“Volverá a suceder”, dice convencido Bartolo Fuentes desde su escondite en El Salvador. Desde que fue acusado de organizar la caravana de migrantes que salió en octubre desde Honduras, el exdiputado de LIBRE, el partido del expresidente Manuel Zelaya, no sabe cuándo volverá a su casa , pero sí está seguro de una cosa; habrá nuevas caravanas de migrantes y los mexicanos volverán a ver a miles de centroamericanos recorriendo carreteras y vías de tren hacia al Estados Unidos. No es amenaza, advierte vía telefónica a El País, es la constatación de quien caminó con ellos durante semanas hasta que exigieron su detención.
Cada año 250.000 migrantes ascienden a oscuras, solos y en silencio por el país. Pero la irrupción de las caravanas ha sacado a la luz una crisis migratoria que se cocinaba hasta ahora de forma clandestinidad entre polleros, policías corruptos y albergues bienintencionados.
Desde que hace un mes 5.000 hondureños se pusieron de acuerdo para caminar juntos a plena luz del día hacia el Norte, el fenómeno cambió el rostro de la migración y alteró las relaciones entre cinco países. El próximo canciller Marcelo Ebrard tendrá que enfrentar una crisis que surge en el exterior, principalmente en Guatemala, Honduras o El Salvador, pero con consecuencias internas.
En una visita a México en 2013, el entonces presidente de Estados Unidos, Barack Obama, dio una histórica charla en el museo de Antropología, en la que pidió a los jóvenes mexicanos que encabezaran el nuevo liderazgo del país en América Latina. Peña Nieto llevaba un año en el poder, la revista ‘Time’ le había dedicado una de sus últimas portadas junto al titular: “Saving México” y todo parecía posible.
Sin embargo, esa no es la prioridad del gobierno de izquierdas que ha escogido abrir las cloacas y regresar a la Doctrina Estrada, diseñada en los años 30 y que apela a la no intervención en asuntos de otros países. El mantra del nuevo gobierno es que la mejor política exterior es la política interior o, más poético aún, “no se puede ser candil en la calle y oscuridad en la casa”, como le gusta repetir con tono de añejo maestro a López Obrador.
Con esta respuesta el próximo presidente ha sorteado hasta ahora todas las preguntas incómodas sobre Cuba, Nicolás Maduro o Donald Trump, a pesar del bombardeo diario de insultantes tuits del estadounidense.
El gobierno López Obrador es consciente de que las relaciones con Estados Unidos son la prioridad- escrito en el ADN de México- y que Trump ha hecho del muro, las ‘maras’ o la capacidad de México para contener las caravanas, la base de su relación con el país vecino.
“¿Qué es lo primero que hará cuando el día 1 de diciembre tome posesión del cargo?”, le preguntaron el martes a Ebrard en la Casa de Transición de la colonia Roma. El nuevo canciller dudó, tomó el micrófono y respondió: Avanzar en la propuesta a Estados Unidos, presentar al mundo el plan durante la Cumbre de Marruecos y negociar con los países centroamericanos.
Resuelto el drama del Acuerdo de Libre comercio con Estados Unidos y Canadá, un asunto crucial que deja cerrado Peña Nieto en la que será su última gran firma como presidente este fin de semana en Argentina, Ebrard ha dejado claro que su prioridad es la migración.
La estrategia mexicana pasa por la puesta en marcha de un ‘plan Marshall’ para Centroamérica. Según adelantó EL PAÍS el pasado domingo, México ha presentado a EE.UU un plan de desarrollo para El Salvador, Honduras y Guatemala, que incluiría absorber gran parte de la emigración centroamericana, un aumento en las ayudas estadounidenses y la puesta en marcha de grandes obras públicas en el sur del país para frenar el éxodo. Ebrard confirmó este martes que se trata de un plan Marsahall más pequeño que el europeo pero proporcional a la región y que espera la colaboración inicial de Estados Unidos de “al menos 20.000 millones de pesos”.
“Los tres países del Triángulo Norte atraviesan una grave crisis económica, social y po-lí-ti-ca, que solo pueden resolverse impulsando el desarrollo en esos tres aspectos”, insiste el veterano diplomático y presidente de la comisión de exteriores, Héctor Vasconcelos. “Solo habrá soluciones si esta crisis se encara de forma multilateral, incluyendo por supuesto a Canadá y EE. UU.”, añade en su despacho.
Estados Unidos lleva décadas intentando alejar el problema de su frontera hasta Guatemala. Para convencer a Trump de que se sume a la iniciativa el equipo de López Obrador cuenta con una carta; servir de freno a la emigración ilegal o convertir los 4.116 kilómetros que separan Tapachula de Tijuana en un cómodo corredor para los migrantes a la espera de un descuido para cruzar al otro lado.
Miguel Urbán, un eurodiputado del partido español de izquierdas Podemos, añade otro ingrediente al fenómeno de las caravanas: la politización. “Por primera vez dota de un discurso a tanta gente caminando a cara descubierta y retrata la actitud de Donald Trump ante este éxodo. Además, coloca frente a su espejo a los países expulsores y las políticas económicas y sociales aplicadas en Guatemala, El Salvador y Honduras”, dice Urbán, recién llegado de Tijuana, donde esta semana se concentran más de 8.000 centroamericanos en condiciones de indigencia.
La ciudad fronteriza es un polvorín donde conviven el México más dinámico y moderno con el más sórdido. Un débil equilibrio alterado por la irrupción de miles de centroamericanos sin dinero, visado ni esperanzas. La política real aguarda a López Obrador en Tijuana sin tiempo para quitase la banda.