Represión, corrupción y guerras: la caída de Omar Hasán al Bashir

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Foto: Ashraf Shazly/Agence France-Presse — Getty Images

Aun cuando su poder se tambaleaba, al presidente Omar al Bashir le encantaba contar la historia de su diente roto.

Según le contó a sus simpatizantes en enero, cuando era niño trabajaba en una construcción donde se cayó y se rompió el diente mientras cargaba un bulto pesado. En lugar de ir a curarse se enjuagó la boca con agua salada y siguió trabajando.

Más tarde, después de unirse al ejército, se rehusó a que le hicieran un implante dental de plata porque quería conservar un recordatorio de sus penurias. “Este”, dijo señalando al hueco en su boca mientras sus simpatizantes irrumpían en carcajadas.

La historia le servía al mandatario, quien fue depuesto el jueves después de 30 años de gobierno férreo en Sudán, para recordar su origen humilde y mostrar que seguía siendo un hombre del pueblo.

La imagen campechana del líder contrastaba con la imagen que Occidente tenía de Al Bashir, en donde se le veía como un despiadado belicista al que le gustaba frecuentar a terroristas como Osama bin Laden y al arquitecto acusado de la purga genocida en Darfur que mató a cientos de miles de personas. Desde 2009, la Corte Penal Internacional ha buscado arrestarlo por crímenes de guerra que incluyen asesinato, violación y exterminio.

Pero la notoriedad internacional nunca fue un gran problema para Al Bashir, de 75 años, en su hogar de Sudán, un vasto país africano con una larga historia de guerra y sufrimiento. Se burlaba de los rivales que lo subestimaban, condujo una bonanza petrolera que por más de una década hizo prosperar a la clase media sudanesa y forjó una red de fuerzas de seguridad y milicias armadas para pelear sus guerras que algunos compararon con una telaraña cuyo centro era ocupado por el mandatario.

Ese entramado se vino abajo esta semana cuando miles de manifestantes se reunieron afuera de su residencia de Jartum gritando consignas mientras bandas rivales de soldados intercambiaban disparos. El dinero del petróleo se terminaba, la economía estaba en ruinas y los sudaneses, particularmente los jóvenes, estaban hartos. La araña debía irse.

“Solo cae, eso es todo”, cantaban. (“Just fall, that is all!”)

La mañana del jueves, de cara a las protestas, el ejército lo depuso, poniendo fin a los 30 años de régimen. Los militares dijeron que Al Bashir estaba en custodia, el gobierno disuelto y que la constitución se había suspendido.

Los representantes del principal grupo de manifestantes la Asociación de Profesionales Sudaneses que habían esperado negociar una transición a un gobierno civil recibieron el anuncio con decepción.

“Lo que se acaba de declarar para nosotros es un golpe y no es aceptable”, dijo Sara Abdelgalil, una vocera del grupo. “Nuestro pedido de un gobierno civil de transición ha sido ignorado”.

Omar al Bashir nació en el seno de una familia de agricultores en una aldea polvorienta a ciento sesenta kilómetros al norte de Jartum, la capital y sirvió como comandante paracaidista en el ejército. En 1989 dirigió una junta islamista que echó del poder al primer ministro Sadiq al Mahdi en lo que fue el cuarto golpe militar desde la independencia de 1956.

Durante la primera década de su mandato, sin embargo, Al Bashir era percibido como el líder de una fuerza más poderosa, el clérigo Hasan al Turabi, un ideólogo elocuente con ideas dramáticas sobre la instauración profunda de la sharia en las instituciones y la diversa sociedad sudanesa.

En ese periodo, yihadistas de todo el mundo llegaron a Sudán, entre ellos Osama bin Laden, quien compró una casa en un distrito de lujo de Jartum e invirtió en la agricultura y la construcción. En 1993, Estados Unidos incluyó al gobierno de Al Bashir en la lista de patrocinadores internacionales de terrorismo y cuatro años más tarde le impuso sanciones.

En 1999, después de un distanciamiento, Al Bashir encarceló a Al Turabi. Recurrió al ejército para que respaldaran su autoridad y forjó relaciones con militares, fuerzas de seguridad y con el liderazgo tribal del país.

Al Bashir acudía asiduamente a las bodas y funerales de los oficiales militares a menudo enviando también regalos de azúcar, te y otros abarrotes a las familias. Una vez a la semana tenía una audiencia abierta adonde los oficiales podían ir y reunirse con el presidente, dijo Alex de Waal, un profesor de la Escuela Fletcher de Derecho y Diplomacia de la Universidad Tufts y experto en Sudán.

“Es como una araña al centro de la red: podía recoger el más leve temblor y usar hábilmente sus habilidades para manejar la política del ejército”, dijo

Al Bashir usó un enfoque similar para manejar a los líderes provinciales y a los jefes tribales, agregó de Waal. “La mayoría de ellos se militarizaron y participaron en alguna de las fuerzas de defensa popular. Tiene esta extraordinaria red y toda está en su cabeza”.

Ese estilo de autocracia personalista sirvió para enfrentar a la insurgencia en el sur de Sudán, donde los rebeldes de distintos grupos étnicos con creencias cristianas o animistas peleaban por la independencia. Durante los 21 años que duró la guerra, la fuerza aérea sudanesa lanzó bombas en aldeas remotas del sur y se unió con feroces milicias locales reclutadas por Al Bashir y sus oficiales.

Al mismo tiempo, Sudán descubrió el petróleo. Después de extraer los primeros barriles en 1999, la calidad de vida aumentó gradualmente en una de las naciones más pobres de África. Aparecieron nuevos caminos, el agua y la electricidad llegaron a aldeas remotas y edificios brillantes se erigieron en Jartum.

En 2005, debido a la presión internacional, Al Bashir firmó un acuerdo de paz con los rebeldes del sur en contra de la oposición de sus partidarios de línea dura que querían seguir luchando. Pero para entonces otro levantamiento había explotado en Darfur occidental. Fue lo que definiría su legado.

 

Ahí, una milicia favorable al gobierno conocida como los yanyauid apagó la insurgencia rebelde de manera sangrienta en una franja de aldeas remotas. Se estima que al menos 300.000 personas murieron y en 2009 la Corte Penal Internacional emitió la primera de dos condenas contra Al Bashir, quien se convirtió en el primer mandatario en funciones que recibió una orden de arresto de la corte.

En 2011, Sudán del sur votó para separarse y convertirse en un país independiente con lo que se llevó tres partes de las reservas petroleras de Sudán. Al agotarse los ingresos, la economía sudanesa se debilitó gravemente y Al Bashir empezó a enfrentar una seria oposición.

Para 2018 la economía sudanesa estaba en caída libre, con una inflación del 72 por ciento, largas filas en las estaciones de servicio e incluso escasez de billetes. Las clases medias urbanas se rebelaron al ver que sus estándares de vida colapsaban.

Una protesta contra el aumento en el precio del pan en Atbara el 19 de diciembre se extendió rápidamente a las ciudades de todo el país a las que se unieron médicos y otros profesionistas. El descontento popular creció cuando médicos jóvenes, algunos de familias adineradas, fueron asesinados.

Como muchos líderes militares, a Al Bashir le gustaba decir que había recibido el poder y que lo usaba a regañadientes. “Este país no alienta a nadie a disfrutar del poder”, dijo después de quedarse con el control en 1989. “Este país está exhausto. Ha colapsado y ha caído”.

Los críticos dicen que dejó a Sudán en las mismas condiciones que lo tomó. Lo que queda menos claro es si sus sucesores podrán transformar rápidamente al país. La economía requiere de una gran inyección de efectivo y es probable que no cesen los conflictos actuales en las regiones sudanesas del Nilo Azul y el Sur de Kordofan. Otros levantamientos, en los años sesenta y ochenta, rápidamente se convirtieron en gobiernos militares después de algunos años de mandatos civiles erráticos.

“La gente quiere cambio, pero los problemas de Sudán, son estructurales, no son un asunto de personalidad”, dijo Aly Verjee analista en el Instituto de Paz de Estados Unidos. “Aunque Al Bashir se haya ido, Sudán no se restaurará de la noche a la mañana”.