Francis Fukuyama: El desprecio por las élites es peligroso, toda sociedad necesita élites

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Foto: Getty Images

 

Se convirtió en una especie de celebridad académica cuando anunció, hace ya 30 años, “El fin de la historia”, como la idea de que el mundo había encontrado su forma más razonable de organización social: la democracia liberal acompañada del libre mercado.

Pero los tiempos han cambiado. Hoy, Fukuyama ve con preocupación el avance de la ultra derecha, el nacionalismo y los populismos, y aborda esos temas en su más reciente libro: “Identidad: La demanda por dignidad y las políticas del resentimiento”.

En esta conversación con BBC Mundo en Chile, el académico explica cómo líderes autoritarios o que se describen como apolíticos se han conectado con las clases trabajadoras mejor que los movimientos de izquierda, y por qué ciertos grupos tradicionalmente dominantes, como hombres blancos en Estados Unidos, hoy reivindican una condición de “víctimas”.

“El fin de la historia” planteaba que la democracia liberal, acompañada del libre mercado, era la única opción política razonable y se le consideró un fuerte defensor de ellos. ¿Cómo cambió su perspectiva política en los últimos años?

“Bueno, sigo siendo un defensor de la democracia liberal y me gustan los mercados libres, pero creo que, en muchos sentidos, me he movido hacia la izquierda por un par de razones bastante buenas. Creo que en la década del 2000 las dos grandes catástrofes fueron primero la invasión estadounidense de Irak y luego la crisis financiera, y ambas fueron el subproducto de ideas conservadoras que fueron llevadas al extremo y condujeron a resultados muy malos. Y eso requería un replanteamiento…”.

“También creo que la globalización en general ha tenido mucho éxito en muchos aspectos, en términos de reducir la pobreza en muchas partes del mundo, pero también ha producido un mayor nivel de desigualdad en muchos países, incluso en los Estados Unidos. Eso requiere un remedio. Y creo que eso es probablemente lo ofrece mejor hoy la izquierda que la derecha”.

Pero si Fukuyama, en sus propias palabras, se ha movido hacia la izquierda, no ha pasado lo mismo con amplios grupos de votantes en Estados Unidos,como prueba la elección de un empresario como Donald Trump en Estados Unidos, o el avance electoral en Europa de figuras que apuestan por el nacionalismo y en contra del socialismo y la socialdemocracia.

El académico explica a través de distintos factores:

“Uno de ellos fue que la izquierda comenzó a definir la desigualdad de manera diferente. En el siglo XX, la desigualdad fue vista como la victimización de un amplio grupo de personas, el proletariado o la clase trabajadora. Pero con el tiempo, la izquierda comenzó a centrarse en grupos específicos que enfrentan formas específicas de injusticia: minorías raciales, minorías étnicas, mujeres, personas LGBT. Creo que en el proceso, empezaron a perder el contacto con la gente común de clase trabajadora”.

“Por eso creo que después de la crisis financiera de 2008, cuando debería haber aumentado el apoyo a los populismos de izquierda, lo que se obtuvo en cambio fue populismos de derecha cuya narrativa explicaba mejor la situación económica de las personas de clase media, diciendo, por ejemplo, que la élite, permitiendo altos niveles de inmigración, conspiraba para quitarles sus trabajos”.

Usted vincula este fenómeno al sentido de identidad: plantea que las personas quieren y necesitan ser vistas, primero, como iguales, pero que esa misma necesidad puede convertirse en un deseo por ser percibidas como superiores. ¿Cómo se da ese proceso?

“Creo que es una especie de tendencia natural. Todos queremos ser reconocidos como iguales y nos enojamos mucho si se nos considera inferiores a otros. Pero eso pronto se traduce en una demanda para ser reconocido como especial o incluso mejor. Creo que eso es lo que ha pasado, por ejemplo, con muchas personas blancas en Estados Unidos que han estado escuchando las historias de victimización de afroamericanos, de mujeres, de gays y lesbianas.

“Y en cierto punto dicen: “y qué hay de nosotros. A todas estas personas se les está dando algún privilegio. Las elites las están poniendo delante de nosotros. Pero a nosotros tampoco nos está yendo tan bien. Nosotros también somos víctimas”. Pero ellos son miembros de la comunidad racial dominante. Y por lo tanto, su reclamo a presentarse como víctimas es mucho menos poderoso moralmente que el de los grupos minoritarios”.

Fukuyama cree que la migración, que considera una contribución a la economía de los países, es uno de los factores que agrega tensión a esta ecuación. Propone el ejemplo del “Brexit” en el Reino Unido.

“La raza, o la etnia de la inmigración no es lo más importante: es su integración… Creo que es importante que los gobiernos controlen los niveles de inmigración, porque, aunque es beneficiosa, si pasa con demasiada rapidez las personas se desorientan y eso genera una reacción política. Eso pasó en el Reino Unido con el Brexit: tanta gente se trasladó al Reino Unido en un período tan corto de tiempo, que un montón de gente nacida allí sintió que perdía el control de su propio país”.

Usted también ha advertido que hoy ve una disminución en el apego a la democracia, algo que se puede percibir en la elección de líderes que no trepidan en presentarse como autoritarios, o totalmente apolíticos. ¿Qué riesgos ve allí?

“Es muy peligroso. No tienes un sistema democrático si la gente no cree en él. Creo que lo que ha ocurrido es que existe una gran decepción con la calidad del gobierno de muchas democracias, particularmente en relación al tema de la corrupción, porque a veces la democracia es la cura para la corrupción, pero a veces también es la fuente de la corrupción.

“Los líderes democráticos necesitan ser elegidos y a veces la forma más fácil de ser electo es sobornar a los votantes dándoles cosas, o dar puestos o nombramientos a sus aliados políticos, y por lo tanto, una gran cantidad de democracias no son capaces de otorgar un servicio público de manera efectiva. Así comenzaron las cosas en Brasil: fue una protesta por los buses y las tarifas de los buses, y por la corrupción en los servicios de San Paulo.

De ahí emergió un movimiento político para acabar con la corrupción que luego se vio envuelto en una lucha entre la izquierda y la derecha en Brasil. Eso fue lo que llevó a (Jair) Bolsonaro al poder: la percepción de que toda la élite política en Brasil era altamente corrupta”.

Hoy hay una tendencia a despreciar a las élites, ya sea por las que se beneficiaron de la globalización mientras otras personas no tenían las herramientas para hacerlo, o porque se tiende a plantear a las élites políticas como corruptas. ¿Cómo se equilibra esa situación?

“Es peligroso porque cualquier sociedad necesita de élites, o de personas con la educación y las habilidades para hacer que la sociedad funcione. Y muchas veces ese desprecio no le sienta bien a una democracia. En primer lugar, las propias élites a veces cometen errores. A veces están aisladas de la opinión pública. A veces no entienden las consecuencias de las opciones que recomiendan.

“Esa fue una de las cosas que sucedió con el libre comercio. Porque casi todos los economistas dijeron que el libre comercio era bueno. Pero, de hecho, en determinados países estaba perjudicando a los trabajadores. Entonces anunciaron compensaciones. Pero la compensación nunca llegó. Y uno de sus efectos fue esta gran reacción contra la globalización y contra las élites que la impulsaron: la élite necesita estar conectada con la gente.

“Lo otro que pasa es que las personas hoy están mejor educadas y, debido al auge de internet, tienen acceso directo a la información, en formas que antes no existían. Al principio todos celebramos, porque significaba que la información era más accesible; pero también significaba que la desinformación era más accesible.

“Antes tenías editores, verificadores de datos y periodistas capacitados profesionalmente para examinar las historias antes de publicarlas. Ahora cualquier persona puede poner lo que quiera en Internet, sin verificarlo. Y eso se ha convertido en una especie de arma de guerra política que además retroalimenta la percepción de que no puedes creer en nada, que nada es realmente cierto. Y eso está socavando la base de conocimiento compartido necesaria para tener un sistema político democrático”.

Cuando Fukuyama anunció el fin de la historia, en una conferencia en la Universidad de Chicago en 1989, su idea se describió como “brillante y escandalosa”. Planteaba que, sobre los escombros de los totalitarismos de izquierda y derecha, sobre las caídas dictaduras sudamericanas y la agonizante Unión Soviética, la democracia liberal y el “libre mercado” se levantaban como única aspiración política razonable.

La historia terminaba, planteaba Fukuyama, y aunque no daría origen a un mundo perfecto, pues la democracia también tenía sus problemas, al menos no sufriría un colapso masivo como el del comunismo en el este europeo.

¿Por qué cree que su idea de “el fin de la historia” impactó a tanta gente?

“Mucha de la reacción a ´el fin de la historia´ se basó en una interpretación errónea del sentido de la frase: no quería decir que las cosas dejarían de suceder de repente. En realidad hablaba de si existía una alternativa real a la democracia liberal como forma superior de organización social…

“Creo que el artículo correspondió a un gran cambio que estaba ocurriendo en la política mundial, porque se publicó pocos meses antes de la caída del muro de Berlín y de este gran avance de la democracia en el este europeo y los ex gobiernos comunistas que luego se expandió por Latinoamérica, África y Asia”.

Esos eran tiempos de esperanza en muchos lugares. ¿Cómo describiría esta época?

“Creo que es importante no ser excesivamente pesimista sobre lo que está sucediendo ahora. Hemos tenido un revés para la democracia. Varias democracias han avanzado en la dirección equivocada, pero sigue siendo la forma dominante de organización en el mundo, e incluso países autoritarios como la Rusia de (Vladimir) Putin todavía sienten que tienen que pasar por el ritual de las elecciones porque no tienen una forma alternativa de legitimidad que ofrecer para reemplazar a la democracia como forma de gobierno.

“Así que, en ese sentido, creo que la democracia sigue siendo una idea muy poderosa y sigue siendo la principal idea principal para organizarnos políticamente hoy en el mundo”.