El mundo de las semillas transgénicas

0
469

Poco antes de que el Gobierno determinara liberar el uso de semillas genéticamente modificadas para la soja, los productores bolivianos decían que se estaban quedando rezagados ante el imparable crecimiento de cultivos de variedades transgénicas que optimizan la producción alimentaria. “Podríamos convertirnos en el principal país del mundo en la producción de alimentos”, dicen los agricultores en Santa Cruz. Brasil, Argentina y Paraguay tomaron la delantera. Los tres países se han convertido en grandes productores de soja con técnicas mejorados. El presente reportaje trazó un cuadro real sobre la idea que se hacen los bolivianos de la fidelidad aparente a los orgánicos.

I EL MAPA GEOGRÁFICO

Todos, o casi todos, los que hemos pasado por las aulas de una universidad, hemos leído a Thomas Malthus. El demógrafo y economista de Cambridge decía que la población tiende a crecer en progresión geométrica mientras que los alimentos sólo aumentan en progresión aritmética. Tal ensayo describe las progresiones constantes. Se cree que en 2050 el crecimiento poblacional amenazará la producción alimentaria del planeta. Desde el ensayo malthusiano han pasado más de 250 años y la población crece inexorablemente. Nadie ha desarrollado que se sepa un ensayo sobre la hipocresía que igualmente es una constante desde que el hombre de las cavernas se transformó en agricultor y más tarde en industrial. La cadena obedece procesos de progresión evolutiva y constante.

Más de 18 millones de agricultores en 27 países en el mundo usan productos transgénicos. Se estima que un 90% son agricultores a baja escala que obtienen mejores rendimientos en menores extensiones y a menores costos. Estados Unidos, Argentina, Brasil y Canadá son líderes indiscutidos en la producción de alimentos provenientes de semillas genéticamente modificadas. Cultivos de soja y maíz, en su mayoría, se extienden en espacios que se pierden al alcance de la vista. En Asia, países como China e India manejan cultivos de algodón y arroz, supliendo la demanda interna y externa de productos industrializados. Así como India se convirtió en el país líder de la producción de textiles, China busca suplir su demanda de alimentos sustentando la producción de alimentos genéticamente mejorados a gran escala.

En América Latina, Brasil y Argentina se convirtieron en las últimas décadas en potenciales exportadores de productos transgénicos. El mercado de exportación de estos dos países radica principalmente en países de Europa. Parece una paradoja pero mientras el Viejo Mundo importa y consume gran parte de la producción de alimentos transgénicos, los ambientalistas europeos se han organizado para combatirlos. Europa importa anualmente casi 14 millones de toneladas de semilla transgénica en su mayoría proveniente de Estados Unidos, Brasil y Argentina. Estos volúmenes de exportación han alcanzado cifras récord de más de 2.000 millones de euros anualmente.

Brasil espera convertirse en los próximos años en el mayor productor de oleaginosas transgénicas con 34 millones de hectáreas. Sus asociaciones de productores aseguran que tienen la intención de incrementar en un 150% las extensiones de tierras cultivables para los próximos años. De esa manera, Brasil es el líder mundial en producción de soja. Acompañando los procesos de biotecnología y el desarrollo tecnológico, el gigante Suramericano logró adaptar semillas a su clima incrementando la productividad. Los campos brasileños en promedio producen 3,7 toneladas por hectárea. Brasil es uno de los líderes en la producción mundial de alimentos.

 

EL RANKING DE LOS PAÍSES PRODUCTORES

En Bolivia los grupos que se resisten a los transgénicos no quieren aceptar una realidad que reflejan los números: se calcula que a diario se introducen de contrabando por las fronteras que Bolivia tiene con Argentina y Brasil alrededor de 21.000 toneladas de semillas transgénicas. Semillas que más tarde se plantarán para satisfacer la demanda del mercado interno y el de exportación. La producción que atiende la demanda interna está ubicada en las zonas de Pailón, Cuatro Cañadas, Yapacaní, San Pedro y Fernández Alonso, incorporados a las tareas de mecanización agroindustrial en el departamento de Santa Cruz. La Cámara Agropecuaria del Oriente (Cao) asegura que el 90% de los alimentos que se consumen en el país provienen de plantaciones asentadas en su departamento.

Bolivia esta en el puesto 17 entre los países productores con alrededor de un millón de hectáreas sembradas de soja: Diez países de América Latina plantaron cultivos biotecnológicos el 2017 encabezados por Brasil (30,2 millones de hectáreas), Argentina (23,6 millones de hectáreas), Paraguay (2,96 millones de hectáreas), Uruguay (1,14 millones de hectáreas), Bolivia (1,3 millones de hectáreas), México (110.000 hectáreas), Colombia (95.000 hectáreas), Honduras (32.000 hectáreas), Chile (13.000 hectáreas) y Costa Rica (275 hectáreas). Se calcula por un total de 79,4 millones de hectáreas equivalentes al 42 % del área global de biotecnología de 189,8 millones de hectáreas de acuerdo al Instituto Boliviano de Comercio Exterior (Ibce).

Argentina, Brasil, Paraguay y Colombia trabajan con cultivos biotecnológicos y desarrollan variedades adaptadas a sus climas y suelos, incrementando sus rendimientos. El ejemplo de Colombia, donde un 90% del algodón es transgénico y más de 86.000 hectáreas de maíz de igual manera. Los colombianos aseguran haber ahorrado 209 millones de litros de agua gracias a la biotecnología, demostrando así el éxito de los cultivos en la región.

Aunque ha apretado el acelerador, Bolivia se encuentra lejos de escalar posiciones, esto en parte a la negativa de abrir sus puertas para incorporar el uso intensivo de semillas transgénicas. Los grandes, medianos y pequeños productores cruceños han estado haciendo lobby para que las autoridades nacionales modifiquen la Constitución Política del Estado en su artículo 24 numeral 7 de la Ley Marco de la Madre Tierra y Desarrollo Integral para Vivir Bien que establece “el desarrollo de acciones de protección del patrimonio genético de la agrobiodiversidad, prohibiendo la introducción, producción, uso, liberación al medio y comercialización de semillas genéticamente modificadas y de aquellas que atenten contra el patrimonio genético; la biodiversidad, los sistemas de vida y la salud humana”. Sin embargo, la soja al no ser una especie originaria de Bolivia, estaría exenta de ser restringida. El Estado Plurinacional ha oficializado recientemente su apertura a las variedades actuales de la semilla. La demanda existe y mientras haya demanda el mercado buscará cómo suplirla.

Bolivia tiene más de 1,2 millones de hectáreas de superficie cultivada de soja. En 2018 la producción fue de 2,72 millones toneladas métricas. Así lo reconocen tanto los productores como el Gobierno.

Con variedades de hace más de 20 años, el rendimiento de la agricultura a gran escala se ve estancado y perjudicado cada vez más por falta de apertura a los transgénicos. Mucha de la semilla en Bolivia está catalogada como “semilla liberada”, un ejemplo en la soja es la variedad de Monasqa RR, proveniente de la multinacional Monsanto, semilla transgénica diseminada por todos los campos. De acuerdo a Dts-Anapo el año 2004 sólo se reportaba un 5% de superficies de soja transgénica en Bolivia, para el año 2010, ésta representaba un 93%. En el caso del maíz, un 40% de los campos sería de semilla transgénica, alrededor de 60 mil hectáreas que se siembra en zonas no tradicionales de las tierras del Este, donde las condiciones del clima harían que los cultivos sean imposibles.

 

EL ARGUMENTO DE LOS MEDIOAMBIENTALISTAS

A pesar de este panorama adverso que viven los productores dedicados a diario a la producción alimentaria, algunas organizaciones sociales ligadas a grupos ambientalistas y poderosas ONGs internacionales impulsan campañas para frenar el desarrollo de la biotecnología. Estas organizaciones a la cabeza de la norteamericana Greenpeace consideran que el uso de semilla transgénica es motivo de desequilibrios tanto a nivel de la salud como en la destrucción del medio ambiente. Greenpeace, asegura que “en el mundo hay alimentos suficientes para todas las personas”. Los argumentos de la organización son más bien sobre el uso de alimentos procesados. “El 30% de los alimentos producidos en el mundo terminan en la basura. Solo con esto tendríamos lo suficiente para alimentar a todas las personas del planeta y los que podremos llegar a ser en 2050 sin intensificar más la agricultura y sin utilizar cultivos transgénicos”.

En Bolivia, los ambientalistas que se oponen a la producción de transgénicos están agrupados en la organización denominada Bolivia Libre de Transgénicos. Rita Saavedra, miembro de esta organización, afirma que “los productos transgénicos son tóxicos y muchos de ellos prohibidos en varios países”. Asegura que “Bolivia tiene más de 18 variedades nativas de maíz que estarían en peligro por la presencia de maíz genéticamente modificado. Cultivos tradicionales como la papa, cebolla, palta, durazno, manzanas y otros dejaron de ser atractivos y los pequeños productores en un esfuerzo de incrementar sus márgenes de ganancias migraron a la soja”. Saavedra opina que “en diez años (2003-2013) Bolivia gastó cerca de US$ 1.000 millones en importaciones de trigo y harina”. Considera que el rendimiento de 0,4 toneladas por hectárea entre la soja convencional y la transgénica no es razón necesaria para destruir la biodiversidad del país.

Las agrupaciones ambientalistas sostienen que la última evaluación científica de Naciones Unidas sobre Ciencia Agrícola y Tecnología para el Desarrollo, hace un balance de la situación actual en la agricultura mundial y concluye que la agricultura ecológica permitirá aliviar la pobreza y mejorar la seguridad alimentaria. La especialista afirma que es cuestión de política alimentaria y no de biotecnología el asegurar la alimentación. “La biotecnología busca enriquecerse en base a exportaciones. Deberíamos generar una política para cubrir las deficiencias nutricionales, la agricultura es para preservar la vida”, sostiene.

 

II LOS TRANSGÉNICOS Y LOS PREMIOS NOBEL

Desde las teorías malthusianas mucha agua ha corrido debajo el puente. Europa atravesó guerras que devastaron su población; China ha corrido el telón a sus políticas de control de natalidad; los japoneses exploran formas de producción de alimentos de fuentes sintéticas; los algoritmos de la nanotecnología funcionan aplicando revolucionarios métodos para descubrir nuevas variedades de comida gourmet en sofisticados laboratorios orgánicos. El mundo ha comenzado a avizorar respuestas ante una cadena de cataclismos que se anuncian como la falta de alimentos entre los principales. Científicos e intelectuales han plantado estudios para demostrar que la humanidad puede subsistir con el ingenio del hombre y con el uso de la biotecnología en el caso de la alimentación.

Ante la oposición de organizaciones sociales y ambientalistas a la diseminación de transgénicos, más de 144 premios Nobel, liderados por Richard Roberts, comenzaron una campaña a favor de los transgénicos asegurando que la agricultura mundial está en riesgo, al igual que la capacidad para alimentar a los pueblos de los países en vías de desarrollo. Roberts asegura que organizaciones como Greenpeace simplemente niegan los beneficios de la biotecnología, en especial las propiedades del “arroz dorado”, una variedad modificada genéticamente que busca suplir las deficiencias de vitamina A.

Roberts afirma que la producción con biotecnología usa menos recursos en tierra y brinda mayor rendimiento. “No hay un sólo caso de resultados negativos en el consumo humano o animal de alimentos genéticamente modificados”. Su llamado alude a que “el hambre es un crimen y frenar la producción de alimentos para suplir esta necesidad no debería postergarse”. Colegas suyos como el Nobel Randy Schekman, biólogo celular de la Universidad de California afirma: que le “sorprende que grupos que apoyaron la ciencia cuando se trataba del cambio climático global, o incluso, en su mayor parte, respaldaron la importancia de la vacunación para prevenir enfermedades en humanos y animales, ahora están en desacuerdo con los científicos cuando se trata de algo tan importante como el futuro agrícola del mundo”.

En Bolivia, el presidente del Instituto Boliviano de Comercio Exterior (Ibce) Gary Rodriguez, afirma que “mientras los científicos responsables no digan lo contrario no tendré temor o desconfianza de consumir alimentos genéticamente modificados. Éstos son más seguros y más inocuos que los alimentos convencionales que insumen insecticidas, herbicidas y fungicidas”. Rodriguez se pregunta: ¿Escuchó usted si alguien en Bolivia o en el mundo ha muerto o se ha enfermado por consumir camote? Esto es algo que nunca le dirán los activistas; el camote es un alimento transgénico natural. De tal suerte que la biotecnología acelera lo que la naturaleza hace en miles de años”.

 

EL USO DE LAS SEMILLAS TRANSGÉNICAS EN SUDAMERICA Y BOLIVIA

Brasil y Argentina, lideran la producción de soja y maíz transgénico, aliados con grandes empresas de biotecnología como Bayer, Monsanto, Dow, Cargill, entre otros. Estos dos países referentes de la producción de alimentos han abierto sus campos a los transgénicos y han convertido su producción en una parte esencial de su economía. La frontera agrícola en el caso de Brasil se expande a ritmos exponenciales y con las inversiones tanto privadas como estatales las tierras para cultivos tienen cada vez menos restricciones. Argentina, ha cambiado su matriz a los biocombustibles y la demanda interna es tan grande que además de productores importan para suplir su propio mercado.

En Bolivia la semilla transgénica es desconocida por la mayoría de los consumidores. El Gobierno sentó como política principal la agricultura orgánica y sostenible, evitando cualquier organismo genéticamente modificado, pero lo que ocurre en realidad es que no puede seguir asistiendo con los brazos cruzados la importación ilegal de transgénicos. “Ese si constituye un verdadero peligro porque en la cadena del contrabando se adhieren un conjunto de elementos desprovistos de sanidad y control”, plantean los productores. Afirman que el contrabando genera una competencia desleal. “Los grandes productores tienen recursos suficientes para traer la semilla desde la frontera en conteiners directamente a sus propiedades, mientras nosotros debemos sortear dificultades que nos vuelve más chicos y con muchos riesgos”.

Antes de introducir cambios a la ley que permite el uso de soja transgénica, la Asociación Nacional de Productores de Oleaginosas y Trigo (Anapo), estaba realizando gestiones para el ingreso de la soja Hb4, una variedad que resistiría los embates de la sequía. Representantes de la institución habían señalado que “siguiendo la línea del presidente que nos ha pedido triplicar la producción y convertir a Bolivia en el granero de Sudamérica, estamos intentando sellar alianzas para seguir siendo más competitivos”.

 

III EL CONTRABANDO

Uno de los grandes problemas que afronta el país es el contrabando. Esta actividad ha rebasado ampliamente los controles policiales y aduaneros convirtiéndose en un verdadero peligro para la seguridad de los bolivianos. Lo que ocurre a diario con la internación ilegal de automotores, electrodomésticos y otras mercaderías ocurre también con productos que más tarde irán a parar a la mesa de los hogares bolivianos en condición de alimentos. En la frontera que une Bolivia con Argentina existe un frenético movimiento de los denominados “bagalleros” que internan de contrabando bolsas con semilla transgénica de soja, maíz, principalmente.

El cruce fronterizo de Salvador Mazza o Pocitos, un puente sobre el río Caraparí, sirve como paso diario en la época previa a la campaña de verano o invierno semillas a nuestro país, proveniente en este caso de la Argentina. Algo clandestino a vista de todos. Si uno quiere adquirir una carga simplemente va a algún centro de ventas donde al fondo se hacen los negocios, se acuerda la cantidad y frecuencia, la forma de pago y la entrega. De día o de noche, evitando todo control, los “bagalleros” cruzan bolsas de productos sin revisión alguna, sea por el puente o por alguno de los pasos ilegales en la quebrada del río.

Las semillas transgénicas, vendidas en completa legalidad en Argentina, ingresan de forma clandestina a nuestro país bajo costos de US$ 800 a US$ 1200 la tonelada. Se cargan en camiones que esperan vacíos al lado boliviano y llegan a los mercados de insumos agrícolas de las comunidades productivas en Montero, Pailón, San Julián, para ser adquiridos sin control alguno, posteriormente sembrados y luego cosechados.

La pregunta crucial es si con la aprobación del uso legal de semilla transgénica para la soja se frenará el contrabando de semilla transgénica. Dat0s pudo certificar que la demanda es tan grande que el negocio de introducirla no se detiene. Es un trabajo de todos los días. El contrabando no se detiene aun cuando llueve y el río alcanza caudales peligrosos se da formas de cruzar la carga en precarias balsas que la llevan del lado argentino al lado boliviano.

Las instituciones Cipca y Probioma afirman que después de haber realizado un estudio en el 2017 aplicado a muestras de semilla y granos de maíz recolectados en centros de comercialización mayorista y en casas comercializadoras de semilla de los municipios de Villamontes, Yacuiba, Camiri y la Charagua Iyambae, se pudo confirmar “la presencia de cultivos de maíz transgénico Roundup Ready (Rr) evento Nk603 en los campos agrícolas”. Además, de la presencia ilegal de maíz transgénico Rr, producto cruzado artesanalmente con maíces híbridos y comercializado como semilla y grano en las colonias menonitas de Pinondi y La Vertiente. El estudio realizado también confirma que en la Colonia Menonita Pinondi (ubicada en Charagua Iyambae) se comercializa maíz transgénico a precios que van de US$ 60 y US$ 70 la bolsa de 50 kg sin control”.

El Instituto Boliviano de Comercio Exterior (Ibse), no niega la existencia de semillas genéticamente modificada internadas de contrabando al país. “Este problema existe y es una razón más para hacer las cosas ordenadamente. Los dirigentes de los pequeños productores de soja y de cultivos de rotación en invierno -que son como 15.000-, han declarado públicamente que hay maíz transgénico, algodón transgénico y soya transgénica no autorizados en el medio; se habla entre un 30% y un 50%, por tanto, hay que normar esto. El problema es que si se lo prohíbe retrocederemos en nuestra autosuficiencia y deberemos importar y gastar dólares en traer precisamente producción transgénica”.

Todos los sectores involucrados en producción de la cadena alimentaria consideran que la apertura hacía la soja transgénica es un avance significativo que permitirá cumplir las metas de desarrollo sostenible con certificación de calidad. Consideran que la biotecnología es una herramienta clave para acortar distancias de producción con otros países. Con la aprobación del uso de semilla transgénica para la soja se espera que el ritmo del contrabando cese para comenzar una nueva etapa de desarrollo que permita expandir la frontera agrícola. Es la palabra autorizada de los agricultores.