puede mantener a un chico del siglo XXI completamente alejado de la tecnología, porque eso significa que no va a poder trabajar, no va a poder mantener ciertas relaciones… El progreso es imparable. Lo que hay que buscar es un punto de equilibrio y de responsabilidad entre el mundo on y el mundo off.