Así se adulteran las drogas en América Latina

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Foto: Fernando Vergara/Associated Press

Las carpas de marcas, de estilos musicales, de comidas y bebidas, son parte habitual del escenario de los festivales de música.

Pero desde hace cinco años, en los festivales de Uruguay, México y Colombia también hay otro tipo de puestos. En la última edición de Estéreo Pícnic -celebrada en marzo en Bogotá- muchos jóvenes hacían fila frente a una carpa distinta: la de Échele Cabeza Cuando Se Dé en la Cabeza, un programa que promueve la reducción de riesgo y la mitigación de daño en el consumo de drogas. Más que una tienda de campaña parecía un laboratorio ambulante lleno de frascos, reactivos y colorantes para hacer pruebas rápidas de drogas de tráfico ilícito pero de uso regular. Aquella noche, Échele Cabeza analizó 548 muestras.

“Las personas que consumen drogas no son kamikazes, lo hacen por placer y diversión, no porque quieran morir”, dice Nuria Calzada, miembro de Energy Control, una organización que hace veintiún años testea drogas en España y que ha entrenado en el uso de reactivos químicos y luces UV a grupos de activistas en México, Colombia y Uruguay.

Calzada subraya que, por lo general, la mayor fuente de información de alguien que usa drogas es otra persona que también las consume. Pero el boca a boca no garantiza la seguridad de los consumidores. En cambio, las organizaciones sociales que analizan sustancias hablan su mismo lenguaje, sin preconceptos ni juicios morales. Montan su estand en una fiesta y explican los efectos esperados de tal o cual sustancia y sus adulterantes más frecuentes; además, ofrecen recomendaciones sobre hidratación, alimentación y cómo actuar frente a una mala experiencia.

Iván Duque, el presidente de Colombia, anunció el pasado 2 de septiembre que cumplirá una de sus promesas de campaña: volver a penalizar la dosis mínima de droga en el país, que dejó de ser sancionada por la Corte Constitucional en 1994. “No se trata de criminalizar sino de quitar las dosis de las calles para que esa tentación no amenace a nuestras familias”, dijo el mandatario. Quienes trabajan activamente para tratar los problemas asociados al consumo de sustancias no están convencidos. Lo consideran un gran retroceso.

El testeo de drogas forma parte del enfoque de reducción de daños, un principio rector de los programas de salud pública que ha sido ampliamente recomendado por la Organización Mundial de la Salud y refiere a políticas y prácticas encaminadas a reducir los daños sin exigir abstinencia necesariamente.

Esta aproximación de tratar al uso, el abuso o la adicción como un problema de salud pública, más que como un problema de seguridad o justicia, fue implementada por varios países europeos desde la década de los setenta. Y tuvo gran éxito en Portugal, país que despenalizó el uso de drogas en 2001. Desde entonces el número de muertes por sobredosis cayó más del 85 por ciento -la tasa de mortalidad por drogas más baja de Europa occidental- y las autoridades estiman que en la actualidad solo unos 25.000 portugueses utilizan heroína, un descenso en comparación con los 100.000 que la usaban cuando comenzó a aplicarse la política.

Paradójicamente, Duque escribió en 2009 una columna de opinión en la que citaba a Portugal como un ejemplo “correcto y más eficiente que la represión carcelaria” imperante en otros países como Estados Unidos. Incluso, el expresidente y senador Álvaro Uribe Vélez, máximo líder del Centro Democrático -el partido que llevó a Duque al poder-, también llegó a abogar por la despenalización en sus albores en la política.

Según Naciones Unidas, 275 millones de personas usaron drogas en 2016. Y 450.000 murieron de sobredosis o por enfermedades asociadas como hepatitis C o HIV. Pero pocos gobiernos saben a ciencia cierta cuál sustancia adultera las drogas sujetas a fiscalización. Generalmente, las autoridades hacen una prueba para confirmar que una incautación es, por ejemplo, cocaína, y abren un proceso judicial. Lo poco que el hemisferio americano revela son las cifras del uso y está en aumento, según reportes del Observatorio Interamericano de Drogas de la Organización de Estados Americanos (OEA).

Cocaína, éxtasis, LSD y cannabis cada vez son más utilizadas en la región, pero son pocos los Estados que hacen circular la información sobre la composición química de estas sustancias. La OEA trabaja con los países en un Sistema de Alerta Temprana (SAT) que pueda advertir qué contiene esa bolsa que dice ser cocaína, qué tiene el papel secante que se vende como LSD o el cristal que llaman éxtasis. Por ahora, este SAT está más desarrollado en Uruguay y Colombia, pero sigue en fase embrionaria.

En las calles latinoamericanas se venden remedos. Ni siquiera se salva la ciudad de Pablo Escobar: Medellín “tiene la peor cocaína del país. Es barata, pero una buena es difícil de conseguir. Es como el café: lo mejor se va de Colombia”, afirma Julián Quintero, un sociólogo bogotano que en los últimos cinco años analizó cuatro mil muestras de drogas de tráfico ilícito, pero de uso habitual entre jóvenes y adultos en América Latina.

Hace diez años, Quintero fue uno de los fundadores de Acción Técnica y Social (ATS), uno de los grupos más activos en la reforma latinoamericana sobre políticas de drogas. Hoy es su director ejecutivo. Échele Cabeza -el programa de ATS que testea drogas en fiestas- hizo los primeros once análisis de sustancias en América Latina para una rave, en las afueras de Bogotá, en febrero de 2013. Desde entonces no han parado de testear cocaína, LSD, ketamina y sobre todo éxtasis en concurridos festivales. Los usuarios comparten un trocito de su sustancia voluntariamente. A cambio, conocen qué compraron y quizá puedan prever algunas consecuencias.

Cocaína: mucho adulterante

Un usuario de cocaína en Colombia no imagina qué esconde lo que esnifa. Se dice que tienen la droga más refinada del mundo por cercanía. Pero los perfiles químicos analizados por la sociedad civil y los gobiernos muestran que esa idea es otro supuesto nunca demostrado en el mundo de las drogas.

En España se estima que la pureza media de la cocaína es del 60 por ciento. En Medellín puede caer al 20 o -muy excepcionalmente- arañar el 80 por ciento. La media en Colombia roza el 50 por ciento. La otra mitad son excipientes, adulterantes y suplantadores.

En todo el hemisferio se encuentran más o menos los mismos adulterantes en las mismas drogas. Grandes y pequeños traficantes y otros oportunistas estiran su ganancia echando mano de los suplantadores, químicos agregados para ganar peso. Antes de llegar al usuario final pasan por toda la cadena: laboratorios en la selva, acopios en la ciudad, traficantes y minoristas que sucesivamente van agregando gato por liebre.

La adulteración no es inocente ni pasiva porque agrega varias sustancias activas, moléculas que comparten efectos o potencian una sensación. Además, aumentan el riesgo de “mal viaje”, intoxicación, sobredosis o lesiones. Las sustancias elegidas cambian con el tiempo. En los años ochenta eran azúcares y almidones inertes. Hoy son activos. Dependen, entre otros factores, de la disponibilidad de los precursores químicos que cocinan al producto final.

El levamisol, por ejemplo, le aporta volumen a la cocaína desde fines de los noventa. El aminorex, un antiparasitario veterinario, es su principal metabolito y tiene propiedades anfetamínicas que potencian la “euforia” de la cocaína. Además, debilita el sistema inmunitario humano, auspicia infecciones y reacciones cutáneas. Su presencia es constante en las incautaciones policiales de todo el hemisferio y de Europa. Todo indica que la cocaína se corta con levamisol en origen.

La cafeína es otro suplantador habitual en las cocaínas fumables y para esnifar. La literatura científica coincide en que potencia la compulsión, el querer más. La cafeína induce ansiedad, insomnio, palpitaciones y hasta convulsiones. También aparecen anestésicos como lidocaína o xilocaína, que adormecen la lengua al probarla -suplantando el efecto anestésico- y sustancias inertes como lactosa o glucosa.

Otra de las sustancias activas que suelen encontrarse en la cocaína del continente americano es la fenacetina, un popular analgésico del pasado que también tiene efectos antipiréticos (baja la temperatura corporal). La industria farmacéutica la abandonó en los años ochenta por su hepatotoxicidad y los efectos cardíacos adversos; desde entonces la adoptaron los laboratorios clandestinos de drogas.

El Ministerio de Salud de Colombia ha detectado diltiazem, un vasodilatador antiarrítmico asociado a cambios del humor, inhibición de la motilidad intestinal, alteraciones cardiovasculares y dermatológicas. También se usa la aminopirina, un analgésico y antinflamatorio discontinuado por la industria farmacéutica.

Anfetaminas por LSD

El LSD tampoco se salva de la adulteración. Una familia de estimulantes anfetamínicos con destellos psicodélicos, llamada NBOMe, lo suplanta en todo Occidente. En los papeles secantes de quienes toman “ácido” hay con frecuencia superlativa NBOMe. En Chile se incautaron 41.762 dosis de NBOMe y 1733 de LSD durante 2015, según ha señalado la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito.

Con el LSD, “las personas esperan introspección, relajación y contemplación. Pero llega un efecto estimulante muy fuerte que puede llevar a leves alucinaciones y dura mucho tiempo. La mente está preparada para una cosa y llega otra. Es cuando aparece la crisis”, explica Julián Quintero.

Desde hace dos años las organizaciones de la sociedad civil que testean drogas en fiestas comprobaron que la metanfetamina suplanta o adultera al MDMA en México y Colombia. Su colocón es agresivo en el cerebro, permea rápido y prolonga los efectos. Un puñado de usuarios reportaron a Échele Cabeza crisis de pánico y falta de sueño de hasta treinta horas. Una pastilla de éxtasis termina el viaje a las cuatro horas.

En México, el programa de análisis de sustancias colectivo Reverdeser hizo seiscientos testeos en fiestas. En las píldoras de MDMA encontraron metanfetamina, cafeína y paracetamol. Estas dos últimas también aparecieron en Uruguay, donde la organización Imaginario 9 también encontró dipirona. El éxtasis eleva la temperatura corporal, la dipirona la baja.

De la incautación a la pista de baile

Un reactivo colorimétrico detecta en segundos si la sustancia tiene o no lo que alguien pensó que iba a usar en una fiesta electrónica. Otra técnica analítica, la cromatografía de capa fina, revela adulterantes o suplantadores. En dos horas, desde los primeros testeos, puede emitirse una alerta sobre adulterantes y suplantadores en una fiesta.

Imaginario 9 analizó doscientas muestras en fiestas electrónicas, sobre todo de éxtasis. Encontraron cafeína, paracetamol y también MCPP, una molécula ansiogénica bastante tóxica que induce disforia y depresión. La alerta llegó a los teléfonos móviles de dos mil personas en la fiesta. La recomendación era evitar una pastilla con aspecto de Winnie the Pooh.

En Colombia, una píldora que parecía de MDMA tenía estampada la cara de Heisenberg, el seudónimo del protagonista de la serie Breaking Bad. Entre varios usuarios provocó insomnios de veinticuatro horas y más. Después de hacer las pruebas con los reactivos, los miembros de Échele Cabeza entendieron el efecto. No tenía MDMA sino DOC, un estimulante que en dosis altas puede ser letal.

Muchas intoxicaciones con éxtasis ocurren por sobredosificación. Las pastillas son cada vez más grandes en América Latina, cargan más droga, están biseladas para poder administrarlas en dosis. Pero no todos lo saben. Aunque una persona de 45 kilos debería saberlo.

La Junta Nacional de Drogas en Uruguay encontró PMK (de efectos colaterales desconocidos), MDEA (que provoca rigidez mandibular y temblores) y MDA (más neurotóxico que el MDMA) como los adulterantes más frecuentes del éxtasis incautado en junio de 2017.

Las asociaciones que hacen testeo están convencidas de que los riesgos aparecen por no tener información veraz. “Ni siquiera saben qué sustancia se están metiendo”, dice Fany Pineda de Reverdeser.

En febrero pasado, el grupo mexicano participó en el último festival Bahidorá donde cuatro personas entre diez mil asistentes requirieron ayuda para sobrellevar un mal viaje. Son casos aislados que no requieren de ambulancias ni sueros, sino tranquilidad y confianza. La mayoría son jóvenes primerizos.

“La información llama mucho la atención de los usuarios. Lo que se conoce de las drogas es nada”, dice el psicólogo carioca Fernando Beserra, de la Asociación Psicodélica Brasilera. La asociación hizo colorimetrías en 160 muestras de MDMA y encontraron sales de baño en dos cada diez testeos. Estas sustancias comenzó a reportarse en Estados Unidos en 2010.

Comercializadas con ese nombre genérico que esconde distintas moléculas, las más frecuentes son las catinonas sintéticas que promueven taquicardia, comportamiento agresivo, alucinaciones o paranoia.

Información y sobredosis

En los últimos años, la sobredosis se convirtió en la primera causa de muerte entre menores de 50 años en Estados Unidos. Un suplantador de la heroína, el fentanilo, es el principal responsable: es entre cincuenta y cien veces más potente que la heroína.

“Los usuarios saben manejar el uso de heroína muy bien”, recuerda Marya Hynes, directora del Observatorio Interamericano de Drogas de la OEA. En los noventa, Hynes trabajó en Boston con quienes buscaban escapar de los opiáceos. Pero el suplantador de la heroína no permite dosificar correctamente.

La intervención de la sociedad civil testeando en fiestas “tiene el potencial de una intervención efectiva en el consumo”, afirma Hynes. “En otras partes del mundo ha tenido efectos positivos, al menos en reducir los daños por sobredosis”, explica.

La falta de información afecta principalmente a quienes usan drogas, pero no solo a ellos. “Es posible que muchas personas llegaran intoxicadas o con problemas a los servicios de salud y nunca se supiera qué pasó”, advierte Andrés López Velasco, director del Fondo Nacional de Estupefacientes de Colombia. La institución otorgó en 2015 el permiso de transporte y análisis a Échele Cabeza y comparten información.

Sin embargo, con el nuevo decreto que propone el gobierno de Duque, expertos como Quintero advierten que cualquier medida que apunte a la penalización, restricción o criminalización del consumo es un retroceso. “La gente va a tener miedo de analizar la sustancia y eso aumentará la intoxicación y las posibilidades de muerte. Además, es perjudicial porque estigmatiza y criminaliza a quienes consumen sustancias. Quien no tenga una fórmula médica que acredite que es enfermo será tenido en cuenta como delincuente”, apunta Quintero.

Los peritos forenses en el mundo analizan incautaciones a pedido judicial. Rara vez, los laboratorios miden la pureza o las sustancias farmacológicamente activas en las drogas fiscalizadas en aduanas o en las incautaciones policiales. Cuando ocurre, la información no circula más que entre algunos expertos.

“Nosotros queremos dar información donde el uso de sustancias está instalado pero es invisibilizado y eso hace que los riesgos aumenten por todos lados”, explica Florencia Lemos de Imaginario 9.

El único acercamiento a lo que pasa en la calle se ha dado en las fiestas electrónicas. Allí hay “una población anónima que aporta una visión global de lo que está pasando. Te aproximas mucho más a la realidad”, explica Eleuterio Umpiérrez, el profesor y químico responsable del laboratorio de Drogas y Doping de la Facultad de Química uruguaya, quien hace peritajes forenses de drogas desde 1984.

Recién en 2016 participó por primera vez en el testeo de una fiesta junto a Imaginario 9. Se llevó al laboratorio cien muestras de lo que se conseguía en la pista de baile: juntó material para analizar como nunca antes.

Los usuarios de drogas nunca habían tenido tanto acceso a un laboratorio. Y los científicos, tampoco.