“Tal vez las promesas sean peores que la realidad”, afirma el expresidente uruguayo José “Pepe” Mujica sobre el margen de maniobra del futuro gobierno de Jair Bolsonaro en Brasil.
El presidente electo de Brasil, que asumirá el 1 de enero, logró el triunfo electoral con un discurso de ultraderecha que generó controversia y gran expectativa sobre la aplicación de ciertas políticas.
Desde la otra orilla ideológica, Mujica, presidente de Uruguay de 2010 a 2015, analizó en una entrevista con BBC Brasil a Bolsonaro y el ascenso de la derecha en América Latina.
“El (futuro) ministro de Economía, superfavorable a un mercado abierto, superliberal, va a tener que lidiar con la burguesía de Sao Paulo, la más proteccionista que existe en América Latina. ¿Cómo se resuelve una contradicción de esas?”, plantea Mujica.
Como presidente, Mujica ganó proyección internacional por medidas como la legalización de la marihuana y por no haber dejado de vivir en su modesta vivienda en las afueras de Montevideo.
“No tengo aspiraciones a la fama, la fama es un engaño, en este mundo todo pasa, llegamos aquí y nos vamos”, dice Mujica.
Las dos películas sobre él que se estrenan son la ficción “La noche de 12 años”, del uruguayo Álvaro Brechner, y el documental “El Pepe, una vida suprema”, del serbio Emir Kusturica.
La primera película, preseleccionada por Uruguay en la competencia por una nominación al Oscar como filme extranjero, trata sobre la militancia de Mujica y compañeros en los años 1970 en la guerrilla urbana Tupamaros.
La segunda película es un documental sobre su vida personal y sus ideas. Las grabaciones de Kusturica comenzaron en 2014, durante los últimos días de la presidencia de Mujica.
En una entrevista con BBC Brasil, el expresidente uruguayo abordó temas como la crisis migratoria, la legalización de las drogas y la expansión de la derecha.
Estos son los principales extractos de la conversación.
¿Cómo evalúa la expansión de la derecha en América Latina? ¿La izquierda falló? ¿Cómo?
Tenemos mucha gente hambrienta, sin abrigo o con casas miserables, y logramos, hasta cierto punto, ayudar a esa gente a convertirse en buenos consumidores. Pero no logramos transformarlos en ciudadanos.
Los procesos son demasiado lentos, es más fácil resolver de inmediato el problema de la (falta de) comida, porque es algo que habla de nuestra conciencia. Pero no conseguimos cortar la inmensa dependencia que tenemos en este mundo actual que se expande cada vez más.
Queremos consumir como el primer mundo mientras aún no resolvemos nuestros problemas más básicos. Esto resulta en la creación de condiciones brutales de vida.
El mundo desarrollado comenzó hace unos 200 años, se hicieron muchísimos sacrificios, pagados por el pueblo, los únicos que trabajaban 12 o 14 horas al día, y así se capitalizaron. Llegamos tarde, corremos atrás, pero no todo está perdido. No creo que la extrema derecha pueda hacer más que concentrar aún más la riqueza.
Y, por infelicidad, tendremos que aprender a ser burros más pacientes, y continuar trabajando. Los términos izquierda y derecha son muy modernos, pero las caras del conservadurismo y de la solidaridad son tan antiguas como la existencia de los humanos sobre la Tierra. Seguiremos adelante.
Brasil acaba de tener una elección presidencial que encaja en esta ola de derecha.
Creo que el pueblo brasileño encontrará un camino para resistir, en parte, y preservar lo que tiene de mejor en sí. Tal vez las promesas sean peores que la realidad. No sé cómo (el futuro gobierno) podrá resolver contradicciones como esta: colocar a un ministro de Economía superfavorable a un mercado abierto, superliberal, que va a tener que lidiar con la burguesía de Sao Paulo, la más proteccionista que existe en América Latina. ¿Cómo se resuelve una contradicción de esas? No sé. Una cosa son las palabras, otras son los hechos.
¿Cómo evalúa la actual situación de inmigración en Estados Unidos, especialmente ante las olas de caravanas de migrantes de Centroamérica?
Cuando terminó la Primera Guerra Mundial, las condiciones que se impusieron a los perdedores fueron tan severas que el joven (economista británico John Maynard) Keynes dijo “esto es horrible, ¡nos llevará a un desastre!”. Y así fue. Pero después de la Segunda Guerra Mundial quedó bien claro (para Estados Unidos) que la única solución posible era el Plan Marshall. Era necesario levantar Europa. ¿Por qué? Porque tenían miedo, estaban asustados, porque allí al lado vivía el oso soviético.
Para resolver la cuestión de la inmigración, Estados Unidos tiene que ayudar a levantar Centroamérica. Esta es la gran respuesta. Lo opuesto de esto es gastar una fortuna en la frontera diciendo “no”, cuando en realidad ellos necesitan decir “sí”.
¿Quién va a limpiar la casa de los ricos? ¿Quién va a trabajar el suelo? ¿Quién va a destapar los caños? ¡Por favor! Por eso me parece dramáticamente ridículo lo que está pasando.
Para muchas personas, especialmente los jóvenes, usted se hizo conocido como la persona que legalizó la marihuana en Uruguay. Y ahora California legalizó la marihuana, y muchos otros estados norteamericanos hicieron lo mismo. ¿Cuál fue el resultado de ese experimento en su país?
La realidad (de las drogas) es mucho más profunda. Hace 80 años se combate el narcotráfico y apenas conseguimos arañar su superficie. Reconozcamos que, para cambiar ese cuadro, no podemos seguir haciendo siempre lo mismo. Tenemos dos problemas: la plaga de la dependencia de las drogas y la plaga del narcotráfico. Si empezamos a regular el uso de la droga, eliminamos el narcotráfico. Pero nos queda el problema médico. Identificando y conociendo al consumidor, podemos atenderlo a tiempo.
Las personas a veces se olvidan de cómo eran cuando eran jóvenes. Cuanto más se prohíbe a un joven, más quiere hacer las cosas. Yo creo que las drogas son una plaga, pero prohibir es como decir a la gente “¡pruebe!”. No hay bicho más estúpido que el ser humano, el único capaz de hacerse daño a sí mismo.
Ahora que usted ya no es presidente, ¿cómo ve a Uruguay que bajo su presidencia se convirtió en un ejemplo para América Latina?
El actual presidente (Tabaré Vázquez) es un viejo amigo mío, está haciendo lo que puede. No tenemos una varita mágica o un antídoto universal, somos parte de este mundo. Lo que las repúblicas modernas deben estar haciendo es gritar contra los remanentes del feudalismo y de las monarquías divinas, diciendo que somos todos iguales.
No se debe luchar por la mayoría del voto si usted no comparte las aspiraciones y frustraciones de la mayoría. En otras palabras, para ser bien claro, creo que los gobernantes deben vivir como personas comunes. Deben abandonar los restos del feudalismo, las alfombras rojas, las fanfarrias, la corte de los aduladores. Tenemos que volver a las fuentes del republicanismo. Pero es muy difícil.
Usted se ha convertido en una figura casi mítica tanto en América Latina y en Europa. ¿Tiene algún temor de que, con el tiempo, sus palabras sean distorsionadas o incomprendidas?
Eso ciertamente va a suceder. Como decía el poeta Luis de Góngora: “Hacer poesía es decir una cosa por otra”. Para satisfacer las necesidades periodísticas, para tener un buen titular, las personas toman palabras fuera de contexto. Esto es inevitable. Pero yo duermo bien por la noche.
Vivo en la misma casa hace 34 años, más o menos. Fui ministro, senador, presidente, y nada de eso se me subió a la cabeza. Soy un hombre humilde, como la mayoría de la gente de mi país, y así es como quiero morir. El resto me parece divertido. Dejen que se diviertan. A fin de cuentas, comparados con el universo, somos todos menores que las hormigas.